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Domingo de Ramos

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Se sabe muy poco de la vida privada del Cristo. Salvo cuatro pasajes recogidos en los evangelios que la Iglesia admite, parece que su vida comenzó un Domingo de Ramos, día que se conmemora hoy, y del que los evangelistas, solo describen la entrada del Maestro en Jerusalén, vestido de blanca túnica, sobre un pollino del mismo color.  Como espectáculo - si existió – seguramente respondió a lo que se le pretendía. Pero es difícil aceptar, como afirman todos, que la llegada a Jerusalén de un hombre, poco popular, elegantemente vestido, cabalgando sobre un burro, que acudía, como tantos, a celebrar la Pascua, y sin propaganda alguna, lo recibiera una multitud, con la expresión, Hosanna al hijo de David, Bendito sea el que viene en nombre del Señor.

Hoy sabemos que las manifestaciones, de cualquier tipo, no se producen por generación espontánea.  Detrás existe una organización, unas personas dedicadas, en el caso que nos ocupa, a comprar las palmas y distribuirlas, a convocar a los afiliados y simpatizantes a fin de que reciban al leader, con el mayor ruido posible, a preparar el alojamiento para los discípulos que intervendrán en los encuentros, reuniones y mítines, en este caso, encaminados a la propagación de las ideas defensoras de la libertad, liberadoras del yugo al que los romanos tenían uncido al pueblo judío.

La Pascua, en cuyas fechas Jerusalén podía alcanzar los 70.000 habitantes, era un buen campo para sembrar la buena nueva, aquella que combatía los excesos que, a juicio de los más conservadores e independentistas, estaban minando el más puro judaísmo. Esto no nos puede extrañar, porque, ocurrió entonces, y ocurrió a través de los tiempos; las religiones las han hecho los hombres, en general, para mayor gloria suya, y actúan de acuerdo con sus virtudes y defectos, entre los que se encuentra la ambición; así hemos visto desgajarse del tronco común de la Iglesia, - que, quiero creer, es la defensora de la caridad, - otras muchas religiones; pocas en Europa, multitudes en América. 

Desde tiempos inmemorables, el hombre, cuando le ahoga la soledad, o se encuentra en cualquier encrucijada de salud o pensamiento, mira al cielo, buscando el apoyo de un ser superior, en quién poder descansar las fatigas  que produce el caminar de la vida; mitigar los dolores de las enfermedades; soslayar  las angustias  que provocan las dudas en la toma de decisiones.

También nacen los visionarios, los vendedores de fantasías, los predicadores de  unas idealizadas  revelaciones que, dicen, haber recibido de un dios, lejano y desconocido, que nunca se ha pronunciado; a quién  le atribuyen increíbles virtudes, nunca demostradas, al tiempo que, de forma incoherente, frente al amor divino que, dicen,  siente por la humanidad, lo culpan ser  vengativo e intolerante, con quién comete  alguna infracción - lo llaman pecado – que, en la mayor parte de los casos, son exigencias de la naturaleza, innatas en nuestra forma de ser,  al alba de los tiempos, momento indeterminado de la creación del mundo.   

Y este acto que recordamos hoy, son los primeros hechos con los que San Pablo creó el cristianismo, el verdadero hacedor de un hombre-dios, que vino a liberarnos de un pecado  que nunca cometimos;  es el principio de una, de tantas,  rebeliones, o, si se quiere,    revoluciones,   que se han producido siglo tras siglo,  en la que, de forma más o menos cruenta, han muerto sus cabecillas, unos por la ambición  del poder político, otros, basados en la  religión, luchando, matando y muriendo,  en nombre de un mismo dios, que, si existiera, se avergonzaría de haber creado a este inmisericorde ser, -como muestra Putin, - del que, para más coña, dicen los muy fanáticos , que  está hecho a su imagen y semejanza.