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El primer sábado de octubre amaneció en León con ese aire fresco que anuncia el otoño y con el sonido de los pendones ondeando al viento. Desde todos los rincones de la provincia, cientos de carros engalanados y romeros emprendieron camino hacia el santuario de La Virgen del Camino para cumplir, un año más, con una tradición que atraviesa generaciones: tocar tres veces la nariz a San Froilán.

A media mañana, la explanada frente a la basílica se convirtió en un mosaico de colores, música y devoción. Los pendones, custodios de la historia de cada comarca, avanzaban al ritmo pausado de los bueyes, mientras las gaitas y los tamboriles marcaban el pulso festivo de una cita que, más que una romería, es un reencuentro con las raíces.

Declarada de Interés Turístico Provincial y Regional, la Romería de San Froilán volvió a reunir a varios miles de leoneses dispuestos a mantener viva una de las celebraciones más emblemáticas del calendario local.

En el interior del santuario, la solemnidad reemplazó por un instante al bullicio. El obispo de León, Luis Ángel de las Heras, presidió la eucaristía a la que asistieron los representantes de los ayuntamientos del voto y diversas autoridades: el presidente de las Cortes de Castilla y León, Carlos Pollán; el presidente de la Diputación, Gerardo Álvarez Courel; el alcalde de León, José Antonio Diez; el delegado territorial de la Junta, Eduardo Diego, y el subdelegado del Gobierno, Héctor Alaiz. Todos compartieron espacio con los fieles, en una jornada que funde lo institucional con lo popular.

Terminada la misa, llegó el turno del gesto que da sentido a la jornada: la ofrenda a la Virgen y el desfile de devotos ante la imagen del santo.

Uno tras otro, los fieles extendieron la mano para tocar tres veces la nariz de San Froilán, cumpliendo así con un rito que, según la tradición, trae fortuna y protección.

Afuera, el aire se impregnaba del aroma de las avellanas tostadas —los conocidos “perdones”— que se mezclaba con el de los embutidos, el pan y el vino de los puestos instalados junto al santuario.

La jornada tuvo también su vertiente de memoria. Los más mayores recordaban entre conversación y conversación quién fue realmente San Froilán, el hombre que en el siglo IX cambió la vida cortesana por la soledad del Bierzo y las montañas del Curueño.

Nacido en los arrabales de Lugo en el año 833, vivió como ermitaño, fundó monasterios como los de Tábara y Moreruela y terminó siendo obispo de León por deseo del propio pueblo y del rey Alfonso III. Su legado espiritual se conserva aún en la catedral leonesa, donde reposan parte de sus reliquias bajo el altar mayor.

A medida que la tarde avanzaba, los pendones emprendían el regreso y la explanada se iba despejando. Quedaba, como cada año, la estampa del santuario sobre el horizonte y la certeza de que la tradición sigue firme. Porque en León, cada primer sábado de octubre, no se trata solo de tocarle la nariz a un santo, sino de estrechar el vínculo invisible que une a todo un pueblo con su historia.