“Las mujeres fuertes les dijeron a los maricas que hay dos cosas importantes a tener en cuenta antes de las revoluciones que se avecinan. Primero, que nos van a dar una buena paliza. Segundo, que ganaremos nosotras. Los maricas ya sabían lo primero. Las palizas bien dadas a los maricas son un deporte de larga tradición entre los hombres. Pero los maricas no sabían lo último. Nunca se habrían imaginado como ganadores. Ni siquiera sabían lo que significaba ganar. Así que preguntaron a las mujeres fuertes, y las mujeres fuertes les contaron que ganar es como sobrevivir, sólo que mejor”.

Éste es un extracto de Maricas y sus amigas entre revoluciones (Consonmi), un texto de culto underground de los setenta escrito por Larry Mitchell que ha sobrevivido al desprecio editorial durante cuarenta años y se ha mantenido fresco y vigente gracias a los fanzines y a las fotocopias ‘ruladas’ entre unos y otras. De hecho, fue en su edición original, publicada en 1977, cuando se utilizó por primera vez la palabra “maricas” (faggots) en el título de una obra publicada en inglés. En ese viejo mundo -tan reciente, al final- aún no existía la terminología LGTBIQ que hoy manejamos.

Fue Calamus Books quien publicó por primera vez la obra, con la gracia de que era una editorial creada por el propio Larry Mitchell y dedicada a temáticas gay y lesbiana. “El propio título hace uso de una de las armas de contraataque más potentes y liberadoras que maricas y sus amigas han empleado durante décadas: reapropiarse de las palabras despectivas e hirientes con que se los insulta -maricón, queer, bollo, loca, etc.- resignificándolas como signo de identidad propia y, además, como prueba de un compromiso político con la memoria de la violencia sufrida, encaminada a la superación y la autodeterminación. Dale la vuelta a la vergüenza para convertirla el poder”, reza el prólogo.

Inspirado en las comunas

Este texto es mucho más que una fábula disruptiva: a pesar de su condición de cuento desobediente, resulta también un documento exquisito y descriptivo para entender los cambios de una época. Su autor, Larry Mitchell -novelista indagador de nuevas formas de vida queer y de políticas radicales de los barrios de Nueva York en los ochenta y noventa, además de doctor en Sociología por la Universidad de Columbia, profesor y editor militante- se inspiró para esta obra en su experiencia en la comuna queer de Lavender Hill, establecida en 1973 en una finca en Ithaca, Nueva York. Con él, su amiga y artista Ned Asta, que se encargó de la ilustración de este tomo.

“Allí experimentaron con otras formas de vivir en colectivo, tratando de quebrantar la monolítica visión de la familia heterosexual biológica y apostando, en su lugar, por los nuevos modelos de convivencia que surgiesen tras la construcción de una alternativa afectiva”. Estas líneas parten de ese imaginario: aquí un ejército de personajes coloridos, frescos, extravagantes, vivísimos, aperturistas, promiscuos, disfrutones e insurgentes que viven en guerra subterránea contra el mandato de los hombres heterosexuales, dueños y señores de un imperio gris, de una nación decadente y tristísima.

De hecho, los maricas “construyen espacios seguros donde cada uno puede ser anónimo, donde todos los penes son iguales y todo jugo de falo, igualmente precioso. Alimentar a los maricas, lo llaman”. Los maricas tienen una profunda idea de la belleza -no meramente de la física, sino de la que responde a la armonía, a la ternura, a los cuidados, a la paz-, pero, sobre todo, tienen ingenio y capacidad de memoria.

El tiempo de las reinas

Es el tiempo de las reinas, de las locas que guardan llaves, de las mujeres que aman a las mujeres, de los maricas del campo. Seres ambiguos que trabajan en colectivo -con espíritu de izquierdas- para que no les gane la estupidez, la uniformidad, la violencia, el aburrimiento. El libro ya empieza desangelado: “Ha pasado mucho tiempo desde las últimas revoluciones, y los maricas y sus amigas todavía no son libres”, advierte.

El relato arranca explicando que "las primeras revoluciones destruyeron las grandes culturas de las mujeres”, es decir, hace ver que el mundo en su origen fue matriarcal, pero que, una vez triunfaron los hombres, decidieron que “todo aquello que les resultase ajeno se consideraría inferior a ellos y, por tanto, merecería el abuso, o el desprecio, o la extinción”. Las segundas revoluciones, no obstante, fueron beneficiando a los maricas y a sus amigas, que entendieron que “con ingenio y picardía” podrían vivir en esos tiempos, “algunos cómodamente y otros en rebelión”.

“A los hombres les sigue fascinando el saqueo y la destrucción. A los hombres se los engaña fácilmente, gracias a lo cual los maricas y sus amigas tienen casi suficiente para comer y bastante tiempo pasa pensar en lo que significa estar vivo, mientras dan ya comienzo las terceras revoluciones”, escribe Mitchell. El líder de los hombres, ahora Warren -un tipo rebuscado y violento dedicado a explotar a los ciudadanos-, busca al líder de los maricas para negociar con él, pero la particularidad es que entre los maricas y sus amigas no hay jerarquías. “Solamente tienen héroes muertos”.

Maricas y amigas a la fuga

“Los maricas y sus amigas siempre viven mejor durante la caída de los imperios. Dado que los hombres siempre están construyendo tantos imperios como les es posible, siempre hay alguno que está cayendo y de este modo los maricas y sus amigas tienen adonde ir”. Viven en tribus, las hermanas, viven en guetos con más o menos suerte. Son tan listas que ya resultan invigilables. Como los hombres siempre se andan peleando entre ellos, a ratos se olvidan de los maricas y sus amigas y eso les da cierto margen de juego. Eso sí: una vez que ha caído la potencia en cuestión -que contiene en sí misma el germen de su propia ruina-, los hombres vuelven a perseguir a los maricas y a sus amigas, porque entienden que ellos son el foco de la infección y los responsables últimos de las desgracias de las superpotencias.

Expresa la fábula que los maricas y las mujeres no siempre fueron amigos: durante mil años, ellas no pudieron fiarse de ellos porque los confundían con los machos tiránicos, pero empezaron a llevarse bien tocando música juntos en las fiestas, y peinándose entre ellos, y tallando maderas hermosas, y entonces las hembras supieron que ellos eran sus hermanos, que el enemigo común era claro.

Cuando los hombres fueron distinguiendo entre sus filas a hordas de maricas -que nunca llegaron a integrarse realmente en su masa-, se dedicaron a explotarlos: “Creaban para ellos obras maestras, educaban a sus hijos, les preparaban la comida, atendían sus jardines, les diseñaban las casas, les masajeaban la espalda. La energía de los maricas era explotada por los hombres. La actividad de los maricas contribuyó a mantener en pie los imperios de los hombres”, escribe Mitchell.

Sabiduría política

El libro -que es de una edición bellísima y con un relato brillante, sorprendente, elocuente, mordaz, falsamente naif, politizado, perverso y, sin embargo, terriblemente conmovedor- está lleno de “sabiduría marica” y de “sabiduría de las mujeres fuertes”. Lanzan ciertos consejos al lector o lectora: “El amor romántico, esa ilusión última, nos mantiene con vida hasta que lleguen las revoluciones”, dicen. O: “Se aprende más vistiéndose con falda sólo un día que con traje toda la vida”. O: “Cuando sientas dolor, déjate caer en el amor de tus hermanos”.

La obra entera se hilvana mediante esa fraternidad poderosa entre maricas y mujeres, que son sus inspiradoras, sus diosas, sus maestras iluminadas, sus hermanas del alma. A veces, las mujeres se enamoran de sus amigos queer porque ellos no intentan acosarlas. Porque no ponen todo el rato el sexo en el centro. Porque las escuchan y porque hablan de amor. Porque no están obsesionados con el poder. Seguramente, porque ellos podrían escribir un cuento como éste y a pesar del dolor, a pesar de la violencia, a pesar de un terror que aún es presente, acabar a carcajada limpia: los maricas son tan mágicos que jamás han dejado de reírse muy fuerte.

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