En una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado cuando se pronuncia la palabra “muerte”, Álvaro Vicente, psicólogo del EAPS (Equipo de Atención Psicosocial) de Cuidados Paliativos del Hospital Clínico Universitario de Valladolid, camina justo hacia ella.
No para buscarla, sino para acompañar a quienes la enfrentan. Con la serenidad de quien sabe lo que hace y la humildad de quien no presume de ello, habla del final como quien ha aprendido que ahí también puede haber sentido, belleza, e incluso paz.
Zamorano de origen, salmantino por vocación y vallisoletano por oficio. Álvaro lleva años sosteniendo a pacientes y familias en los días más complejos de sus vidas. Lo hace desde un enfoque integral, donde lo emocional y lo espiritual tienen tanto peso como lo médico.
EL ESPAÑOL de Castilla y León se adentra con él en un terreno que todos pisaremos alguna vez, pero que casi nadie quiere mirar de frente.
Salamanca, el principio de todo
Pregunta: ¿Qué te ha dado Salamanca como ciudad para tu profesión?
Respuesta: Siempre digo que en Salamanca empezó todo. Allí estudié psicología, viví casi diez años y descubrí los cuidados paliativos durante mis prácticas en el Hospital de Los Montalvos. Fue un flechazo profesional. Desde entonces, supe que quería trabajar en algo así.
Recuerda la capital del Tormes como su “segunda casa”, donde conoció su vocación y a grandes amigos que aún lo acompañan. Pasear por el Puente Romano o volver a Los Montalvos, “ese hospital en medio del campo que parece ajeno al bullicio hospitalario”, son gestos que le devuelven cierta paz. Y si algún día regresara, confiesa, le encantaría aportar desde allí, “donde empezó todo”.
La psicología que cuida hasta el final
P: ¿Qué es lo primero que debería entender alguien que no sabe qué hacéis en cuidados paliativos?
R: Me gusta mucho emplear la palabra sostener. Si no puedes curar, alivia; si no puedes aliviar, consuela; y si no puedes consolar, acompaña. Se trata de atender todas las dimensiones del ser humano en ese tramo final: la física, la psicológica, la social y también la espiritual.
Álvaro defiende que la atención psicológica debería estar mucho más integrada en el ámbito hospitalario. Asegura que hacen falta más profesionales públicos, “porque la demanda es altísima y mucha gente no puede permitirse lo privado”.
En ese sentido, destaca el papel del programa “Atención integral a personas con enfermedades avanzadas“ impulsado por la Fundación La Caixa, que permite abordar la enfermedad de manera integral con equipos interdisciplinares.
P: ¿Qué cambia cuando se trabaja desde ese enfoque integral?
R: Venimos de un modelo muy médico, pero la evidencia y la práctica nos dicen que cuando abordamos también lo psicológico, lo espiritual o lo social, el paciente mejora. Y no sólo físicamente, sino en su bienestar global. Es la diferencia entre tratar una enfermedad o cuidar a una persona.
Miedo, aceptación y despedidas
P: ¿Dónde está el límite entre aliviar y aceptar? ¿Y entre luchar y rendirse?
R: El alivio y la aceptación pueden ir de la mano, pero no son lo mismo. Hay quien está aliviado, pero no acepta la muerte. Y al revés. Y sobre luchar o rendirse… no me gusta usar esas palabras. La mayoría no se rinde, siempre hay algo por lo que seguir luchando, aunque ya no sea curarse.
En su trabajo ha aprendido algo esencial: el perdón, el amor y la despedida son herramientas terapéuticas poderosas. “Decir ‘te quiero’, ‘perdóname’, ‘gracias’, ‘adiós’… parece simple, pero a veces lo olvidamos hasta que ya no hay tiempo”. Por eso siempre anima a decirlo en vida. “Facilita el duelo posterior y deja menos cuentas pendientes”.
P: ¿Cuál es el mayor temor de los pacientes y las familias?
R: El futuro no vivido: ¿qué será de mis hijos?, ¿de mis nietos?, ¿de lo que dejo atrás? También hay mucho repaso vital, mucho deseo de haber hecho las cosas de otro modo. La espiritualidad -no necesariamente religiosa- cobra aquí un papel clave: conecta con el sentido, con la trascendencia, con lo esencial.
El reto de cuidar sin romperse
P: ¿Quién cuida al que cuida? ¿Cómo haces tú para no romperte?
P: Es un trabajo con mucha carga emocional. A veces conectas mucho con la persona, llevas tiempo acompañándola y sabes que el final se acerca. Pero yo no me quedo solo con la muerte, sino con todo el proceso: poder acompañar, ser una referencia, ayudar a cerrar heridas. Eso es lo que me sostiene a mí. Y luego, claro, el autocuidado, apoyarte en el equipo y saber quitarse la bata.
Recuerda especialmente a un joven paciente cuyo sueño era ver el teatro romano de Mérida. “No podía viajar, pero con gafas de realidad virtual lo conseguimos. Esas pequeñas cosas dejan huella”. También ha vivido historias de reconciliación, de liberación, de paz. “Es duro, pero muy humano”.
¿Y ahora qué?
Necesitamos más profesionales, más recursos y más presencia en zonas rurales. No puede ser que haya personas que mueran sin haber tenido acceso a este tipo de atención.
También hay que apoyar más a las familias, que muchas veces se convierten en cuidadores sin ayuda. Y, por supuesto, darle más peso al acompañamiento emocional y espiritual.
Antes de despedirnos, Álvaro lanza una idea que desmonta muchos de los tabúes que rodean su trabajo: “Morir también es vivir, aunque suene contradictorio. Porque cuando sabes que el tiempo se acaba, cada gesto, cada palabra y cada silencio cobran un valor distinto”.
En una sociedad que prefiere evitar la muerte, su labor consiste en devolverle dignidad, sentido y humanidad a ese tramo final. Y tal vez, escucharlo sea también una forma de empezar a reconciliarnos con nuestra propia finitud. No para temerla, sino para vivir mejor mientras llega.