La señora española acabó con el lonely people cocktail bar. Cruzó su puerta, conquistó su moqueta y sentó en sus mesas a su grupo de amigas. La soledad se come a cucharadas con la mirada perdida en el televisor de casa. Esto es un bar y aquí, la señora española, ni ahoga penas ni mastica soledad. Moja porras en chocolate o empuja la alegría con un plato de jamón y un Bitter Kas.

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Son cinco, llevan el pelo cardado. Unas lo han teñido de rubio, otra lo conserva más oscuro y algunas lo llevan cano. Han llegado casi todas a la vez y una ha dispuesto sin disponer. Ha elegido silla, de cara a la puerta, pero lo ha hecho de manera que parezca que son otras las que eligen por ella. Disimula sacando conversación delante de la silla que quiere mientras deslía de su cuello el fular. Fuerza sin forzar que otras cedan y se sienten en cualquier silla menos en la que ella prefiere. Ese gesto, ese partir y repartir y quedarse con la mejor parte delata a la capitana.

Cuatro vasos de whisky como cuatro soles viajan en bandeja de la barra a la mesa de cuatro amigas. Para hacer hueco, una recoge las tazas vacías y se las va dando al camarero.

Son tres, muy diferentes. Cuando yo llegué, ya estaban allí. Tienen las bebidas a medias. Una da sorbos a una infusión. Otra pidió un vermut y otra se ha conformado con una 0,0. Mientras hablan de su última visita al médico, lo mayor que está la nieta de María o comentan lo último que ha dicho Casado, apuran los aperitivos que les han puesto con las bebidas. Una aceituna chupadedos queda solitaria en el plato anunciando que ya pueden pedir otra ronda. Y piden otra ronda y la carta.

Somos dos, mi amiga y yo, quienes entramos desorientadas y no sabemos qué mesa queremos. Elijo el sofacito de espaldas a la ventana. Mi amiga, una silla con reposabrazos frente a la tele. Una Mahou Clásica y otra sin gluten. Y a contarnos la vida con frutos secos.  

Es una pareja de más de setenta años la que va directa a la mesa que hay frente a la pantalla que emite un partido del Atleti. Él se quita el abrigo y se sienta en el sofacito. Ella elige una butaca que mira a la barra. Una copa de vino tinto para cada uno y una ración de jamón cortado a cuchillo, de momento. Gracias.

Uno y otro y otro y otro son los clientes que han preferido quedarse a consumir en la barra. No están juntos, pero no están solos porque ahí sus problemas, si quieren, los conocen todos. Y si el Atleti quiere hacer el favor de marcar, igual alguien descubre con quien compartir la alegría. O con quien discutir que no había fuera de juego.

La señora española acabó con el lonely people cocktail bar. Cruzó su umbral y le dijo a la soledad que la esperase en la puerta. Contigo me como la sopa cada día. Hoy toca comer jamón con mis amigas.