El agua de Carabaña es incolora, pero para nada es inodora ni insípida. Quienes la han probado aseguran que era muy salada y asquerosa. Hoy en día, la mayoría no tenemos ni idea de qué es esta sustancia, sin embargo, nuestros abuelos siempre tenían una botella en casa. Y no es porque fueran masoquistas (¿o sí?). El agua servía para "purgarse", lo que consiste, básicamente, en provocarse una diarrea.

Puede parecer extraño pero, a principios del siglo XX, quienes comerciaron con agua de Carabaña 'se hicieron de oro'. Buena prueba de ello es la publicidad de este producto: han aparecido en algunas obras anuncios sobre azulejos que se estima que se pintasen en 1920. Sin ir más lejos, en la estación de metro de Chamberí de Madrid, que ahora ha quedado como museo, se conserva uno de estos.

"El mejor purgante: aguas minerales naturales de Carabaña depurativas", reza el cartel. Sí, están hablando de ir al baño, pero ahí no queda la cosa: "antibiliosas, antiherpéticas, de venta y consumo en todo el mundo". Se les fue la mano con las propiedades, de eso no hay duda. Y es que, aparte de 'mover el vientre', no cumplían ninguna otra función.

Lo que sí era cierto es que estas aguas llegaron a consumirse en el mundo entero. A los franceses les encantaba el agua de Carabaña e, incluso, fue conocida en Nueva Zelanda. Pero, ¿cómo puede explicarse el éxito de un producto como éste? "A principios del siglo pasado eran bastante comunes las intoxicaciones alimentarias y, los métodos purgantes se utilizaban para expulsar todo lo que tuvieras dentro", explica a EL ESPAÑOL José Miguel Mulet, profesor de Biotecnología de la Universidad Politécnica de Valencia.

Historia de un manantial 'milagroso'

Hoy en día, las intoxicaciones alimenticias son más anecdóticas y, normalmente, se realizan lavados de estómago en hospitales. En aquella época, las aguas de Carabaña no eran las únicas que provocaban apretones en el mundo entero, sin embargo, eran las más vendidas de España. Proceden del pueblo de Carabaña que está en Madrid. Desde tiempos inmemoriales, los pastores de la zona habían hecho correr el rumor de que el agua del cerro de Cabeza Gorda tenía unos asombrosos efectos laxantes. El secreto estaba en la gran concentración de sulfato de sodio que tenían.

Un reportero visita lo que queda de la producción de agua de Carabaña.

La gente del pueblo obtuvo el derecho de libre uso de estas fuentes y, de entre ellos, a un hombre se le ocurrió convertirlo en negocio a finales del siglo XIX: Ruperto Jacinto Chávarri. En ese momento, un montón de médicos y asociaciones científicas 'comprobaron' los poderes de estas aguas que obtuvieron el estatus de minero-medicinales en 1883. "La consideración de aguas minero-medicinales no la da un médico, sino un geólogo. Eso sigue siendo así en la actualidad por una ley de 1926. Utilizar el término 'medicinal', en este caso, puede llevar a la confusión porque no lo ha aprobado un médico", razona Mulet.

Sin embargo, en ese momento se creía 'a pies juntillas' que las aguas medicinales tenían unos efectos evidentes en la salud. Chávarri pronto pudo hacerse con bastantes de las tierras circundantes para poder explotar mejor la fuente y se vio obligado a construir un balneario. Una ley de 1892 exigía que, quienes tuvieran aguas medicinales abriesen centros para que los pacientes que pudieran se beneficiaran de ellas.

"Los balnearios siguen siendo considerados como instalaciones sanitarias, pero sus beneficios son más un mito que otra cosa". Mulet admite que tienen algo positivo: "mientras estás allí, estás relajado y tranquilo, y eso puede ayudar. Sin embargo, tienen un interés turístico considerable y muchos de los tratamientos que ofrecen no tienen nada que ver con las aguas del lugar".

Un agua no muy especial

De todas formas, el balneario no llegó a recibir pacientes y es que Chávarri se lo quedó como casa de campo. Firmó contratos con empresas de Francia para comercializar sus aguas en ese país. Comenzaba el siglo XX y, en las primeras décadas, las botellas de agua de Carabaña 'se vendieron como churros': los años entre 1920 y 1936 fueron el mejor período de ventas pero, a pesar de la Guerra Civil, en los 40 se seguían vendiendo dos millones de botellas al año.

En la actualidad ya no se vende agua de Carabaña. Los productos que comemos ahora son más seguros y se producen menos intoxicaciones. Además, en caso de necesitar depurar el sistema digestivo, existen medicamentos que han superado a estas aguas saladas. "Todas las aguas tienen escasos beneficios. Por ejemplo, las que son ricas en magnesio pueden tener algún efecto en tratamientos reumáticos, pero no hace falta ir a ninguna fuente milagrosa. El agua del grifo de la zona mediterránea de España tiene suficiente magnesio. En cuanto al agua de Carabaña, no existen estudios científicos sobre sus efectos por lo que no pueden afirmarse sus supuestos grandes beneficios", asegura José Miguel Mulet.

Noticias relacionadas