Opinión

Para qué murieron

Arnaldo Otegi, líder de Bildu.

Arnaldo Otegi, líder de Bildu.

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Tras la retirada estadounidense de Afganistán, la portada del Daily Mail se preguntaba para qué diantres murieron los soldados que allí habían estado destinados. El repliegue americano fue mucho más que una decisión técnica o un giro aislacionista. La decisión de la Administración Biden, continuación de las anteriores, sirvió para ilustrar de forma tan clara como dramática que los valores occidentales están en grave retroceso. Lo que vino después lo tenemos en Ucrania.

En España sabemos mucho de repliegues y apaciguamiento. Décadas tratando de integrar y contentar a cascarrabias reaccionarios sólo han servido para envalentonarles y apuntalarles. Los más radicales se reafirman en sus actos, los más sibilinos utilizan su influencia para caminar hacia su objetivo. Por ello, es vital no confundir el tacticismo con el arrepentimiento, el gradualismo con la moderación, el oportunista uso de los mecanismos democráticos con el verdadero compromiso con la democracia y la libertad.

No hay que alegrarse de que los terroristas que iban en las listas de Bildu hayan anunciado que no van a tomar posesión de sus cargos. Más bien hay que preguntarse qué clase de partido es capaz de haberlos puesto ahí. Si ningún partido, medio de comunicación o asociación de víctimas lo hubiera denunciado, ¿esos asesinos se encargarían de debatir sobre el alumbrado público o los servicios municipales? Eso sería grotesco, sin duda, pero la realidad es incluso más dramática y peligrosa. Lo que realmente vienen a defender a las instituciones es el mismo proyecto por el que ETA nació y por el que ETA mató.

De hecho, salvo por las víctimas que se van a poder ahorrar ver en sus ayuntamientos a los asesinos de sus familiares, de poco sirve que unos candidatos municipales no vayan a ser concejales. Se podrían forrar barrotes con la lista de nombres de terroristas que van o han ido en las listas electorales de Bildu, pero bastan dos nombres. Mertxe Aizpurua, condenada por apología del terrorismo: portavoz de Bildu en el Congreso de los Diputados. Arnaldo Otegi, miembro de ETA y condenado por secuestro: líder del partido. ¿De qué sirve que un puñado de candidatos dejen de serlo si las principales figuras del partido tienen vínculos devastadores con la banda terrorista ETA?

Cualquier estudiante de Derecho es capaz de argumentar por qué, según la Ley de Partidos, Sortu, o Bildu, o lo que sea, no debería ser legal. Otra cosa es que políticamente no convenga. Pero ¿a quién le conviene que una formación política con vínculos tan claros con la violencia sea legal? ¿Quién querría que un partido lleno de terroristas fuese considerado un actor político más? ¿De verdad es aceptable que el hampa moral que homenajea a asesinos y los incluye en sus candidaturas forme parte del sistema institucional que hasta hace pocos años se proponía destruir por la fuerza de sus bombas?

Para la mayoría de la gente, al menos para la mayoría de la gente que manda, parece que sí. Casi toda la izquierda, buena parte del centro y la derecha, las élites y la mayoría de la sociedad: todos han pretendido pasar página, todos han abandonado a las víctimas. "Harás y dirás cosas que nos helarán la sangre". Se lo escribió a Patxi López la madre de Joxeba Pagazaurtundúa, asesinado por ETA, en una carta publicada en ABC en 2005. Desde entonces, el Gobierno de Zapatero pactó con ETA cambiar las armas por los escaños, el de Rajoy asumió ese pacto y apenas un puñado de héroes del civismo y la decencia han cuestionado ese proceso. Porque no es otro que el éxito del chantajista, el premio a los asesinos, la humillación de las víctimas. Entre ellas, probablemente, habrá todo tipo de opiniones. Pero estoy seguro de que muchas, cuando constatan que finalmente nos hemos rendido, se preguntarán: ¿para qué murieron?