No era la primera vez que los agentes acudían a aquel bar de Salamanca. Desde hacía un rato, un hombre de 62 años, visiblemente borracho, llevaba molestando a los clientes que estaban dentro y fuera del local.
Su actitud, cargada de comentarios fuera de tono, gestos incómodos y la sensación generalizada de que algo podía ir a peor, crecía por momentos. Las dos primeras veces que acudió la Policía Nacional, el individuo se calmó. Pero a la tercera, la cosa se torció.
El propietario del establecimiento decidió dejar de servirle alcohol y alertó a los agentes de que el hombre estaba ya dentro de su vehículo, aparcado en las inmediaciones.
Cuando uno de los policías se acercó y le pidió que apagara el motor, el conductor hizo justo lo contrario: arrancó bruscamente, ignoró las indicaciones, y se lanzó a la huida.
En el arranque golpeó en la pierna al agente, que tuvo que apartarse de un salto para no ser atropellado.
Así comenzó una persecución de más de diez minutos por la capital de Tormes. Varias patrullas se sumaron a la operación. Sirenas y luces encendidas y un conductor huyendo a gran velocidad, sin importarle poner en riesgo su vida ni la del resto.
Adelantamientos temerarios, coches empujados hacia el arcén, curvas tomadas sin control. Una carrera contra el sentido común.
El final llegó cuando un obstáculo en las inmediaciones de una localidad cercana obligó al hombre a detenerse. Los agentes lo interceptaron, le quitaron las llaves del vehículo y trataron de que saliera del coche. Opuesto y agresivo, se resistió con fuerza hasta que finalmente fue reducido y detenido.
El hombre fue arrestado por atentado contra agente de la autoridad, lesiones y un delito contra la seguridad vial. La prueba de alcoholemia confirmó lo que ya era evidente: conducía bajo los efectos del alcohol.
Tras su paso por dependencias policiales, fue puesto a disposición del Juzgado de Guardia de Salamanca.