En este año de Covid-19, en que tanto se teme y nos ha tenido confinados, adentrarnos en La Moraña abulense es una de las mayores satisfacciones personales en el camino por tierras de Castilla, alejados de virus y aglomeraciones. Solo al encuentro de unas tierras ocres y ricas en belleza y silencio. Aprovechando el excelente marco arquitectónico que brinda Arévalo, nos encontramos al grupo Teatro de Historia que, en tono de humor, realiza diversas recreaciones sobre pasajes históricos y personajes relacionados con esta villa abulense: Isabel la Católica y Fernando, Don Juan Velázquez, San Ignacio de Loyola...

La Moraña (tierra de moros) es una comarca de la provincia de Ávila, situada en su zona norte entre las provincias de Salamanca, Valladolid y Segovia. Una amplia zona que se extiende entre mares de cereal y pequeños bosques de pinos, porque otros árboles escasean en el páramo. Un lugar donde sobresale el rojizo de ábsides y alquerías, de plazas y torres. Memoria de aquellos musulmanes que tras la Reconquista decidieron quedarse en estas tierras. Un recuerdo, que se desvanece como la arquitectura, de aquella España de las tres culturas, centro político y epicentro de la historia. Una amplia llanura que conservó, en la difícil Edad Media, su población moruna.

La presencia de esta población de origen árabe impregnó diferencia, como también el monótono paisaje, el arte, el porte tradicional y la raza. Aquí se cultivó, junto al cereal, una arquitectura especial que expandió sus influencias hacia Salamanca –comarcas de Peñaranda y Alba de Tormes-, Segovia, Valladolid y Zamora. Una construcción pobre, sin grandes alardes, mitad moruna mitad cristiana, muy lejos de la grandiosidad de las grandes catedrales, palacios, iglesias o conventos, realizada por manos de aquellos que mediante su aportación –económica o laboral- servía para el descargo de conciencias en tiempos de grandes turbulencias religiosas.

En este ambiente social del medievo, con una Inquisición al acecho y el moro que deseaba vivir a su manera, nació este estilo arquitectónico, el mudéjar que proviene del árabe mudayyan. Un arte que surgió con materiales propios de la tierra, sencillos, con el ladrillo rojo como característica, sin grandes labrados salvo esos artesonados en madera que eran un primor de bella filigrana arábiga.

Ese mudéjar es el que muestra al visitante La Moraña mediante iglesias, castillos, murallas, torres, arcos y campanarios, sin olvidarnos de palacios. Un estilo que nació cuando los cristianos reconquistaban algún lugar y dejaban permanecer en él a los musulmanes, conservando religión y costumbres. La convivencia, pacífica y reglamentada, llevó a los mudéjares a barrios diferenciados, las aljamas, donde vivían según sus propias leyes, aceptando el trato de vasallos y pagando los tributos correspondientes. Y fueron los mudéjares, algunos de ellos excelentes arquitectos, albañiles y carpinteros, quienes levantaron edificios civiles y templos cristianos, adaptando el románico a los pobres materiales de la meseta castellana. Así, en Castilla, escasa de buena piedra, se utilizó el ladrillo o el tapial de cantos esquistosos y graníticos, trabados con mortero de cal.

En La Moraña, las iglesias carecen de historia y de fecha, aunque, la mayor parte debió levantarse en la segunda mitad del siglo XII. Y, aunque algunas corresponden al XIII, sus particulares características hacen indudable que debieron construirse casi simultáneamente. Complicado en la visita es ver tan sólo una intacta y completa. Pero ello no es excusa para no acercarse hasta La Moraña y contemplar, unas restauradas, otras medio abandonadas, el arte de aquéllos que se vieron sometidos, pero, no por ello, abandonaron la idea de crear con lo poco que tenían a mano.

A modo de historia

Después de la despoblación de esta tierra producida desde la invasión árabe, la vuelta a su repoblación viene de la mano de grupos mozárabes y muladíes que desde la segunda mitad del siglo X y todo el siglo XI van estableciéndose en esta comarca, parte de las extremaduras castellanas, y, por cierto, una zona de clara inestabilidad política hasta la reconquista de Toledo en 1085. El término La Moraña hace referencia a la condición de maurio moro en la cultura árabe. Estos pobladores si bien mantienen en su mayoría la religión cristiana, presentan elementos aglutinantes por cuanto usan indistintamente la lengua latina-romance y la árabe, igualmente y en este sentido conservaron su cultura romano-visigótica, pero con importantes elementos árabes. Es a partir de la citada reconquista de Toledo y la consolidación de las extremaduras castellanas, cuando a través de los consejos de villa y tierra se va repoblando la comarca con emigrantes de otras partes del norte de la península.

Por ello, la inmensa llanura de La Moraña abulense nos brinda una enorme riqueza patrimonial. Los municipios que la componen atesoran un abundante elenco de admirables iglesias con torres y artesonados mudéjares. Un recorrido, el nuestro, que nos llevará también a Fontiveros y Madrigal de las Altas Torres, con parada en Peñaranda de Bracamonte para aprovisionarnos de dulces artesanos y buscar esa difícil instantánea en una arquitectura difusa.

Arévalo



Plaza de Arévalo



Llegamos a la capital de la comarca de La Moraña o La Tierra de Arévalo. Un municipio que cuenta con una población de 8.118 habitantes, que lo convierte en la segunda población en número de habitantes de la provincia, tras Ávila. La villa es foco de gran atractivo turístico por su gastronomía, historia y patrimonio artístico. Siendo, además, una de las ciudades de Castilla y León con mayor cantidad de monumentos mudéjares. Se trata de un municipio con declaración de Conjunto Histórico-Artístico.

A la llegada nos recibe el grupo Teatro de Historia para, en clave de humor, recorrer plazas y lugares para recrear pasajes históricos y personajes de la dilatada historia de esta ciudad: Juan II, la reina Isabel de Castilla y su esposo Fernando de Aragón, San Ignacio de Loyola (Iñigo López de Loyola, que sirvió en casa de Juan Velázquez), los Trastámara o el mencionado Juan Velázquez de Cuéllar, uno de los favoritos de la corte en aquella época, y cuna del periodista y escritor Emilio Romero.

El pequeño recorrido por Árevalo nos conduce a la Plaza de la Villa, típicamente castellana y porticada, en la que se levanta la iglesia de Santa María –sin culto- que pude datar de los siglos XII-XIII, también conocida como iglesia de Santa María la Real, cuya principal peculiaridad es que su torre –la más alta de Arévalo- es atravesada por la calle del mismo nombre. Además, presenta típica construcción mudéjar en la parte exterior del altar mayor.

En la misma plaza y sosteniéndose su construcción en la muralla que tiene como base el río Adaja, se encuentra la iglesia de San Martín o de las Torres Gemelas, que data del siglo XII. Iglesia católica reconvertida en mezquita durante la ocupación musulmana regresando más tarde al culto cristiano tras la Reconquista. Actualmente se encuentra muy restaurada y acoge una sala de exposiciones (Centro Cultural de la Iglesia de San Martín).

La tercera iglesia es la del Salvador, cerrada también al culto, en ella se guardan los pasos procesionales de la Semana Santa arevalense, que amalgama diversos estilos arquitectónicos, como resultado de las sucesivas transformaciones experimentadas desde su primera fábrica románica en el siglo XII. Según una tradición apócrifa, el origen del templo se remonta a la época del emperador romano Constantino, quien la mandó erigir en el año 336. Otra tradición asegura que durante el dominio musulmán, El Salvador mantuvo el culto cristiano mozárabe. Algunos autores proponen su remota condición de sinagoga judía.

En este templo del Salvador finaliza nuestro recorrido arquitectónico, no debemos olvidar el castillo de Arévalo, en el vértice amesetado de los ríos Adaja y Arevalillo; la muralla, de la cual sólo es apreciable su parte norte debido a su deterioro, en la que se puede ver la puerta llamada de la Cárcel o Arco del Alcocer, que fue la entrada principal de la muralla y acoge la oficina de turismo de la ciudad, en cuya entrada nos recibe una estatua de bronce de Isabel la Católica.

Antes de pasar a degustar la gastronomía de Arévalo, el grupo Teatro de Historia nos trasladó a la época de Juan II y su esposa Isabel de Portugal, quien después de la muerte de su marido, pasó su vida en el palacio actualmente desaparecido. De su hija Isabel I de Castilla que vivió en la ciudad toda su juventud junto a su hermano Alfonso y su madre. Aunque nacida en Madrigal de las Altas Torres, acudía a Arévalo para celebrar las ferias y a la que denominaba “la mi villa de Arévalo”. El mismo Fray Juan Gil, trinitario que se cambió por Miguel de Cervantes liberándolo de la prisión de Árgel, de mano de los turcos, después de la Batalla de Lepanto. Y San Ignacio de Loyola, famoso religioso guipuzcoano (1491-1556), fundador de la Compañía de Jesús cuya adolescencia transcurrió en Arévalo al servicio de Don Juan Velázquez de Cuéllar.

La Moraña es hogar de sabores exquisitos. Entre todos ellos, además de un tapeo variado y sabroso por bares como Joselito –de esencia taurina-, destaca uno verdaderamente estelar: el Tostón de Arévalo, cocinado lentamente y con primorosa artesanía en los tradicionales hornos de leña. Del mismo pudimos dar buena cuenta en Asador Siboney, considerado de los mejores restaurantes de la provincia de Ávila, abriendo nuestro apetito con unas sabrosas mollejas rebozadas y unas exquisitas anchoas traídas de Cantabria acompañadas de ventresca, pimientos del piquillo sobre una capa de tomate triturado y regadas con aceite de oliva virgen extra. Este restaurante, regido por Javier Rodríguez, se encuentra en un palacete colonial decorado con obras de arte exquisitas. Un verdadero museo que merece la pena visitar, siendo además lugar donde solo se consumen productos con la marca ‘Tierra de Sabor’.

Fontiveros

Iglesia y monumento a San Juan de la Cruz en Fontiveros

Dejamos atrás Arévalo, no sin antes hacernos con unos sombreros de esparto en El Cordelero, en tarde ventosa pero de agobiante calor. Como decía Carlos Velasco, “hoy vamos por la vida sin prisas, como tratantes de ganado después de la feria", recordando viejos tiempos con Paco Cañamero y Luis Falcón. Por tierras de cereal y girasol, con escasos árboles en el horizonte, donde solo otean las cumbres de Gredos, nos encaminamos a Fontiveros, lugar para evocar a San Juan de la Cruz, natural de este municipio, místico arrobado y patrón de los poetas en lengua hispana. Donde también nos llega el recuerdo del querido y llorado amigo Julio Robles, nacido en este municipio, aunque su vida casi en su totalidad transcurrió en La Fuente de San Esteban y su finca La Glorieta en Peña de Cabra.

En Fontiveros solo encontramos una estatua de San Juan de la Cruz en la plaza que recibe su nombre, obra del escultor Ricardo Font, esculpida en bronce sobre pedestal de granito. Esta estatua se hizo por suscripción popular en el año 1928. En su pedestal aparece un águila en bronce, símbolo de la Orden Carmelitana y la frase: “Señor, padecer y ser despreciado por Vos”. En esta plaza se encuentra la iglesia parroquial, de la que dicen fue edificada sobre una sinagoga judía y que solo conserva de interés un artesonado mudéjar. Además, también encontramos el Convento de las Monjas, que se fundó en 1253 en un Beaterio que fue abandonado en 1620 por los males de una laguna inmediata, ubicándose en las calles Cantiveros y del Carmen.

Madrigal de las Altas Torres

Torreones de la muralla de Madrigal de las Altas Torres

De Fontiveros salimos para Madrigal de las Altas Torres, nuestro inicial trayecto desde Arévalo. Ya desde la distancia, en la llanura se avistan las torres de un municipio cuna de importantes personalidades de la historia castellana. Isabel la Católica, el obispo y teólogo Alonso de Madrigal ‘El Tostado’, el evangelizador de las tierras de México Vasco de Quiroga, y último refugio espiritual de Fray Luis de León.

Al llegar al municipio, lo primero que nos viene a la mente es el trazado de esta villa, que nos remonta a una luminosa época de nuestro mejor pasado –hablamos de los siglos XV y XVI-. Este tiempo debió de ser esplendoroso, como queda de manifiesto en la Plaza del Cristo, donde se ubica el Monasterio de Nuestra Señora de Gracia, que fue palacio en tiempos de Juan II de Castilla, cuya hija Isabel la Católica nació en el mismo el 22 de abril de 1451, declarado Monumento Nacional en 1492. Al Monasterio se ingresa desde la Plaza a través de tres arcadas de estilo gótico civil renacentista. El claustro principal es un cuadrilátero de gran sencillez, que presenta dos arcadas superpuestas en ambos pisos en torno a un espacio central ajardinado. De su interior, nada podemos decir porque, sin ser aún media tarde, estaba cerrado a las visitas. En 1527 Carlos V lo cede a la comunidad de monjas agustinas existentes en la villa y que hasta día de hoy lo siguen habitando. Dos de las cuales, de avanzada edad, pudimos observar cuando abrieron la puerta para sus mundanos oficios.

No muy lejos del Convento de Nuestra Señora de Gracia, en la misma plaza, se encuentra el Real Hospital de la Purísima Concepción. Un notable edificio fundado en 1443 por Doña María de Aragón, quien fuera la primera esposa de Don Juan II, y reconstruido en el siglo XVI, sufriendo diversas reformas en el s. XVIII. El motivo principal de su construcción fue la de albergar a pobres y enfermos desamparados. Construido en ladrillo, tapial y piedra para las partes nobles, cuenta con planta cuadrada con lateral a una calle y el otro lateral con una capilla adosada que continua intacta desde la reforma del siglo XVIII, y que nos llama la atención por su interés escultórico, silencio y fresca oscuridad con efluvios de aquellas épocas. Con planta de cruz latina, muy espaciosa y de cargado barroquismo, alberga la imagen más venerada de Madrigal de las Altas Torres: el Cristo de las Injurias, de estilo gótico del siglo XV. Esta escultura de madera policromada descansa sobre un retablo churrigueresco del siglo XVIII con antiguo y original grupo de madera con imágenes religiosas de la Virgen María, la Magdalena y otras como el Apóstol Santiago montado en su famoso caballo en corveta.

El pasado guerrero de Madrigal de las Altas Torres aparece reflejado en su antigua muralla, plagada de numerosas torres vigías desde las que se defendía la villa de los invasores. Su levantamiento se hizo indispensable, ya que las condiciones naturales no ofrecían posibilidad de defensa sin ellas, al estar situada la población en una gran llanura. La muralla es una soberbia construcción románica-mudéjar de carácter militar, que de conservarse completa no dudamos que competiría en grandeza con la muralla de Ávila. Hoy es considerada uno de los monumentos de la arquitectura militar más importantes de Europa siendo declarada Monumento Histórico Artístico el 3 de junio de 1931. Es incierto su origen, pero parece que entre los siglos XI y XII se levantó una primera cerca ante la amenaza almorávide. Una segunda se levantaría en tiempos de Sancho III, a mediados del siglo XII. La visión de los restos de este recinto amurallado, si bien ofrecen la imagen inexorable del paso del tiempo, no es menos cierto que tienen una indudable belleza en la descomposición de sus colores ocres y rojizos con la luz del atardecer con cielo oscuro de tormenta.

Si entramos a Madrigal por la Puerta de Arévalo, sencilla en ornamentación, pasamos por la de Medina, que consta de arco de entrada y torre albarrana. Avanzamos por la Puerta de Cantalapiedra, que nos produce una sensación de fortaleza que hace de ella la más espectacular, y, desde ésta a la de Peñaranda, por donde salimos para tomar la carretera que nos conducirá a esta ciudad salmantina.

En estos días que tanto furor tienen las series históricas en las televisiones, sobre todo la conocida como ‘Isabel’ en TVE, haremos un pequeño recordatorio de Isabel de Castilla, -hija de Juan II de Castilla y de su segunda mujer, Isabel de Portugal (1428-1496)-, quien nació en Madrigal de las Altas Torres (Ávila) el 22 de abril, Jueves Santo, de 1451 en el palacio que hoy ocupa el Monasterio de Nuestra Señora de Gracia. Madrigal era entonces una pequeña villa de realengo donde circunstancialmente residía su madre, Isabel de Aviz o de Portugal, y de ella recibe el nombre que entonces no era frecuente en España. Dos años después, en Tordesillas, nació su hermano Alfonso. Con anterioridad, fruto del matrimonio entre Juan II de Castilla y María de Aragón, y por lo tanto hermano de Isabel por parte de padre, había nacido Enrique, que accedería al trono en 1454 como Enrique IV, fue rey de Castilla desde 1454 hasta su muerte en 1474. Algunos historiadores le llamaron despectivamente Enrique ‘el Impotente’. Hermano de padre de Isabel, que se proclamó reina a su muerte, y de Alfonso, que le disputó el trono en vida.

Imbuidos en una conversación histórica, de lo que fueron estos lugares de La Moraña, en su día centro del mundo y hoy no más que unos municipios que lloran el olvido, llegamos a Peñaranda de Bracamonte para hacernos con dulces artesanales y, de paso, planificar nuestra próxima ruta: Las Arribes del Duero salmantinas. Pero el camino sigue hasta encontrarnos con el río Duero.

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