Opinión

Retrato de un autócrata

Pedro Sánchez en un acto de partido

Pedro Sánchez en un acto de partido Europa Press

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Sánchez presume de democracia sin ser demócrata.

Sánchez alardea de progresismo sin ser progresista.

Sánchez pregona su socialismo sin ser socialista.

Utiliza la democracia, el progresismo y el socialismo porque son marcas que le dan votos de un sector de la sociedad que aún tiene la esperanza de que la democracia, el progreso y el socialismo sean una realidad.

Sánchez, si le preguntan algo, responde mentando a Ayuso. No es capaz de digerir que su partido está de barro hasta la barbilla.

Sánchez acusa a Feijóo de sus propios pecados, de mentir cuando él miente, de corrupción cuando en su entorno afloran casos de corrupción sin control, de agresividad cuando él es un feroz desbocado.

Sánchez desprecia al adversario, no le escucha ni, mucho menos, le respeta, no debate sus propuestas, las descalifica y responde con homilías demagógicas vacías de contenido.

Sánchez habla ex catedra, emite soflamas, sentencias y dogmas de fe, que asumen religiosamente sus fieles incondicionales, y sobre los que configura un discurso desideologizado, sólo movido por el interés de seguir en el poder.

Sánchez destila odio. Su persecución obsesiva, su agresividad descontrolada contra Feijóo y Ayuso le convierten en un personaje grotesco, cuyo componente menos grave es la ridiculez.

Sánchez ha mimetizado e incorporado a su forma de gobernar el estilo que Podemos introdujo en la sociedad, las instituciones y el gobierno. El insulto, la chulería, la radicalización son formas habituales de su comportamiento.

Sánchez ha conseguido levantar su muro y colocar a la mitad de los españoles a un lado y la otra mitad al otro, acabando con la reconciliación y el entendimiento que todos nos regalamos con la transición del 78.

Sánchez y su gobierno elaboran leyes fallidas, como la del sí es sí, la Ley Trans, la de Bienestar Animal… El presidente, primero las defiende y alaba y, cuando la situación se hace insostenible, desvía la atención, niega responsabilidades y desvía la atención hacia sus ministros, personalizando en ellos el fracaso e ignorando que el Consejo de Ministros es un órgano colegiado en el que todos son corresponsables.

Sánchez es un presidente cobarde que se somete a todo lo que impongan aquellos de quienes depende para seguir gobernando.

Sánchez ha renunciado a la socialdemocracia y ha dejado que el sello ideológico de la izquierda radical se haya impuesto en el diseño del modelo social y económico, modelo históricamente fracasado, injusto y fragmentador de la sociedad.

Sánchez no cambia de opinión como dice, Sánchez miente y engaña a los españoles sólo porque le conviene para seguir en el poder.

Sánchez se justifica con el silencio cómplice de sus socios, que callan ante los casos de corrupción del PSOE y el descontrol de las instituciones, en un gesto de reciprocidad egoísta, tú me das y yo me callo.

Sánchez ha reclutado un gobierno de mediocres, agresivos, sumisos y carentes de personalidad propia. Han conseguido ser el gobierno de menor nivel intelectual de la democracia, siempre dispuestos a la bronca y el enfrentamiento, al insulto y la descalificación, a repetir las vanas consignas de obligado cumplimiento y a despreciar a los adversarios con un cinismo sin límites.

Sánchez ha colonizado todas las instituciones del Estado, que utiliza de una manera obscena, y se aplica a sí mismo una laxa interpretación de las leyes, sorteando aquellas que le obligan a conductas que le resultan incómodas o de riesgo para su mandato.

Sánchez acaba de oír a Puigdemont decir que ha puesto de rodillas al Estado español y que los privilegios que le ha arrancado a cambio de sus siete votos los utilizará para consumar su proyecto de secesión. Ante esta evidencia, Sánchez no se da por aludido y mira hacia otro lado.

Sánchez, si así lo desea y es su vocación, puede ponerse una cofia y un delantal y contratarse como cocinero de Puigdemont, es su vida y él elige el nivel, pero lo que no le es permitido es que, en nombre de España, ponga al Estado a los pies del prófugo y humille al pueblo español.

Si después de todo lo anterior, alguien me pregunta si tengo algo contra Sánchez, he de contestar rotundamente que sí. No tengo ninguna objeción que afecte a la persona Pedro Sánchez Pérez-Castejón, no lo conozco personalmente, ni lo deseo ni me hace falta. Sí tengo muchos reparos a la gestión de Sánchez como presidente del Gobierno y como secretario General del PSOE, ambas instituciones han sido patrimonializadas, prostituidas y convertidas en instrumentos para su beneficio, satisfacción y demostración de poder, finalidad muy alejada del legítimo fin que es el servicio a España.

Dicen que no hay mal que dure cien años y eso alienta mi esperanza de que España y el socialismo democrático se recuperen de este virus que, aunque resistente, estoy seguro de que los españoles encontraremos el antídoto y la vacuna.