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Sexo en Nueva York: de desinhibida a 'woke' en veinte años

No acabo de empatizar con personajes que parecen no haber evolucionado en veinte años más allá de las canas, las arrugas y algún kilo de más.

16 febrero, 2022 00:42

“And Just Like That”, el documental, no podía empezar de otra manera que no fuese en el almacén donde se guardan todos los modelitos de la serie. Y es que en esta nueva temporada, como en las de hace 20 años, los trapitos son uno más de las protagonistas. Nunca entendí, aprovecho para decirlo, cómo una columnista podía permitirse ese piso en Nueva York, zapatos de mil dólares y vestidos de alta costura. Creo que llegué tarde a este oficio o me estoy perdiendo algo.

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He visto el docu después de acabar la nueva temporada, que me hizo sentir como si la que tuviese cincuenta años fuese yo y no ellas, y es el típico “tras las cámaras” en el que ver buen rollito entre el equipo, muchas cámaras y micrófonos, actores con papeles en la mano y alguna claqueta. Cuentan las chicas, señoras ya haciéndose las jóvenes, alrededor de una mesa que ha sido “como si hubiesen hecho una pausa”. Una de 20 años, ni más ni menos. Y una tras la que han vuelto todas con esos veinte años más, pero que no solo han pasado por ellas sino por nuestra sociedad. Y ahí tenemos el primer inconveniente.

Si a finales de los 90 la serie era algo así como aire fresco porque hablaba de relaciones y sexo desinhibidamente desde la perspectiva de cuatro amigas independientes y (lo que ahora llamaríamos) empoderadas, en un momento en el que eso era novedoso, ahora es un intento de hacer lo mismo pero en tiempos woke y con poco tino. Queda demasiado forzado que en la trama, de sopetón, aparezca una hija transexual para Charlotte y una relación homosexual para Miranda. Había que introducir diversidad como fuera. No puede sorprender por lo tanto que, con tanto esfuerzo por no dejar una sola causa justa sin representación en esta ficción, se ventilasen en el primer episodio al personaje de Mr. Big tras las acusaciones de acoso vertidas sobre Chris Noth, el actor que le da vida.

No pareció una buena idea cargárselo mientras hacía ejercicio con una bicicleta estática de una conocida marca, sobre todo a la propia marca, que vio caer su cotización en bolsa con el estreno del capítulo y se vieron obligados a improvisar un anuncio con el que recuperarse, achacando la muerte al estilo de vida y la genética del personaje. En serio, ocurrió: una marca de bicis justificando la muerte de un personaje ficticio que, por definición, no puede morir porque no existe. Así están las cosas.

Pesa, capítulo tras capítulo, la ausencia de Samantha. Pese a que se resuelve bien la ausencia mediante la comunicación con whatsapps entre Carrie y esa Samantha ausente, se extraña al personaje. Y las nuevas amigas que se incorporan a la trama, racializadas todas, oh sorpresa, no acaban de sustituirla ni de adquirir ninguna de ellas ese protagonismo que se esperaría de un nuevo personaje.

Aunque nunca fui muy fan de Sexo en Nueva York (yo siempre fui más de asesinos en serie que de chicas con modelazos) aún lo soy menos de esta última. Se me atraganta el lenguaje inclusivo y el esfuerzo constante por no dejarse a un solo colectivo minoritario sin representar. No acabo de empatizar con personajes que parecen no haber evolucionado en veinte años más allá de las canas, las arrugas y algún kilo de más. Y ni siquiera el documental consigue despertar mi curiosidad por ningún aspecto del rodaje. Quizá se salva el fragmento dedicado al actor Willie Garson, que daba vida al entrañable Stanford Blatch, el amigo gay de Carrie, fallecido durante el rodaje. Y la parte de París. Pero porque París mola hasta en un documental peñazo.