Opinión

Incendios forestales: y ahora qué

La UME en el incendio del Valle de Mena, en Burgos.

La UME en el incendio del Valle de Mena, en Burgos.

Es ahora cuando el otoño comienza, cuando las sucesivas olas de calor lentamente remiten y la lluvia tímidamente hace su aparición. Aunque en ocasiones sea de modo torrencial. Como decía, es ahora cuando hay que sentarse serenamente y con tiempo para preparar los planes de extinción de incendios forestales y la posterior regeneración de lo perdido por el fuego. Analizar lo ocurrido este verano para prever el siguiente, y estar mejor preparados. En esto, consiste la mejora continua.

Se debiera crear un grupo de estudio y trabajo con los implicados, o sea, Consejería de Desarrollo Rural y Medio Ambiente, Servicio de Protección Civil y Emergencias, Federación de Municipios, afectados (asociaciones de agricultores, ganaderos) y técnicos (ingenieros de montes, ingenieros agrónomos y biólogos). Entre otras, para que no pase lo de la controvertida ley de aves esteparias y algunos olviden lo que dieron por bueno en su día. No nos debiéramos olvidar de la UME, a la cual se la suele llamar tarde y mal.

Durante este verano, en caliente no era el mejor momento. Y menos, dada la situación de continua emergencia. Se han dicho muchas cosas, unas interesantes y otras interesadas; unas por cuestiones económicas y/o políticas y otra, por una cuestión histórica. Hay que tener memoria histórica y no me refiero a la controvertida ley, ni tampoco a las corrientes revisionistas, que pretenden ver con las antiparras de hoy en día los hechos pasados, sino al conocimiento del pasado, el ¿de dónde venimos? La mayoría de los departamentos de Medio Ambiente de todas las autonomías son herederos del antiguo ICONA, para lo bueno y también para lo malo.

Lo bueno, el ICONA tenía unos valiosos materiales de divulgación, de cómo actuar ante incendios y cómo prevenirlos. Lo negativo, reducto de ingenieros forestales cuya visión del medioambiente se limita, con demasiada frecuencia, a un mero recurso natural y a cómo sacarle beneficio productivo. De ahí que las repoblaciones atiendan, no a criterios de conservación del hábitat y/o biotopo determinado sino a utilizar especies de mejor rendimiento maderero.

Los incendios en Navarra han afectado a repoblaciones de pino, no tanto a quejigos y carrascas. Las repoblaciones son en esencia monocultivos. Tradicionalmente en el campo ha existido la rotación de cultivos para evitar el desgaste y estrés del suelo por una sola especie.

En prensa especializada (The Conversation) y firmado por un ingeniero y profesor de ingeniería forestal, se pueden leer atrocidades medioambientales como: “Las repoblaciones con eucaliptos también pueden servir... aportan sombra y mejoran las condiciones edáficas para la regeneración...”.

Cuando de todos es sabido que el eucalipto acidifica el suelo hasta hasta el punto de que en un bosque de eucaliptos no crece prácticamente nada más. O sea, de regenerar, nada salvo madera barata y de mala calidad, sólo útil para la industria papelera.

Este mismo señor nos quiere dar clases de evolución botánica y en otro artículo justifica las repoblaciones de pino como una renaturalización del bosque primigenio de la Península Ibérica. Y se atreve a decir que los árboles de bellota se deben a la quema de los pinos primigenios y a que el hombre favoreció las dehesas.

Este es el percal de cómo ven la casi totalidad de los ingenieros de montes el medioambiente. Y lo peor es que se lo creen, piensan que lo preservan con estos usos y además así lo enseñan en sus facultades.

Hay que buscar un equilibrio entre conservación y desarrollo, pero no podemos ser tan ciegos que digamos que conservamos cuando en realidad estamos destrozando el medioambiente buscando intereses mercantiles. Tenemos que conjugar ambas y dejar zonas en donde se respete y cuide el bosque y mejor si este es autóctono. Que sean especies autóctonas no tiene nada de nostalgia, sino que emana de un consenso científico/técnico y de un principio ético para con las generaciones del futuro. Amén del cumplimiento de la legislación vigente.

Una solución puede estar en las teorías de la bióloga Gretchen Daily, que propone valorizar los ecosistemas, siguiendo la idea original de Robert Constanza. Costa Rica es el ejemplo, fue el primer país en introducir el pago por servicios ecológicos. Se paga por proteger los bosques. La ONU ya ha aceptado el PBE (Producto Bruto del Ecosistema). El PEB es el resultado de sumar al PIB el valor de la naturaleza del territorio de ese PIB.

No es tan descabellado que tengamos que pagar un canon de conservación a esos pueblos que no apuesten por que sus montes sean repoblaciones de pinos laricios y eucaliptos únicamente. Y decidan conservar biotopos que dentro de poco estarán extintos o sean reliquias de un pasado a la espera del próximo incendio provocado por intereses económicos o por negligencia o fruto de la casualidad de un rayo y la sequía.