Donde uno conoce al artista es en la decadencia: qué queda después de la gloria, qué queda después del brillo y del foco. Quién es uno después de la fiesta, cuando sólo quedan platos rotos. Cuando ya no se oye ni el último aplauso. Aquí es donde arranca el drama operístico dirigido por Albert Boadella y dedicado a los últimos años de la diva Callas -con interpretación a cargo de la soprano María Rey-joly y el pianista y tenor Antonio Comas como Aristóteles Onassis-. Podrá verse en la Sala Verde de los Teatros del Canal entre el 14 y el 24 de enero, aunque el estreno absoluto tendrá lugar en el Teatro Palacio Valdés de Avilés hoy 9 de enero.

Fue la Callas una soprano ecuménica, una mujer torrente que llegó con su voz a los centros mismos de la tierra. Vivió una infancia paupérrima y dolorosa: se cuenta que su oscura madre, Evangelia, la condujo a prostituirse para sobrevivir en su juventud. Ella solía hacerle compañía a los soldados de la II Guerra Mundial para conseguir comida. El mundo la hizo una hembra dura: no le quedó más remedio que protegerse de la maldad de los otros afilando el colmillo. Por eso la criticaron también: por su carácter. Por saber decir “basta”. Por dar el portazo. Por elevar la voz cuando era necesario, que para eso tenía de sobra.

Con quien no pudo imponerse, tristemente, fue con Aristóteles Onassis: su gigantesco amor frustrado. Cuando él se fue, ella se quedó hueca de pasiones: sólo una cáscara, Maria. Perdió hasta la voz, como en un cuento de hadas malditas. Y esa es la parte de su vida que le interesaba contar a Boadella: la desesperación, el hastío, el vagar errante de una ídola fantasmagórica, las charlas largas con su pasado, la idea de lo que fue amenazándola como un monstruo cíclope.

Un amor maldito

Porque aunque Callas se casó primero con Meneghini en 1949, la gran devoción de su vida fue el multimillonario, por quien abandonó a su esposo y por quien llegó a retirarse de los escenarios un tiempo para entregarse completamente a él. El chasco fue catastrófico: toda la ternura y toda la pasión invertida en ese hombre nunca le fueron devueltas. Él no sólo no accedió nunca a casarse con ella, sino que un buen día la dejó para contraer matrimonio con la viuda Jackeline Kennedy.

La prensa aprovechó para seguir picoteando su alma en descomposición y humillarla una y otra vez. “No debo hacerme ilusiones, la felicidad no es para mí. ¿Es demasiado pedir que me quieran las personas que están a mi lado?”, resoplaba, herida, copando titulares. “Yo intenté centrarme en la última parte de su vida, cuando ella está ya en su apartamento de París, cuando lo había perdido todo, hasta su maravillosa voz”, cuenta Boadella a este periódico.

“Me interesa su caída en picado desde la cima, su tragedia. Hay una cosa curiosa en la Callas y es que durante bastantes años de su vida, hasta los 30, fue una mujer bastante obesa y poco agraciada. Luego empieza un régimen, o se inocula huevos de aquella especie de tenia, y adelgaza como 40 kilos, una barbaridad: entonces se convierte en una mujer bella y atractiva y rompe con su imagen anterior”, comenta.

“Ese hecho es relevante porque llama la atención de Onassis, que era el clásico cazador que pujaba por la pieza más preciada. Se fija en ella, va detrás de ella, y hasta consigue que ella y su marido vayan a hacer una travesía por las islas griegas en su yate”.

Pasión carnal

En ese momento de álgida seducción, ella entra como un miura en su autoconsciencia erótica, en el turbio y eterno mundo de lo carnal. “Esencialmente fue un amor muy sexual. Ella siente por primera vez esa atracción. No fue una atracción intelectual ni artística, sino física, de una potencia inconmensurable. Él no era exactamente guapo, pero sí era atractivo y tenía una fuerza arrolladora”, cuenta Boadella.

“Todo hasta que él, como buen cazador en el mismísimo Paleolítico, busca otra pieza más importante: y en ese momento lo era la viuda del presidente de los EEUU, el país más poderoso de la tierra. Él ataca a Jackie Kennedy o ella le ataca a él, desde el punto de vista económico”. Cisma.

La relación entre Maria y Aristóteles tuvo muchos altibajos, ya que “ella tuvo un hijo de él que se murió al nacer, un hijo que Onassis no quería para nada”. Todo eso la cubrió de dolor. “Él siempre procuró tener una vida libre, por eso no quiso ligarse a ella en una boda. En el caso de Jackie, creo que sólo la podía tener matrimonio mediante, porque ella tenía que arreglar los papeles… y porque ella tendría otros amantes. Para él exhibirla como a un trofeo, tenía que casarse con ella. No le bastó con ser su affaire. Ella, por su parte, le exigió unas condiciones draconianas para el enlace y le sacó muchísimo dinero”. Todo era cuestión, dice el dramaturgo, de cierto “glamour político”.

Delirios del pasado

No piensa Boadella que Onassis se enamorase realmente de Jackie -aquello iba de intereses, de fachada-, pero sí de Maria. “Quizá fue de las pocas mujeres que amó. Luego, casado con la Kennedy, le insistía para que le abriera la puerta de su apartamento, amenazó con derribar una valla metálica de la avenida donde ella vivía en París… tuvieron ciertos encuentros amistosos. También cuentan, aunque esto no es seguro, que cuando murió Onassis en el hospital americano de París ella fue a visitarle porque fue de sus últimas voluntades”.

En la obra que ahora se presenta, la Diva delira. Sueña con él. Fantasea con que protagoniza con él los grandes dramas de la ópera, y allí, en la ficción, él la mata o mueren juntos. “Es una historia de amor trágica. Hay un doble juego en el que ella confunde en ciertos momentos al pianista repetidor con el que va a hacer los recitales con Onassis, y revive momentos felices y desgraciados con él, y ella le expresa su rencor por e abandono. Hay una transición armoniosa entre lo hablado y lo cantado, una continuidad”.

Violencia y amargura

Señala que ella era una mujer con dos pantalones bien puestos, y que su romance iba de “dos colosos del Olimpo peleándose”: “Se peleaban a empujones, casi violentamente. Eran pasionales. En algún momento ella lo rechazó a él, cuando él fue a refugiarse en sus brazos después de que las cosas fueran mal con Jackie. Pero ella no lo pudo perdonar. Fue humillante. Se enteró por los periódicos. Nunca se recuperó de aquello. Dicen que murió de un infarto, pero se sabe que ella tomaba muchos tranquilizantes y que a las pocas horas de encontrarla muerta incineraron su cuerpo: entonces el suicidio no era como ahora, era algo que quedaba fuera de la corrección moral”.

Fueron dos amantes locos, con mala estrella. “Eran gente que vivía al límite. Ella fue la primera diva que estuvo un día en San Francisco y a la mañana siguiente en el Metropolitan de Nueva York. La de él también fue una vida potente, con un capital esplendoroso. Cuando se vive así, en la cuerda, cuando no se tiene una pequeña vida estable y mediocre, los riesgos y los accidentes son constantes. Es fácil que todo dé un giro, que el dinero acabe pudriéndolo todo. Él perdió a un hijo en un accidente de aviación, ¡su heredero!, y su hija era una drogada de coca-colas. Ella lo perdió todo sin él. Son las grandes paradojas de la vida”, clausura.

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