Auge y caída. La invencible Cristina Porta cayó derrotada en el último minuto ante su amado, Luca Onestini. ¿Preveíamos ese final? Era una de las dos posibilidades.

Gemeliers nunca han tenido papeletas para alzarse con el premio de los 50.000 euros, después de la línea editorial que adoptó el programa monopolizando muchas de las galas con videos de la pareja formada por la catalana y el italiano. Daba igual que de artificial fueran sus sentimientos o cómo han estado jugando con el espectador. En esa pareja, desde siempre, ha primado más el instinto de supervivencia o la ambición que otra cosa.

Si hubiera que resumir en un titular el paso de Cristina Porta por Secret Story, el más acertado pero no único, sería este: la favorita que nunca lo fue. La catalana despertó anoche de su peculiar realidad, en la que ella había cautivado y paralizado España con su concurso, y en la que estaba condenada a convertirse en toda una estrella de la televisión y del género del reality show. Y quién lo iba a decir, justo cuando parecía tan claro que iba a ganar este concurso… no lo gana. Que azarosa es la audiencia. Aquella misma audiencia a la que tanto ha invocado la periodista en los últimos días finalmente le ha dado la espalda en el momento más inoportuno.

¿De que le ha servido entonces a Cristina Porta su paso por el concurso? Su popularidad es inexistente, no ha ganado ni la esfera de los secretos ni el premio del público y se ha cerrado puertas como profesional del periodismo, pues ha decido convertirse mejor en personaje. Y me gustaría preguntarle a Cristina, ¿te ha merecido la pena este concurso? Has perdido más que ganado. Lo único que sacas de este concurso es, por ahora, un novio. A ver hasta cuándo aguantarán.

Cuando un concurso celebra su final, se vive de manera especial, por muy previsible que sea el ganador o ganadora. Siempre ha existido ese halo de magia. Y Secret Story, como no, no ha superado para nada las expectativas. Como buen candidato al peor reality de la historia, el colofón para este prescindible concurso, debía ser tibio y frugal.

La gala de anoche, para ser una gran final, fue soporífera. La cosa se animó en el último tramo del programa tras una discusión entre Lucía Pariente y Jorge Javier Vázquez. La madre de Alba Carrillo se reafirmó en su postura: vio a Cristina guardarse un bolígrafo detrás de una de las cámaras del concurso. Y como sabrán, está terminantemente prohibido tener un bolígrafo o cualquier otro objeto no autorizado. El presentador de Sálvame le recriminó que la reservista estaba mintiendo y que ese episodio no existía. La discusión empezó a tomar un cariz que me incomodó bastante como espectador. Incluso me llegó a violentar.

Ahí Vázquez no estuvo muy afortunado por mucha razón que pudiera llevar. Arremetió contra Alba Carrillo también sin estar ella ni en plató. Está claro que hay algo que se nos escapa en esta historia, porque la reacción del catalán fue muy desmesurada y desacertada. No entiendo ese afán de proteger a Cristina

continuamente.

¿Qué le deberán? Tengo una teoría. Y soy el primero que me río de la leyenda que dice que María Zambrano, productora ejecutiva del programa, es su madrina. Creo saber ya, por fin, después de casi cuatro meses, porque esa sobreprotección a Porta: la cadena quiere convertir a la periodista en la próxima Sofía Suescun o Adara Molinero. Quieren nuevos personajes que sigan retroalimentando la parrilla del grupo. Pero Cristina carece de muchos rasgos para convertirse en la próxima revelación de la cadena y el primero es muy sencillo: naturalidad.

Finalmente, ganó Luca. Entre Guatemala y Guatepeor, pues me quedo con Guatemala. Él tampoco era justo merecedor de alzarse con el premio, pero más que la periodista, sí. Entiendo que para él esta victoria repara la no victoria de su hermano en la última edición de Supervivientes. Aunque ahora los hermanos, creerán también que son los favoritos de España. Da que pensar, como dato, que los hermanos Onestini hayan ganado dos de los peores realities de este país cuyos premios están muy por debajo en cuantías que grandes programas como Gran Hermano o Supervivientes.

Secret Story acaba tras 105 días de convivencia. Reconozco que tenía las expectativas altas con este concurso. Me siento como espectador defraudado. No han estado a la altura. Venimos de un Gran Hermano VIP 7 que dejó el listón muy alto y Secret Story no ha estado a la altura ni por asomo. La suma de muchos errores ha propiciado un escaso éxito entre un público que añora un buen reality. Secret Story, precisamente, no será recordado en la historia de los realities. Quedará como un episodio más, irrelevante.

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