Transcurre el año 1700. Tres monjas de clausura pasean por uno de los pasillos de su convento. Es Semana Santa y es un día grande para ellas. El resto de la congregación espera en la capilla con emoción. La madre abadesa, la priora y la subpriora portan una llave cada una necesaria para abrir un arca. Si alguna de ellas no estuviera, no se abriría. Cuanto mayor es el número de candados del bargueño, mayor es el valor de lo que se protege.

Las tres son las encargadas de que solo en esa fecha y el 3 de mayo, día de la Santa Cruz se abran sus puertas. La abadesa saca un paño que envuelve una pequeña púa, y que se cree que formó parte de la corona de espinas que llevó Jesucristo el día de su muerte, colocada sobre su cabeza por los romanos para humillarle durante su pasión.

Es la Santa Espina, la cuarta conservada en la provincia de Valladolid. La monja se acerca al altar y saca el cáliz lleno de agua para depositar en su interior la espina. Todas las monjas beberán. Una tradición que se mantuvo en el convento de San Joaquín y Santa Ana hasta hace alrededor de veinte años

Más de 300 años después, el actual gerente del convento, Jesús del Río, pone de relieve la importancia de traer al momento presente aquel ritual de las religiosas: “Sería importante recuperarlo y ponerlo en valo, al ser un elemento inmaterial dentro de los elementos patrimoniales de nuestra ciudad”.

El calvario más pequeño del mundo

Porque en el actual museo se encuentra una Santa Espina, guardada en un arca original, que se cree que lleva en Valladolid desde hace cuatro siglos, teniendo constancia de su existencia “aproximadamente desde 1800”. Es una de las muchas reliquias que se guardan dentro del armario. Como, por ejemplo, “un Calvario hecho de terracota que es el más pequeño del mundo y que es muy significativo por la complejidad a la hora de confeccionarse”.

El calvario más pequeño del mundo

Además, el propio bargueño, fabricado en el siglo XVII, es un tesoro en si mismo. “Ha estado en la exposición del Museo Nacional de Escultura hace aproximadamente un mes y ha sido una de las obras que más ha cautivado al público en general”. Sobre todo, por el sistema de cierre que es “muy original que merece la pena contemplar”.

Para el Museo la posesión de este pequeño tesoro, la Santa Espina, significa “muchísimo”. Sobre todo, para los creyentes “porque es un elemento simbólico y característico de la fe cristiana”. Por eso, del Río pretende que la reliquia se coloque en un lugar más visible para el público. “Nuestra pretensión es hacer partícipes, a los orfebres de Valladolid, para que hagan una especie de baldaquino y presida el altar que edificó Francisco Sabatini”.

Y es que este convento, que data del siglo XVII, tiene pinturas de Francisco de Goya, de Sabatini, una Santa Espina… Parece un “museo mundial”. “Todos los conventos de clausura guardan un sabor a cultura de todos los objetos que las monjas han custodiado durante siglos, apareciendo multitud de obras y detalles que configuran un patrimonio cultural digno de exponer al público”, concluyó el gerente.