Opinión

IRPF: mejorar pedagogía y gestión

La ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero

La ministra de Hacienda y Función Pública, María Jesús Montero

Por fin, ya sabemos a quién le ha tocado la china este año. Vamos, quién es el chivo expiatorio, la cabeza de turco o victima propiciatoria. Desde el siglo pasado, todos los años por estas fechas, en plena campaña del IRPF, se señala a una persona famosa, muy conocida por la población. Normalmente, se van alternando deportistas y personas del espectáculo, artistas o cantantes. También ha caído algún político, recordamos a Soria del PP, o a Monedero de Podemos. Curiosamente, nunca empresas ni las llamadas grandes fortunas.

Llama la atención que la meticulosa ley protección de datos, a la cual el señor Marlaska invoca para no dar ni siquiera el número de etarras acogidos a beneficios penitenciarios, brilla por su ausencia.

Además, últimamente las personas señaladas como morosas, suelen ser personas que están en trámites de regularizar su situación. Hacienda les pilló y avisó. Ellos han pagado lo que debían, y la correspondiente multa a veces debiera ser más suculenta.

Sin embargo, la noticia salta cuando van a ser juzgados para decidir si van a la cárcel.
Esta estrategia del Ministerio de Hacienda no parece ser la adecuada, ya que todos los años hay unos cuantos, y la lista suele aumentar, caso de los youtubers e influencers, tan de moda.

Si lo que trata de conseguir el fisco es que estas personas con grandes ingresos no evadan impuestos, las multas tendrían que ser de mayor cuantía. La absurda puesta en escena del juicio, ahorrárnosla, y enviar a estos incívicos ciudadanos unos meses a realizar trabajo social para que aprendan para qué valen los impuestos que ellos no han querido pagar. Aumentar la labor de inspección e incentivar a los inspectores. Y perseguir realmente al verdadero malvado de estas situaciones irregulares.

Por un lado, legislar mejor para que no haya recovecos y vericuetos legales que permitan siseos de dinero. Y por otro, estos personajes suelen delegar en bufetes de abogados y asesores fiscales, que son quienes verdaderamente comentan el delito con el dinero de su cliente.

Si por el contrario lo que quieren es que los españolitos de a pie, la España que madruga o trasnocha para poder vivir y sacar a su familia adelante, no se olvide de declarar todo y bien, debieran cambiar a una pedagogía. De la del Antiguo Testamento, de Padre Estado castigador, a la de Nuevo Testamento, de Madre acogedora que enseña y educa a que los ciudadanos sepan para qué sirven los impuestos.

Y aquí están las otras cuestiones. Esa España que suda para llegar a final de mes, suele estar muy controlada fiscalmente por su nómina. Y poco a poco se ha ido dando cuenta de que si quiere una pensión mejor, debe cotizar por todo su salario. La práctica de los sobres lentamente va desapareciendo. Ahora hay que meter mano a las horas extra.

A nadie le gusta pagar. Por ello es fundamental explicar y bien lo que se hace con los impuestos tanto directos como indirectos. Y además rendir cuentas claras. No es de recibo pedir y perseguir y luego ser un manirroto y un prevaricador. No está bien subir impuestos y no controlar el gasto. Está muy feo cobrar para luego colocar a familiares y amigos en la Administración o en las empresas públicas sin ánimo de lucro pero de dudosa gestión. No es ético cobrar sobre sueldos por actuaciones que van inherentes al cargo. Si va con el cargo va con el sueldo del cargo. A lo más, se abonan los gastos de viaje y la manutención si fueran necesarios, y sin abusar. Se puede viajar cómodamente y comer bien sin necesidad de despilfarrar.

El verdadero debate político en realidad está en la gestión, en si se administra eficientemente y no se roba a las arcas públicas. Tenemos unos partidos que no administran bien y que colocan a sus allegados, y otros partidos que benefician legalmente a los poderosos y que reparten comisiones, curiosamente a sus amigos. Necesitamos un híbrido que administre bien, legisle mejor y sea transparente de verdad y en donde al pasar el algodón, no engañe. ¡Ay!, los mirlos blancos no existen.