Dice el escritor Luisgé Martín -el multipremiado escritor y ganador del Herralde de novela 2020 por 'Cien noches’- que a él le gustaría crear una suerte de Tinder altruista y descompensado donde los guapos del mundo ‘asistieran’ a los feos por caridad, digamos: oye, en vez de donar a las ONGs o invertir ahorros en salvar ballenas, ¿qué pasa con salvar a los seres humanos de sus traumas físicos, de sus inseguridades, de su soledad, de su necesidad de abrazos y sexo? Sí, bueno, podríamos llamar al fenómeno “prostitución gratuita”, pero lo cierto es que si no es gratuita, ya no es prostitución, lo que lo hace mucho más interesante.

La idea me hace sonreír precisamente por lo extravagante y polémica que es. Se lo digo al teléfono con un poco de guasa. ¿Qué hacemos con este escritor-emprendedor? A ver si le van a robar la patente. “Pues yo creo que podría funcionar, ¿eh? Hay mucha gente que no es repugnante físicamente pero que tiene difícil conocer a alguien o tener sexo, o hay gente con problemas de seguridad o de relaciones sociales a la que le cuesta más… y por otra parte, hay gente a la que le cuesta menos entregar su cuerpo o no lo ve algo tan sacro: ¿por qué no podrían ayudar estos últimos a los primeros?”, relata.

“Vemos perfectamente normal acompañar a ancianas o ancianos que viven solos y hacerles felices en nuestro tiempo libre. Se entregan muchas cosas cuando uno siente que está haciendo una buena labor. Pero es que el sexo también lo es: es algo fundamental para la salud mental, para el equilibrio y para la autoestima”, comenta. Con todo, el escritor es consciente de que el erotismo no es como cualquier otra cosa en el mundo: que está lleno de influjos, de lecturas subterráneas, de perversiones, y que, además, se deja contaminar con tremenda facilidad por los afectos.

Separar sexo y amor

Llevamos toda la vida preguntándonos si podemos separar el sexo del amor o de la amistad. Y aunque peleemos por sacudirnos el puritanismo, el romanticismo exacerbado en el que nos hemos criado y la cultura religiosa que hemos mamado, la verdad es que sentimos que los encuentros físicos complican las cosas. Que las enturbian. Que una vez concluye el placer inicial, todo es susceptible a llenarse de confusión, o, aún peor, de dolor. Sobre este tema magistral habla Martín en Amor puro (Editorial Dos Bigotes), su primera obra teatral, una comedia con tintes trágicos que se desarrolla en la amistad renquean de Germán y Daniel, dos amigos desde críos que llevan un par de años sin verse tras discutir por una chica.

Pero al volver a quedar en casa de uno de ellos y vino en mano, Daniel descubre que nunca fue así: a Germán lo que le pasaba era que estaba enamorado de él y prefirió alejarse para amansar su obsesión, sin éxito. Así que ahora tiene una propuesta que hacerle, su última esperanza, su última probabilidad de curación: ¿y si Daniel le dejase que le practicase sexo oral una vez, sólo una vez, y así él pudiera desmitificarle, superarlo por fin, avanzar en la vida?

El resultado lo leerán -o lo verán en las tablas en el futuro- ustedes mismos, pero a nosotros nos queda la reflexión. “Creo que al sexo le seguimos dando una importancia sagrada. Cuando hay sexo, algo tiene que trascender necesariamente, se emparenta con el amor; al mismo tiempo, cuando nos parece imposible tener sexo con un amigo que nos guste, yo creo que ahí prevalece esa idea sucia del sexo, esa sensación de que el sexo puede manchar las cosas cuando no tendría por qué ser así”, sostiene el autor en charla con este periódico.

El tiempo del deseo

¿Hay un tiempo determinado para desear a alguien cuando le conocemos? Es decir, si no le hemos deseado, por ejemplo, en un año, ¿ya no le desearemos jamás? “Hay un tiempo determinado para poder consumar algo sin que eso estropee nada, pero a partir de un determinado momento en la vida, la amistad expulsa al sexo. Si hasta ese momento hay deseo pero no ha pasado nada, a partir de ahí la amistad actúa como bloqueante. Y dejas de desear o al menos empiezas a pensar que tu deseo no puede estropear algo tan bello como la amistad”, responde. “En general, el deseo es inmediato y al cabo de un tiempo queda relegado, pero no hay normas universales”.

¿Es trampa, es malo que deseemos a nuestros amigos en secreto, estamos siendo deshonestos? “Trampa no, pero malo puede ser porque nos puede crear problemas. Lo que le ocurre a Germán en Amor puro no es muy sano porque trasciende al sexo, ¡hay sentimientos!, y eso a la larga se transforma en hostilidad, en ira, si no ves satisfecho tu deseo. El resentimiento se va acumulando”, resopla.

En el texto se dice que “hay mamadas y mamadas, pero todas son buenas”, y el propio autor no está de acuerdo con eso que colocó en la boca de uno de los personajes: “Una mamada puede encerrar muchas cosas. La mamada de la que hablamos en el libro es muy complicada, muy conflictiva, y todo apunta a que no va a salir bien, y esto sin entrar humorísticamente en que no es verdad que todas las mamadas sean buenas, ¡algunas son fatales en el sentido sexual!”.

El apego masculino

Le comento a Luisgé que sabemos que las mujeres segregamos oxitocina cuando tenemos sexo, pero, ¿qué tipo de apego, si es que se da alguno, tienen los hombres tras el coito? “Lo estudié para Cien noches, pero nunca lo retengo. El caso es que sé que segregamos mucho más. Hay diferencias sexuales entre hombres y mujeres: los hombres necesitamos orgánicamente, biológicamente más el sexo que las mujeres, lo cual da pie a algunos de los comportamientos o conductas desarregladas que tenemos”, reflexiona. “La actitud que tenemos ante el sexo es distinta y la capacidad de frustración ante el sexo es distinta; yo creo que las mujeres en eso sois mucho más tolerantes, estáis más dispuestas a aceptar al otro”.

Aclara que “no en el sentido de la violencia, sino en el sentido emocional de aceptar o no un intercambio sexual”: “Es esta frase tan gráfica ya y manida: en muchas fases de nuestra vida, los hombres pensamos con la polla”. ¿Siempre deseamos más a la persona con la que no hemos tenido sexo que a la persona con la que sí? O sea, ¿la satisfacción, el orgasmo, lo desmonta todo o lo impulsa? “La carne no tocada y deseada es un arma devastadora: si intervienen los sentimientos, hay cien noches de tregua, pero si no hay sentimientos, el orgasmo desactiva el interés. ¡Salvo que haya sido un sexo espectacular y maravilloso…!”.

Pero “hay gente que sólo te inspira deseo y cuando alcanzas el orgasmo eres consciente de que no te interesa por nada más, de que no quieres hablar con él con ella, de que lo único que te interesa es su cuerpo”. Luisgé Martín tiene dudas acerca de la bisexualidad. Aunque sí ha conocido a “bisexuales puros”, cree que lo que no existe es una persona “que se haya enamorado con la misma intensidad de un hombre que de una mujer, que se haya enamorado desesperadamente de ambos”.

Se explica: “Igual soy antiguo y reaccionario, pero creo que hay muchísima gente que tiene unos gustos sexuales claros y nítidos y que eso no puede cambiar de lugar. No creo mucho en el ‘fluido queer’ en ese sentido, en ese transitar géneros con absoluta naturalidad. Se puede dar en algún caso, pero no es lo normal y de hecho muchos de los que adoptan estrategias o poses ‘queer’, ambiguas o andróginas, tienen una sexualidad muy cara al final”.

La belleza y la vejez

Apunta algo curioso: “Hablamos mucho, por cierto, de la necesidad de una educación pública fuerte para despertar las oportunidades en la sociedad, pero lo que realmente aumenta las oportunidades de la gente es la belleza. Si tuviésemos capacidad de insuflar belleza en las personas… en fin, los guapos y las guapas tienen más opciones, se les escucha de otra manera, su cuerpo desnudo es casi una religión, es algo bello y místico”, sostiene.

Nos han dicho que la libertad es sexual, pero, ¿y si la verdadera libertad fuese asexual, como decía Buñuel a su vejez? “Yo te diría que sí, pero la verdad es que la pérdida de libido te lleva casi al deseo de la muerte o al olvido de lo que es la vida. Hablo de la libido en sentido amplio, no sólo en el coito o la penetración, sino en las ganas de abrazar, de besar”, comenta. “Ahora en el mundo gay hay ciertos movimientos de castidad que usan dispositivos como cinturones, o especies de jaulas para el pene. Y te argumentan por qué la castidad te permite enfocar tu vida a más cosas, a la disciplina, a la capacidad de trabajo, a grandes valores. Lo entiendo, ¿eh? En teoría lo entiendo. Pero no lo desearía jamás”.

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