El nombre de Encarnita Polo no deja de sonar en los medios de comunicación ni en la prensa de crónica social en las últimas horas. No es para menos: las circunstancias de su fallecimiento, a los 86 años, han dejado en shock a propios y extraños. Es difícil de asimilar un deceso así.
La artista fue asesinada a manos de un hombre de 66 años, en apariencia con problemas de demencia, que residía bajo el mismo techo que ella en una residencia de ancianos de Ávila. De este modo tan trágico se fue para siempre una de las artistas más queridas y respetadas.
Mientras la investigación sigue su curso, las informaciones sobre este truculento suceso no dejan de sucederse. Hay quien sostiene que Encarnita vivió aislada en su último tramo de vida; otras voces sostienen que su hija, Raquel Waitzman, habría sido la encargada de su incomunicación.
Encarnita junto a su hija, Raquel, en un acto público.
Informaciones, en su mayoría "falacias malintencionadas", como las califica a EL ESPAÑOL una persona próxima a la artista, que se han sumado a las palabras vertidas por Rappel (80), quien acusa a la hija de Polo de "abandonarla" en una residencia y vender "sus pisos y sus joyas".
Lo que es un hecho es que el último adiós a Encarnita ha estado marcado por las ausencias y por un carácter íntimo. Desde el entorno de la cantante de Paco, Paco, Paco se asevera: "De su hija se han dicho muchas mentiras". Lo único que se ha procurado con Polo ha sido protegerla.
En su último tramo, Encarnita se mostró más vulnerable y fue entonces cuando su hija Raquel tomó mayor control en su día a día. "¿Quién se iba a figurar que esto iba a pasarle? Esa no es la realidad de las residencias", se apostilla.
En otro renglón, un buen amigo de Encarnita desliza que murió con un sueño que no pudo cumplir en vida ni ver hecho realidad. Tenía que ver con el reconocimiento profesional en su propia tierra, Sevilla. A Encarnita le hubiera encantado que la premiaran en su lugar de nacimiento.
Madre e hija, en una imagen de archivo.
Hace unos años, según se hace constar a EL ESPAÑOL, se planteó que se creara, por un lado, una escultura en su honor; y por otro lado, que se colocara una placa en la calle en que nació. Hubo conversaciones, muy vagas, que no terminaron en nada en concreto, así lo detalla una fuente.
Esta falta de reconocimiento, eso sí, no es algo que le procurara infelicidad a Encarnita. La artista fue una mujer feliz hasta el final de sus días. Siempre tenía una sonrisa en el rostro, pasara lo que pasara. Sólo había dos cosas que la alteraban: la fe y la familia.
Fue Encarnita una mujer profundamente religiosa y, tras divorciarse de su primer y único marido, el compositor argentino Adolfo Waitzman -con quien se casó en 1969 y se separó nueve años después-, nunca pensó en el amor ni se le conoció relación sentimental alguna.
No era algo que le preocupara; su vida estaba llena de otras cosas. En el apartado de la familia, amén de su hija y su nieto, por los que sentía verdadera devoción, Encarnita tenía un especial vínculo, una unión única con su hermano Manolo. Él fue confidente y amigo.
También sintió preocupación casi como padre por Encarnita en algún tramo de su vida. Manolo fue, sin duda, el hombre "más importante" en la vida de Polo, con permiso de sus otros siete hermanos. En otro orden de cosas, la amistad también ocupaba un gran hueco en el corazón de Polo.
Encarnita quería sin pedir nada a cambio, se preocupaba, estaba presente en la vida de su gente. Supo cuidar de las amistades. De su intensa red de afectos, hay dos nombres que se destacan en especial: el de Montserrat Caballé y el de Begoña Sierra, dueña de El Bingo Las Vegas.
Encarnita Polo en una fotografía tomada en 1960.
Ese amor que dio lo recibió siempre, en la salud y también en la enfermedad, como cuando cayó enferma de cáncer de mama. Su última etapa fue serena y feliz, dentro de los achaques propios de la edad. No se la aisló en contra de su voluntad.
Se insiste en que en esos comentarios hay "ignorancia". Encarnita se trasladó a vivir a Ávila, desde Madrid, para estar más cerca de su hija. Lo hizo por decisión propia, explica a EL ESPAÑOL una fuente de total solvencia. Quiso estar más próxima a la familia.
Sobre todo, desde que se convirtió en abuela. Cuenta quien lo sabe que Encarnita sólo tenía una preocupación en vida: el bienestar de su hija.
Quedó muy contenta cuando Raquel se formó como periodista -también como abogada- y contrajo matrimonio con un hombre del que no han trascendido detalles públicos.
Desde que Encarnita se mudó a Ávila su hija se encargó de cuidarla y la mantuvo alejada del ruido mediático; quiso protegerla en una etapa de la vida, quizás, más vulnerable. Tal era el hermetismo que se instaló en la vida de la artista que no se sabía que vivía en una residencia.
