Opinión

El gran dilema positivista

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El pragmatismo, que caracteriza las sociedades anglosajonas, ha sido una consecuencia del positivismo del secretario de Saint-Simon, es decir, del fundador de la sociología Auguste Comte. La célebre frase (muy querida por Felipe González): “no importa que el gato sea negro, pardo o blanco, sino que cace ratones”, adquiere su sentido en la filosofía positiva. Pero lo trágico del positivismo, de su pragmatismo, es que ha degenerado en “religión de la humanidad”. Hoy equivaldría al “nuevo orden”, cuyo profeta mayor es Bill Gates, aunque éste en nada sea comparable a Comte. 

La bandera de Brasil, cuyo lema “orden y progreso”, altamente positivista, a nadie deja indiferente. Es de incuestionable valor filosófico. Paradójicamente, al positivismo brasileño lo contradice el viejo orden: la metafísica de la pobreza. Es difícil entender por qué existen favelas en un país exuberantemente rico. ¿Serán los ricos del Brasil los más tontos del mundo?

 El positivismo brasileño no tiene padre, tiene madre, se llama Nísia Floresta (Río Grande do Norte, 1809). Abrió un salón positivista en París al que acudía hablar con frecuencia el padre de la sociología. Fue escritora altamente feminista. Así lo indica su producción literaria. Debería prestarle alguna atención el Ministerio de la Igualdad español. 

Yo no sé si existe poesía positivista. Solo me constan sus tres estadios, el teológico, el metafísico y el científico. Juzgue el lector a cuál pertenece:

EL GRAN DILEMA

Quien mire sólo a los peces

para aprender a pescar,

sólo verá lo evidente,

el agua superficial,

agua extraña, aunque corriente

por costumbre familiar.

En mirar sólo a los peces

un doctor es cada cual,

experto en arrojar redes

sobre la azul vaguedad.

Vaguedad que no detecta

ni una luz sobre la mar,

mas qué importa si quien pesca,

más pesca en la oscuridad.