No sabe una qué decir de Albert Pla, salvo que es un caso. Un personaje literario en sí mismo. Un ser extraterrestre, descacharrante, más sabio y más insólito que el resto de ciudadanitos, con un sarcasmo más sofisticado y vanguardista; un tipo que coquetea con la devastación porque no le da demasiada importancia a nada, muy especialmente, ni a él mismo. Y hace bien, claro.

Si tiene que explotar el chiringo, pues que explote, oye: será divertido. Siento algo inquietante hacia Pla, y es que da la sensación de que no tiene edad: hay un niño tremendo trepando por su cuerpito enjuto, hay un gamberro que sopla años hacia atrás y que estira los límites del mundo hasta lo extravagante y lo poético, volcando en el instante más vulgar una parte inmensa de juego. Es una greguería, Albert, un despiporre, una chuchería amarguísima.

Los modernos dirían que Pla es una performance de hueso y vocecilla de duende loco, pero es algo más: un happening, que lo llaman ahora -vamos, desde los años cincuenta-, que sucede cuando los espectadores no saben que están asistiendo a un acto artístico, pero el acto artístico les sobreviene, les avasalla, se los merienda. Cuesta entender entonces qué es ficticio y qué es real, o qué va en broma y qué va en serio, pero, total, ¿hay alguna diferencia?

Esta improvisación, la suya, se despeña sublime sin interrupción -que diría Baudelaire-: es toda una manera de vivir, de estar, de cantar, de escribir, de interpretar y de entender las cosas que pone en jaque al Estado de Derecho y a la madre que los parió a todos. Cuesta creer incluso que Albert Pla tenga DNI, es difícil de explicar: cuesta creer que tenga que coger coches y trenes para desplazarse, que coma y haga la digestión, que se haya puesto el despertador alguna vez, que asuma el guiñar de los semáforos. Porque parece que está tan fuera de todo lo que ha sido creado e impuesto por los hombres o los dioses. Porque es tan espesa su desobediencia.

Una tiene más calle que el camión de la basura pero llamar a Albert para entrevistarle no es cualquier cosa: a ver por dónde nos sale este hombrecillo genial, sordo a las leyes absurdas y autoritarias del mundo, descojonado ácidamente de esto y de aquello, inclasificable, imposible de domesticar. Está al caer en Madrid, viene acá del 12 al 21 de mayo al Círculo de Bellas Artes con su show ¿Os acordáis?, el nombre de la última canción que sacó en pandemia -donde reflexionaba con ironía sobre el impacto del virus-. Canciones viejas y nuevas, monólogos, cuentecitos crudos, trágicos, cotidianos, delicados y brutos. 

Tú sabes que siempre da un poco de respeto hablar contigo, ¿no? ¿Qué sientes ante eso, cómo te ves desde fuera?

¿Conmigo? No, no le doy más importancia a tener una conversación con alguien… claro, las entrevistas quedan y parece que le hayas dado importancia a lo que dices, o que tenga algún peso, pero no. Yo nunca le doy importancia a lo que digo. Y además cambio mucho de idea.

¿A ti quién te cae bien, qué te gusta, qué te mola de la vida?

¿Yo? Pues bueno, muchas cosas. Pero por ejemplo, ahora que he estado todo este tiempo sin viajar, ¡echaba de menos España! (ríe). He echado de menos ir a dar un concierto en cualquier ciudad y encontrarme siempre allí a algún amigo. Al final, dar conciertos es como visitar a un amigo. Y claro, echo en falta a los amigos.

Así que un amigo en cada puerto. Eso habla bien de ti, ¿no?

Pues no sé (ríe). Sí, sí, es una suerte. Será por los años que tengo, que cuantos más años tienes más vas haciendo amigos. ¿Tú cuál crees que debería ser la proporción de amigo por año?

Hombre, yo diría que si no has hecho un nuevo amigo en todo un año, es que has estado ocupado demasiado en tonterías, como en trabajar.

¡Pues eso es! Me parece una buena proporción, un amigo por año. Y teniendo en cuenta los que se pierden… me preguntabas qué me gusta. Pues me gusta escribir. Sí. Cuando me aburro, escribo (ríe). Se me ocurren cosas. Eso es lo que hago cuando no me relaciono con los demás.

“Éramos como hormiguitas cuya cabecita no explica el pie que las pisa. Somos tan pequeñitas, eso no se entendía, ¿os acordáis? Berlín estaba en la China”, cantas. ¿Crees que nos va a quitar un poco de ego esta pandemia a todos, especialmente a los poderosos, o a esos no hay quien se lo quite?

¡Qué va! No creo que sirva para nada una pandemia. Para molestar un poquito durante un año o dos y no más. No creo que haya sido un paso humanístico ni nada así. Ningún paso adelante.

¿A ti te gusta el apocalipsis?

(Se parte). Sí. Me gusta. Ayer estuve tomando unas cervecitas con el apocalipsis y es bastante simpático. Resulta un poco tremendista a veces, pero tiene buena conversación.

¿Cuándo es el momento de hacer una revolución?

Bueno, lo bueno de las revoluciones es que no se pueden prever, claro. Pasan de un día para otro. Una revolución nunca puede ser anunciada. Si no no hubieran bajado del balcón a Ceaușescu ni habrían guillotinado a ningún Borbón. Yo creo que simplemente un día va a empezar a arder todo. Tampoco sé si me interesa mucho, ¿eh? Porque soy bastante asocial. Yo creo que el hombre, la humanidad, vive en un planeta en forma de lanzamiento hacia el exterior y que se va a ir expandiendo y que se va a ir haciendo biónico (ríe). Ahí está, no hay más.

Tú me parece a mí que eres un poquito nihilista.

Llámame como quieras. Yo creo que estamos en un planeta que no nos corresponde y que está inventado para llevarnos a otros sitios. Eso creo, pero tampoco estoy muy seguro.

Así que inadaptados, pero con razón.

Yo hago ya mucho trabajo para entenderme a mí mismo, joder, entonces entender a los demás me parece ya un sobreesfuerzo. Claro, a veces tienes comportamientos imprevisibles… y la gente se asusta.

¿Qué has descubierto de ti en esa autoindagación?

Nada, eso es como una canción, que es mejor no acabarla y así la puedes continuar haciendo. Una vez está hecha, ya no puedes pensar más en ella, y eso es una pena, porque es lo mismo.

¿Qué piensas de la fe, tienes algún dios, aunque sea con minúsculas?

¿Dios? No, no. No tengo ningún dios, yo me siento muy solo (ríe).

No me digas eso, hombre.

Sí, porque yo lo de dios nunca lo he vivido para nada. Ni de pequeño, en mi casa. No tuve ninguna educación de ese tipo, no fuimos nunca a misa, pero tampoco eran contra dios. En el colegio tampoco, como soy catalán, estaba adoctrinado y no teníamos clase de Religión ni teníamos curas ni cristos colgados en las paredes. No lo he vivido. Ni siquiera puedo decir que un cura me haya metido mano. Es un mundo ajeno. Lo he visto desde fuera, a veces, como divertimento, pero nada más. No me fijo, ¿sabes?

Pero con lo que tú eres, capaz de haberte inventado una religión propia.

No he llegado tan lejos en mis reflexiones.

¿Cómo vives esta loca aceleración del capitalismo?

Tampoco soy economista, pero sí que parece que hace más de 150 años ya sabemos que el capitalismo lleva al colapso final. No es sostenible, el capitalismo. Ya lo dijo Marx, que por muy comunista que fuera, hizo un análisis crítico de manera razonable donde demostraba que el capitalismo podía colapsar. Y si puede colapsar, colapsa: ¡esa es mi regla de tres!

¿Tú te consideras comunista, o todo eso te la pimpla?

A mí el comunismo me la rechifla, pero soy consciente del colapso que puede haber para el 90% de la población mundial por cosa del capitalismo. Si empezara a colapsar ahora, ¿tú te imaginas? (ríe). Es como si intentaran asfaltar el Everest. Entre que ponen las concesiones, que llevan las grúas, que se demuestra que la primera concesionaria ha estafado… pues cuando llegue el asfalto a la punta del Everest, yo ya estaré muerto. Que el capitalismo colapse, ¡pues qué vamos a hacer! Como si quiere colapsar, que lo haga ya. A mí me importa un rábano. Me siento un poco viejo.

Pero si tú eres la persona más joven que conozco.

No sé. Pero mira, una revolución sería sacar de las televisiones, de los periódicos, de los escenarios, de la política y de la banca a toda la gente mayor de 20 años. Esta es una sociedad gerontofílica. Es una sociedad de viejos. Los periodistas estos señores… hablan de “los jóvenes” como si fueran “otros”. ¡Cuando esos “otros” son el símbolo de la vida! Quien escribe y quien manda está siempre a punto de morir. ¿A quién cojones le importa lo que ellos piensen si no van a ver nada?

Hablando todo el día de la gente de 20 años como si fueran extraterrestres… como si fueran de otro mundo. Hablan del mundo que no verán. Los pobres. Viejos intentando arreglar el futuro. Pero, ¿qué futuro? Yo vivo en Girona. Y la carretera nacional hace 20 años que están intentando hacerla de dos carriles. No voy a ver ni la puta nacional de dos carriles de mi pueblo.

Oye, pues yo tengo 29. Así que estoy a punto de palmar.

Pues mira a ver.

Cogiendo pista estoy.

(Ríe). No, pero que sólo veo a viejos, viejos, viejos. Viejos haciendo predicciones de futuro y hablando de sus cojones. Están putrefactos. Van a estar putrefactos cuando suceda todo lo que ellos sueñan.

Albert Pla. Moeh Atitar.

¿Cómo eras tú con veinte años, antes de que tuviésemos que incapacitarte para hablar en público?

Pues yo con veinte años no estaba en la cárcel, y esa es la demostración de que la Policía de este país es muy incompetente.

Qué delitos cometiste, cuéntame.

No puedo, no.

Yo creo que ya habrán prescrito.

¿Sabes cuándo prescriben?

No sé, ¿a los veinte años, a los treinta?

Pues me pillaría un poco justo, mejor no te lo digo. Donde sí están prescritos es casi en la memoria.

Alguien murió ahí pero no sabemos dónde está enterrado.

La vida de cualquier persona está llena de muertos colaterales. Ves morir a mucha gente en la vida, a tu alrededor. Y siempre te sientes un poco triste y un poco culpable.

¿Culpable por estar vivo?

Sí, culpable por estar aquí esperando a que asfalten el Everest.

¿Qué es la libertad para Albert Pla?

Una puta palabra, solamente. La libertad es una tontería. “Felicidad”, “libertad”… ¿qué quieren decir? Me parece una tontería buscar la felicidad. No creo que la vida consista en ser feliz ni en ser libre. En la vida pasan muchas cosas, no sé. Es una gilipollez desear ser feliz, ¡es una tontería!

Pues si no estamos aquí para ser libres ni para ser felices, tú me dirás. ¿Qué más hay?

No tengo ni idea. No soy un puto catedrático. Acabo de sacar el coche del barro (ríe). ¿Cómo puedo hablar de esos conceptos…?

Tú déjame que yo te pregunte y ya vamos viendo. Yo voy con mi entrevista hasta el final.

Sí, sí, tú dale fuerte, tú dale. Pero yo estoy en shock (ríe). No estoy acostumbrado a estas preguntas tan profundas.

Entonces, ¿qué carajo te han preguntado todos estos años si no es por la libertad, tú que eres tan libre a tu manera anárquica de serlo?

Pues yo qué sé qué me han preguntado. Tonterías, igual. Que soy libre, dices… libre no sé, pero intento aliarme con el diablo lo menos posible. ¡Claro!

¡Claro! Escucha, ¿para qué sirven las drogas?

Uy, no lo sé.

Cómo que no.

Esto sí que es… muy personal. He llegado a entender que es absurdo hablar de las drogas, porque son algo muy personal, algo que pasa en el interior de cada cual. Hay gente que las disfruta, hay gente que aprende mucho con ellas, hay gente que se destruye por ellas. Gente que no la necesita para nada. Y luego están el 70% de las abuelas enganchadas a las drogas, que si mañana tuvieran que jugar contra el Paris Saint-Germain no pasarían el control antidopping (ríe).

Pero, ¿cómo te sientan a ti? ¿Te pones en plan lúdico, sensorial? ¿Las analizas, como Escohotado?

Hace mucho tiempo que no me drogo y tenía sus cosas buenas y malas…

La mala, la resaca, ¿no?

(Ríe). Si, hombre. Yo he disfrutado mucho las drogas, pero no se las recomiendo a nadie.

Con método, como Lola Flores…

Pues no tengo una opinión formada en general, pero sí que sé algo: no quiero que las drogas se legalicen. Eso lo tengo claro. Prefiero que sean ilegales, porque a mí me gustan más las cosas ilegales.

Si es legal como que pierde algo de morbo, ¿no?

Si, y además, que se pararía ese proceso de investigación tan bestia que tienen esos químicos tan potentes (ríe). ¡Hasta altas horas… ahí… investigando…! ¿Y los pobres camellitos, que viven de eso? Fíjate. Yo cuando me drogaba hace treinta años, un gramo de cocaína valía 50 euros, ¡y ahora sigue valiendo 50 euros gracias a que es ilegal! Los hijos de puta del mercado blanco dicen que en el negro se especula… pero calcula lo que ha subido la coca-cola y lo que ha subido la cocaína en treinta años. Se lo digo a los capitalistas: el mercado negro se regula mucho mejor que el banco Santander.

¿Y para qué sirve la poesía?

Para ensuciar papeles, no sé. Para matar árboles. Para que se puedan convertir en libros y ponerlos en las estanterías que también son de madera de árboles muertos, y que se pudran ahí. Que tengan ese olor ácido que a la gente le gusta tanto, lleno de ácaros y cacas de bacerias y bichos y esa cosa amarillenta que huele tan mal… en principio sirve para eso.

Por eso tú prefieres cantarla, ¿no? Para evitar los ácaros.

Yo canto por supervivencia, porque no tengo más remedio. Pero casi prefiero que escriban poesía a que reciten poesía. Mira cómo Neruda recitaba sus poesías. Es que te descojonas. A mí me obligaban a escuchar a Alberti de pequeño recitando poesías. Te partes el ojete.

¿Tú admiras a alguien?

No admiro a nadie, no. Me gusta leer libros sobre historia y lo hago en plan jocoso.

Como quien lee una revista satírica.

Pues sí. Me parto. A mí me pones un artículo o un libro sobre cómo se construyeron las pirámides y me paso 300 páginas partiéndome el ojete.

¿Qué es el amor para Albert Pla?

Me siento como ridículo hablando de esto…

¡Venga ya, hombre, que es el amor, que es un temazo!

Sí, pero no sé. El amor… pues claro, es genial poder compartir la vida con la gente que amas, si no para qué estamos vivos, ¿no? ¿El amor? Lo mejor, lo mejor (ironiza). Va, ponle un diez.

Y el sexo qué.

Pues es una buena manera de comunicarse con la gente que quieres. Con las palabras te equivocas, de vez en cuando, con el sexo también puede pasar, pero se usa todo el cuerpo, es fantástico…

Si se hace bien, sí.

Y si se hace mal, ¡pues bueno! No creo que el sexo se haga mal. Es como cuando hablas con una persona que te empieza cayendo bien y luego no te cae bien… pues ya está, no es un drama. El sexo es una cosa cojonuda. Yo he hecho un montón de amigas gracias al sexo. No soy homosexual, en mi caso, y todas las relaciones que he tenido han sido con mujeres y sí, ha sido bestial.

¿Tú has pensado en tu propia muerte?

Yo ya tuve el infarto y vi la luz al final del túnel. Me llamó la muerte para irme: “Ve hacia la luz, ve hacia la luz…”.

Y no fuiste.

No, ¿y sabes por qué no fui? Porque me hablaban en castellano.

Me parto.

No, oye, que no quiero parecer independentista, pero claro, entendí que si me hablaban en castellano no era a mí. Algo no me cuadraba. Así que no fui. Yo me imagino mi muerte en el coche, porque como me paso el día haciendo bolos… pienso tantas cosas. Un día de pequeño vi una foto de un señor que había muerto follándose a una gallina. Salió en el Interviú. Y se veía al señor muerto, con la gallina, y aplastado por una roca. Pensé: “¿Y si esto le hubiera pasado a Einstein o a Picasso?”. Siempre hubieran sido los tíos que se murieron follando con una gallina. La muerte puede ser muy significativa para explicar cómo ha sido tu vida, y mira que es breve.

¿Quieres epitafio?

No quiero nada. Me importa un rábano. Me gustaría desaparecer del todo, que no quedara ninguna prueba de que he existido.

Te la pela la trascendencia.

Sí, debe ser eso. Bien dicho así.

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