Benedict Cumberbatch encarna a un genio que encabezó uno de los muchos proyectos decisivos a la hora de decantar la balanza de la II Guerra Mundial a favor de los aliados. El largometraje 'The imitation game' o 'Descifrando Enigma', en su adaptación al castellano, trata cómo el matemático londinense fue crucial en las acometidas aliadas por descifrar el encriptado sistema de comunicaciones de la Alemania nazi que, a la postre, fue vital para frustrar la victoria alemana en la contienda.

Turing, como cabe imaginar, no afrontó tamaña batalla intelectual en soledad, sino que contaba con un equipo de científicos, matemáticos y criptógrafos que consiguieron adelantar dos años la capitulación de Alemania y, así, el final de la guerra. Uno de ellos, olvidado por la historia, fue el criptógrafo vallisoletano Faustino Antonio Camazón. Ya se postulaba como cerebro desde su más tierna infancia, con sus primeros pinitos en la criptografía, matemáticas e idiomas, ya que se defendía en francés, inglés o alemán debido a las clases a las que asistía en diferentes embajadas. Además, fue tertuliano en el malagueño Café Chinitas, en los coloquios de Santiago Ramón y Cajal.

Nacido en 1901, el vallisoletano ya formó parte de los servicios de inteligencia de la Segunda República durante la Guerra Civil española, dentro del Departamento Especial de Información del Estado y del Servicio de Información Militar, llegando a estar presente en el frente del Ebro, donde escuchó las primeras noticias de un aparato de telecomunicaciones alemán, Enigma, al haber entregado varios ejemplares a la Legión Cóndor de las fuerzas sublevadas. En ese período, Camazón informó de semejante e intrincado canal a la Inteligencia francesa, como primeros pasos de la desencriptación de Enigma.

Ya durante la II Guerra Mundial fue la cabeza visible del 'Equipo D' español, perteneciente al 'PC Bruno' (Poste de Commandement Bruno), conformado, a su vez, por otros nueve criptógrafos franceses y quince polacos, cuyo servicio de inteligencia interceptó la primera máquina Enigma en un envío desde Berlín a Varsovia, gracias a un error en la catalogación por no estar etiquetado como equipaje diplomático.

En este momento de la historia, el auge nazi tiene frentes abiertos por doquier pero es en Francia donde, de la mano de George Bertrand, director del servicio de inteligencia galo, conocido como Deuxième Bureau, al vallisoletano protagonista de esta heroica historia se le concede el amparo del país vecino. Este fue el modo y la única alternativa para que Camazón pasara a formar parte, a tiempo completo, del Bureau, ubicado al noroeste de la capital, en el castillo de Vignolles.

Junto con el resto de regularizados hubo de hacer las maletas cuando Pétain firmó el armisticio contra las fuerzas enemigas, en la primavera de 1940. Ese viaje fue, cuando menos, accidentado. El avión en el que se desplazaba Camazón a la base de Argel, previa escala en Uzès, al sur de Francia, se averió en pleno vuelo y se vio obligado a aterrizar, de manera forzosa e imprevista, en las proximidades de Madrid, donde pudo eludir los controles merced a la identidad bajo la que se había escondido y que respondía al nombre de André Magnol.

La historia de este ávido conocedor del mundo y de su funcionamiento no parte sólo desde la perspectiva del protagonista sino que, también, lo hace desde el prisma del espectador, de aquel que presencia cómo son liberados varios de los más atroces complejos que, durante años, estuvieron al servicio de la tortura humana y el exterminio. Pudo ser espectador de tales actos de libertad de la mano de los ejércitos norteamericanos, cuyo comandante en jefe era, entonces, Dwight Eisenhower.

Tras la II Guerra Mundial

Una vez finalizadas las hostilidades, Camazón se enroló en los servicios secretos del país que tanto le había dado, de Francia. Tal era el arraigo del natural de la ciudad del Pisuerga que llegó a rechazar a los Estados Unidos cuando funcionarios del país se personaron en su parisina vivienda para intentar reclutarle en agradecimiento por su labor como criptógrafo durante la II Guerra Mundial. Pese al tentador papel sobre la mesa, el científico declinó la oferta.

Hubieron de pasar muchos años, incluso décadas, hasta que Faustino Antonio Camazón volviera a asentarse en España, en 1968, más concretamente en la oscense localidad de Jaca, donde pasó sus últimos días hasta que, finalmente, falleció cuatro años más tarde.

Se trataba de un hombre leído y en constante aprendizaje, como pocos, que acumuló en su biblioteca personal, a lo largo de su vida, 800 títulos escritos en hasta 150 lenguas diferentes que, tras su fallecimiento, en 1982, fueron adquiridos por el historiador Guillermo Redondo, quien los donó a la Biblioteca María Moliner de la Universidad de Zaragoza, dos años después del fallecimiento de Camazón, en una muestra más de la relevancia intelectual que supuso su paso por la Historia.