Opinión

'Alma': un canto a lo no superficial

Mireia Oriol es Alma en la nueva serie de Netflix dirigida por Sergio G. Sánchez

Mireia Oriol es Alma en la nueva serie de Netflix dirigida por Sergio G. Sánchez

Empecé a ver la serie de Alma porque Netflix la patrocinó muy bien. Te muestra un fragmento de vídeo que invita al misterio. Incluso a los que no solemos ver películas o series de “terror” (thriller sobrenatural).   

Una chica pierde la memoria tras un accidente de autobús, de extrañas circunstancias, en el que pierde con ella a algunos de sus compañeros de clase. Volvían de un viaje de fin de curso. Cerraban esa etapa clave antes de entrar -o no- en la universidad.

Esa etapa, esa franja de edad que han buscado también series españolas de éxito internacional como Élite. Por algún motivo atraen a un público más que joven-adolescente. Alma, en cambio, se diferencia mucho de esta primera en los valores, en el ritmo y en el nivel de introspección de sus protagonistas. En el hecho de colocar la emocionalidad por encima de la sexualidad.

En la bondad de sus personajes. Que actúan por amor, lealtad o desamor, pero nunca movidos por puro interés malicioso individual. Algo agradable ante tanta serie de pijadas estereotipadas, relaciones volátiles y enorme ego de instituto. Aquí la belleza juvenil está implícita, no hace falta resaltarla.

Alma es una apuesta audiovisual curiosa que combina varios géneros. Una historia evasiva que a su vez invita a parar, conectar y exponer más de un tema negro sobre la mesa.

Cuando vi la serie tenía todo el rato la sensación de estar viendo dos series diferentes: hay un hilo principal que engancha y profundiza en sus personajes, no necesariamente en acción; y tramas secundarias superficiales que no terminan de cuajar. 

En estas “tramas secundarias” teóricamente se explica en sí la mitología y razón de ser de la serie. La historia de “las sombras”, los demonios, lo esotérico… En un escenario de cuevas y alta montaña envolvente. Un paisaje de Asturias muy bien escogido por Sergio Gutiérrez Sánchez, quien obtuvo en 2008 el Goya al Mejor guion original por la película El orfanato. Curiosamente, las escenas de suspense más explícitas de Alma son aquellas que menos suspense generan. En esta parte de la serie suceden muchas cosas, se juega con efectos especiales, pero también te traslada a un mundo de aventura más propio de adolescentes de 11-14 años. La voz en off del abuelo relatando leyendas sobrenaturales a su nieto es ya la guindilla. Un modelo americano y trillado que te descuadra totalmente de la trama principal. Una tiene la tentación de saltarse directamente estas escenas. Los personajes de “la casa de la montaña” tampoco terminas de creértelos. Ni lo que dicen, ni cómo lo dicen, ni por qué actúan como actúan.

Si el contraste es tan grande es porque los personajes principales de Alma (Mireia Oriol), Deva (Claudia Roset) y Tom (Álex Villazán) sí merecen la pena. Se perfilan en escenas lentas, al detalle, en desorden cronológico en el tiempo. En ellas se tocan los grandes temas: búsqueda de identidad, duelo por una pérdida, heridas psicológicas de diversa índole y necesidad de apego en el tránsito a la vida adulta. Lo trascendental por encima de lo material. Es el gran sello de Alma, su propio nombre lo indica. Las conexiones humanas se mueven tanto en el campo visible como en el espiritual. De ahí otro gran tema, sobre el telón de fondo: el amor vinculado a la amistad. La ambigüedad en estas definiciones puesto que ni todo se ve, ni todo se dice ni todo se cierra, del todo. Incluso el mundo de los vivos y de los muertos se intuye que puede volver a abrirse, y ojalá se abra, si Netflix decide crear una nueva temporada.

El final se enlaza muy bien. Se nota que en Alma hay un guion pensado y escrito con tiempo, que une de forma original las tramas. Se da a entender que esta continúa. Aunque la gran pregunta es hacia dónde: si por la rama de las aventuras adolescentes, más predecibles, de leyendas no sorprendentes y explícitas; o por el hilo principal de misterio y suspense que ha conseguido crear su propio color, cuyo foco es el drama y la psicología de sus personajes.

Lo ideal sería que esa primera rama se perfeccionase. Que lo meramente fantasioso se ponga a la altura de lo segundo y se funda en calidad con él. Que el género del "terror" se aborde desde una perspectiva más adulta. Y que no renuncien, en cualquier caso, ni por el tirón de su historia triangular ni por la calidad de sus interpretaciones, a ninguno de los tres protagonistas.

Con un sello más complejo y personal, que no siempre se encuentra en Netflix, Alma podría llegar a ser una producción española de salto internacional. Nada que envidiar al producto americanizado de Élite.