Ana Hernández, una madre vallisoletana, no olvidará jamás el lunes 28 de abril, el famoso día del gran apagón. España sufrió un fundido al negro sin precedentes que colapsó trenes, comunicaciones y todas las vidas.
Ella viajaba con su madre y sus dos hijos pequeños, de cinco y ocho años, en un tren de regreso desde Alicante hacia Valladolid. Lo que debía ser un viaje tranquilo, se convirtió en una odisea marcada por la incertidumbre, el calor, pero también marcado por la gran ayuda de los voluntarios.
“Nos pilló el apagón entre Albacete y Cuenca. Se paró el tren en mitad de la nada. No había ni pueblos, ni cobertura, ni forma de saber qué estaba pasando”, cuenta Ana, todavía visiblemente afectada porque ha pasado “una noche tremenda”.
Durante más de ocho horas permanecieron detenidos bajo un sol sofocante. Sin agua, sin comida y sin información. Ana lo recuerda con una mezcla de rabia y desconsuelo: “Era un tren low cost de Renfe, sin cafetería, sin nada. Y alrededor, absolutamente nada”, lamenta.
Los pasajeros, desesperados, empezaron a abrir las puertas como podían para dejar entrar algo de aire. Personas mayores, niños pequeños, familias enteras, todos atrapados sin recursos básicos. La desesperación se pudo palpar en cada vagón con momentos de tensión.
"¡Ay! ¡Madre mía! ¡Por Dios! ¡No me digas que se va a parar aquí!", exclamaba una señora en el mismo vagón en el que viajaba Ana. También Gema, una periodista de Espejo Público que fue grabando lo que ocurría.
Polideportivo donde tuvieron que dormir
Tantas horas de espera fueron amenizadas por un coro de música que hizo las delicias de los sufridos pasajeros, como se puede ver en el vídeo que acompaña a esta noticia.
Pasadas unas cinco horas, les anunciaron que una locomotora acudiría a remolcar el tren hasta Cuenca. El trayecto, lento y angustioso, duró otras dos horas. Cuando por fin llegaron a la estación, la esperanza de encontrar apoyo institucional se esfumó de golpe.
“Nadie nos esperaba, la gente de Protección Civil nos dijo que no sabía nada de delegación de Gobierno. Nadie sabía que veníamos. Ni agua, ni comida, ni un plan. Solo una pequeña tienda que nos quería cobrar casi tres euros por una botella de agua”, critica.
Horas sin agua ni comida en las que ni la Guardia Civil que acudió a la estación de Cuenca tenía como comunicarse con la central del 112.
Finalmente, gracias a la intervención de Protección Civil y Cruz Roja, fueron llevados a un polideportivo de Cuenca donde encontraron refugio, comida y consuelo. “Ahí cambió todo. Nos trataron con mucho cariño, sobre todo a los niños. Fue un alivio después de tanta tensión.”
Al amanecer, les ofrecieron dos opciones: volver a Alicante o continuar hacia Madrid si había plazas. Ana y su familia consiguieron llegar a Chamartín, y de allí a Valladolid, casi 24 horas después de haber salido.
La experiencia, según ella, deja una enseñanza clara: “Lo que más falló fue la falta de información y de previsión. Nadie nos ayudó durante horas. Los empleados del tren estaban tan desbordados como nosotros. Y al final, quien más nos ayudó fue la gente de a pie, los voluntarios, los que de verdad se movilizaron.”
Ana puede contar su historia, pero insiste en que esto no debería repetirse porque ya “hemos pasado por varias tragedias y no aprendemos nada, ahora llegará otra noticia y esto se olvidará”.