Traspinedo es una localidad vallisoletana que se ubica a unos 20 minutos en coche de la capital. En la actualidad cuenta, según los datos del Instituto Nacional de Estadística, con 1.201 habitantes censados que se deleitan con la gastronomía del lugar. También lo hacen los forasteros, principalmente el fin de semana, cuando visitan el pueblo.

El municipio pucelano cuenta con varios restaurantes en los que a los platos tradicionales de la cocina castellana se unen los excelentes pinchos de lechazo a la brasa, todo bañado con los mejores vinos de la tierra.

De los mejores pinchos de lechazo saben, y mucho, en el Mesón Molinero que se ubica en la calle Mayor número 2 de Traspinedo. Un establecimiento hostelero que tiene más de 50 años de historia y que es especialista en deleitar a los paladares de todos sus clientes con este perfecto manjar que triunfa en tierras vallisoletanas.  

El establecimiento hostelero está gestionado, ahora mismo por Ana Puertas Santaolaya, de 43 años, que pasa por ser copropietaria del local junto a su hermana Elena. Fundado por su padre, Guillermo Puertas García, son la segunda generación que lo regenta.

“Las dos tenemos carreras universitarias dispares y hemos ejercido diferentes profesiones llegando a pedir una excedencia para emprender este camino. Por ejemplo, Elena trabajaba en la guardería pública de Traspinedo y yo era funcionaria de Hacienda en Madrid. Al final tuvimos que volver a nuestro hogar, en el que siempre hemos vivido, y seguir el legado de nuestro padre”, confiesa Ana en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León.

Los inicios del Mesón Molinero en Traspinedo

Guillermo Puertas era el padre de Elena y Ana. Mayor de siete hermanos, de familia humilde. Tuvo que emigrar a Alemania y con esos ahorros al volver se le ocurrió la idea de montar un negocio de pinchos de lechazo. Era una tradición popular que habían iniciado los pastores en el campo, cuando caminaba junto a sus ovejas. Si alguna se lesionaba, la asaban allí mismo con los sarmientos de los viñedos. 

La población local adquirió esa costumbre a las puertas de las bodegas y merenderos. Fue Guillermo el primero que lo comercializó en el año 1970. Un pionero. Su establecimiento hostelero comenzó siendo un bar por esa fecha hace ya más de 50 años. Allí asaba los pinchos, en un corral que había delante. Eso gustó tanto que lo fue ampliando hasta convertirse en lo que, a día de hoy, es el Mesón Molinero: un restaurante con tres comedores y capacidad para 200 comensales.

Nuestro padre falleció de cáncer en el año 2013. Mi hermana y yo asumimos la regencia del restaurante en 2014. Los inicios fueron difíciles como ante cualquier cambio de profesión. Pero afrontamos el reto con mucha ilusión y ganas de asumir un negocio que ya venía rodado y con mucho éxito. Hemos conseguido mantener el nivel, con la satisfacción de pensar que nuestro padre estaría orgulloso de ello”, asegura nuestra entrevistada.

Guillermo en el Mesón Molinero Cedida a EL ESPAÑOL de Castilla y León

Sorteando la pandemia y la subida de precios

En la actualidad, las dos hermanas copropietarias del mesón cuentan con la ayuda de la familia ya que la tía María Eugenia, que es la hermana de Guillermo, es la más veterana del mesón. “Sigue con nosotros al pie del cañón”, afirma nuestra protagonista. También su primo David echa una mano ejerciendo de asador. Ya había trabajado de camarero en el restaurante desde que era joven. “Como se suele decir, aquí todos lo hemos mamado”, añade Ana.

Les han visitado muchas personalidades, dentro del mundo de la política, de la música y del deporte, y cuentan con clientes que vienen desde los inicios, incluso siguientes generaciones, que quieren seguir disfrutando de los mejores productos del lugar.

En lo que se refiere al parón del coronavirus, el negocio “ha funcionado muy bien”, incluso cuando el aforo tenía que ser delimitado. Estaban llenos. Lo que sí que han sufrido, como apunta nuestra entrevistada, son “los precios y costes de producción, teniendo que subir un poco los de sus platos para amoldarnos”. “No estamos en condiciones de quejarnos. Se está trabajando bien pese a la crisis. Hay muchos negocios que se han quedado en el camino”, explica resignada. En la actualidad cuentan con un total de 11 trabajadores.

El pincho de lechazo, su plato estrella

“Nuestra carta se centra, casi en exclusiva, en el pincho de lechazo churro asado a la brasa de sarmiento. También contamos con, como entrantes, chorizo frito artesano, queso curado y jamón ibérico. Aunque en invierno también servimos sopa castellana y ofrecemos espárragos de Tudela en temporada”, añade una de las copropietarias.

Un pincho que va acompañado de su ensalada aliñada, con el vinagre que pasa por ser artesanal. Lo hacen ellos mismos en el propio mesón y es muy apreciado por sus clientes. Cuentan también con una gran variedad de postres caseros pero la estrella es la tarta de piñones, que, por supuesto, no podría faltar en Tierra de Pinares.

Es una carta escueta, pero de gran calidad porque lo que pretendemos es centrarnos en el pincho de lechazo. A los clientes les encanta. No decepciona y nos quedamos con aquellos comentarios de los que lo prueban por primera vez y dicen que repetirán porque se quedan con ganas de más”, añade Ana Puertas Santaolaya.

Imagen de los pinchos de lechazo en el Mesón Molinero Cedida a EL ESPAÑOL

Seguir con las mismas ganas e ilusión

El deseo de ambas hermanas pasa por “seguir con las mismas ganas e ilusión” con las que comenzaron su andadura al frente de dicho establecimiento hostelero. También que la tercera generación “continuara con la tradición”.

El objetivo de Ana y Elena siempre ha sido y será “mantener el legado de su padre” como pionero del pincho de lechazo y que “siga teniendo el mismo éxito que hasta ahora” viendo como los comensales salen satisfechos y con el estómago lleno de la que es su casa.

Todo para seguir reinando en Traspinedo tras más de 50 años de historia con un producto de quilates y que quita el sentido como es el pincho de lechazo de la provincia de Valladolid.

 

 

 

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