Nacho Vigalondo es uno de los creadores patrios más polifacéticos. Su cortometraje 7:35 de la mañana fue nominado a los Óscar y su primer largo, Los cronocrímenes, le valió la nominación a mejor director novel en los Goya del año 2007. En televisión, trabajó como guionista en la segunda edición de Gran Hermano y ha dirigido las series El vecino y Justo antes de Cristo. También estuvo al frente de un capítulo de la serie estadounidense Into de Dark.

Desde hace unos meses, el cántabro ha sumado una nueva experiencia a su dilatada trayectoria, estrenándose como presentador en Los felices veinte, un disparatado late show emitido en Orange TV en el que también colaboran el actor Aníbal Gómez y la youtuber Gakian. Vigalondo charla con BLUPER sobre esta nueva experiencia televisiva.

Nacho Vigalondo presenta 'Los felices veinte' junto a Aníbal Gómez y Gakian. Secuoya

¿Cómo surge la oportunidad de presentar Los felices veinte?

Fue una propuesta que me hicieron el canal y la productora el otoño pasado. Cuando me lo propusieron me resistí bastante porque no tenía la confianza necesaria en mí mismo para meterme en una locura como esta. Siempre me ha gustado tener presencia en programas como invitado, pero la responsabilidad de idear, diseñar y conducir un programa se me hacía muy grande.

¿Y qué te motivó a aceptar finalmente?

Era muy atractivo porque se presentaba una posibilidad casi milagrosa de hacer un programa de televisión sin la necesidad habitual de satisfacer al público inmediatamente ni de cubrir audiencia. Ahí empecé a ver el atractivo de hacer solamente algo en lo que no solamente nos permitan hacer lo que nos da la gana sino que además eso sea un requisito. Así que no tardé mucho en ver que era una posibilidad de pasárnoslo bomba.

¿Cómo describirías el programa a alguien que nunca lo ha visto?

Por franja horaria es un late night, pero no es un espectáculo con vocación escénica, con cuarta pared y con un público real o simulado. No es un show con aplausos inmediatos. Es un programa de entrevistas con vocación de que sea más una conversación que una entrevista, aunque juegan en contra los tiempos de un programa de televisión y la interacción entre colaboradores, que tiene más trazas de ficción que de realidad. El experimento es ese.

En esas conversaciones hay mucho humor y surrealismo. ¿Es difícil hacer entretenimiento desde el absurdo?

El absurdo es una tentación muy grande. A diferencia de otros formatos de conversación como Entre dos helechos de Zach Galifianakis, que son una ficción editada y muy bien planificada, aquí se trata de enfrentar el absurdo al directo y lo que pasa es de verdad. Yo no sería capaz de llevar un programa de entrevistas en el sentido estricto o tradicional. Ese juego me viene muy grande, pero en este formato no hay que conseguir ningún objetivo ni ningún titular y me siento como Dios.

¿Ese absurdo ayuda a transmitir un mensaje mucho más profundo?

Sí. Hay un gag, que repetimos en cada programa, en el que Aníbal me tira al suelo después de publicidad. No hay mayor rotura del formato que el hecho de que el propio presentador se vea atacado violentamente por sus propios colaboradores y que la entrevista siga sin ningún tipo de disrupción. Es curiosísimo ver cómo cada invitado reacciona a algo tan demoledor y tan grotesco, que no viene de ninguna parte ni va a ninguna parte. Se ha dado el caso de invitados que entienden perfectamente lo que les planteamos y la entrevista sigue, pero luego otros se preocupan aunque sepan que es mentira. Paco Clavel se asustó de verdad y Álex García se resistía a continuar con la entrevista y me echó una mano.

¿Hay alguna entrevista que te haya marcado especialmente?

Hay una que recuerdo maravillado que es la de Samantha Hudson, porque es un bombardeo. Ella es la aviación británica y nosotros la ciudad de Dresde. La ventaja de una conversación frente a la entrevista es que el objetivo que cada uno se retrate como es, y no hay nada más placentero que que venga Samantha Hudson y nos pulverice a todos. Que venga alguien como ella y nos descuartice es oro.

Al exponerte frente a la cámara como presentador, ¿sientes una mayor responsabilidad que al dirigir una película?

Nunca he sentido ese alivio de responsabilidad por estar detrás de las cámaras. En el cine no estás delante, pero a la vez estás en cada fotograma de la película. En este programa pasa una cosa muy bonita que es que, aunque seas responsable o conductor, por muy bien que haga mi trabajo lo mejor no voy a ser yo, sino un accidente, tal ocurrencia de Aníbal, tal burrada de Gakian o tal error cometido por uno mismo. Es muy guay que lo mejor que pueda dar de mí mismo sea que algo me salga mal.

Tus últimos proyectos han estado vinculados a la televisión, ¿has renunciado al cine tradicional?

Al cine no se puede renunciar. Yo no he dejado de escribir ni de desarrollar proyectos, pero a veces entre película y película pasa un suspiro y otras veces pasa una eternidad. Sería fácil para mí ubicar este programa como un entretenimiento entre película y película, pero no está siendo así. Soy muy consciente del lujo que está siendo hacer este programa y estoy seguro de que dentro de muchos años miraré atrás y pensaré "¿cómo pude ser tan afortunado de hacer este programa?".

La cabecera del programa dice que "esta va a ser la mejor década". ¿De verdad vamos a sacar algo positivo de todo lo que está pasando?

Queda tanta década que no nos queda otra que pensar eso. Es una invocación, una plegaria y un canto de esperanza.

Hablando del futuro, ¿cómo te planteas el tuyo?

Siguen llegando proyectos y sigo escribiendo. Las cosas irán saliendo, pero soy perfectamente consciente de que en el futuro voy a echar de menos lo que está pasando con este programa. Y si me quedo agazapado en Los felices veinte durante los próximos diez años, posiblemente pueda decir en voz alta "esta década ha sido la mejor".