Es una lista tan larga, complicada e inútil de memorizar como la de los reyes godos. Me refiero a la de los sucesivos ministros de Pedro Sánchez. De algunos de los cesados –y cuidado que llevaban tiempo— no nos acordamos ni del nombre. Es normal. Con una nómina tan nutrida del Gobierno, no hay cerebro que la retenga y, menos aún, con la falta de acción de algunos de sus componentes.

Por ese amontonamiento de miembros del Gabinete, puede que incluso algunos hayan cesado del cargo sin conocer bien a los demás miembros del Consejo de Ministros. Así se explicarían las contradicciones públicas de los mismos, la cantidad de tuits que sustituyen a órdenes ministeriales en regla y la inanidad de muchos de los subalternos de Pedro Sánchez.

Éste,  empecinado en el error, no ha aprovechado la crisis para reducir las dimensiones elefantiásicas del banco azul, hacer más llevadero y coherente el gobierno de la nación, evitar contradicciones y finalmente ahorrar una pasta al contribuyente.

Con esas dimensiones inhumanas del Consejo de Ministros, seguirá habiendo miembros del Gabinete que se dediquen a lanzar ocurrencias como si fuesen brillantes ideas de gestión, no ya para que la gente se acuerde de sus nombres, sino simplemente para que sepa que existen. A ese afán de salir del anonimato puede deberse la declaración contra el consumo de carne del inexistente ministro del ramo, Alberto Garzón, o las sucesivas chocarrerías de algunos de sus colegas, desde la ex vicepresidenta Carmen Calvo a su némesis, Irene Montero.

Al final, con eso de que hay dos Gobiernos en uno, por eso de la coalición, acabaremos sabiendo sólo los nombres de los ministros de Podemos, ya que Sánchez ha decidido no entrar en ese berenjenal y sólo ir cambiando a velocidad de vértigo a los de su propio partido.