Opinión

Totalitarismo becqueriano

Pedro Sánchez, tras la ruptura de los cinco días de retiro.

Pedro Sánchez, tras la ruptura de los cinco días de retiro.

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Se vienen días aciagos, difíciles para quienes osen defender la vigencia del modelo constitucional que parió Adolfo Suárez. Días duros para los liberales y para todos aquellos se atrevan siquiera a espetar que habría de ser presidente quien ganó limpiamente en el barro de los comicios del pasado julio. Días de sinvivir constante para la prensa crítica con el poder, que definitivamente se ha divorciado de los abajo firmantes de ese impúdico y paradójico manifiesto acartonado de los periodistas contra la libertad de prensa y contra el periodismo en sí mismo.

Pero serán días, sobre todo, de dictadura travestida de democracia, que es el peor totalitarismo posible. Días de enarbolar una razia contra el sistema entero: el Rey, la judicatura libre e independiente, los columnistas críticos, los tertulianos que no hincan la rodilla ante el argumentario de turno, los ciudadanos que no votan a la nueva deidad erigida, mesiánica y salvadora que dormita en la Moncloa. Todos ellos son culpables de un mismo delito: no doblegarse ni obedecer, marcar distancia frente a esos que acometen sin arcadas ni inmutarse un empalagoso culto a la personalidad del líder supremo. En la mal llamada "regeneración democrática" que pretende acometer Sánchez, ellos serán las primeras víctimas necesarias para devolver a España al Antiguo Régimen y coronar a Pedro VII, con galones y poder absoluto.

Sánchez encarna ya la democracia para matarla de modo cruel, la personifica para degollarla como se degüella a la víctima en las más cruentas novelas policíacas, donde el asesinato se lleva a cabo entre las sombras, en la noche, en una habitación lúgubre de hotel cuando todos los personajes duermen apaciblemente: al ocaso había Constitución, y al alba nos hemos topado con una tiranía iberoamericana más, zafiamente importada por la puerta trasera. De España a Venezuela en lo que ha durado una comparecencia de nuestra particular versión de Aló Presidente.

Pedro ya no sigue a Europa, o a Joe Biden, tampoco digamos ya a Macron; se sigue a sí mismo en exclusiva y luego, si tiene tiempo, se fija en Petro, Maduro, Perón, el imperio Kirchner, Lenin, Chávez, Robespierre: sus referentes para navajear la Transición y transformar España en una suerte de república de repúblicas para respetar los sentires plurinacionales de cada taifa. Una mutación sin antecedentes, terreno desconocido hasta la fecha con el que alucina la BBC e incluso el New York Times.

El rumbo maquiavélico que tomarán los acontecimientos, porque Pedro cree que el fin justifica los medios, ya está pergeñado y bien orquestado: primero, y en favor de proteger a la ciudadanía de presuntos bulos y desinformaciones, se acometerá una batalla sin precedentes contra la prensa libre, quizá en formato de censura; luego, para proteger a los indefensos de los fascistas con toga, serán Sánchez y Bolaños quienes dicten o hagan dictar las sentencias en última instancia; por último, Felipe VI, bastión último de la España que nos queda, habrá de caer de un modo u otro, junto a Leonor y a la Casa Real al completo: el objetivo final.

Este plan para perpetuarse en el poder a la venezolana y a toda costa no es nuevo. Lo novedoso es que Sánchez lo vaya a perpetrar falsamente enamorado, en el ilusorio nombre del romanticismo, de Bécquer y de la poesía.

"¿Qué es democracia?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es democracia? ¿Y tú me lo preguntas? Democracia… soy yo".