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La España amable: Julián Marías ante el descargo de conciencia de Laín Entralgo

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"Noblemente, gravemente, sinceramente, Marañón está revisando una parte de su vida. ¿Quién, como no sea un marmolillo, un logrero o un frívolo, no se ha sentido obligado a ello al llegar a la madurez?" (Palabras de Laín en su Introducción a las OO.CC. de Gregorio Marañón, Tomo I, página XXXII, Espasa-Calpe, 1975)

Editado ese Tomo I en 1975, pero “Introducción” escrita entre  1964 y 1965. Hemos escogido esa cita porque va como anillo al dedo al tema. Ya el hecho de que el introductor del lainiano “Descargo de conciencia (1930-1960)” fuera Julián Marías, una persona del otro lado del tajo que separó a los españoles durante y después de la guerra civil indica el talante conciliador de ambos. Marías acababa de pasar menos de tres meses en la cárcel en 1939 y Laín era de Falange, pero: “Al ver por primera vez el rostro de Pedro Laín Entralgo sentí la convicción de que podía confiar en él”. Ni el propio filósofo recuerda si el encuentro fue en el mismo 1939 o en 1940. Lo que interesa dejar fijado en estas breves líneas es el tuétano de la “Introducción” de D. Julián al Descargo de D. Pedro, titulada “La Confesión Histórica” y nutrida de dos artículos (22 y 29 de junio de 1976, El País).

Para ser concisos se define con las palabras “convivencia, reconciliación, ausencia de espíritu cainita”. Sí, Marías pone al turolense como arquetipo de homo humanus (locución latina nuestra), como puente entre los dos lados de la trinchera profunda durante y, mucho peor, tras la guerra. Laín aporta templanza, ecuanimidad y espíritu amistoso donde no había sino un aire viciado de odio y rencor, conceptos que suelen confundirse, pero que son distintos (la hondura de Marañón los separó) y en conjunción constituyen un semillero de discordia.

Marías señala sus dudas acerca de la idoneidad de la publicación del libro, piensa que “Laín ha cedido a la obsesión judicial de nuestro tiempo”. Y acude a su maestro Ortega y Gasset en apoyo, quien dijo: “A ser juez de las cosas voy prefiriendo ser su amante”. Así que “Pedro lo ha sido [juez], y muy severo, de sí mismo”.

Como es connatural a las guerras civiles, el número de asesinados excedió al de los caídos en combate, así que  “la mayor violencia y ferocidad (…) no fue bélica, sino política (…) en una escala de formas de criminalidad más o menos legalizada”, afirmación muy en consonancia con la cita que seguidamente anotamos: “Los vencedores han prolongado las consecuencias y espíritu de la guerra, y HAY una fracción considerable que intenta perpetuar todo ello indefinidamente”.

Hemos escrito a propósito “HAY” en mayúsculas (en el texto original se lee en minúsculas). Creemos que este factor es el más significativo, porque son palabras, recordamos, de 1976. Y, tanto tiempo no, pero es probable que España permaneciera en estado de shock colectivo unos veinte o veinticinco años tras la guerra en los campos de batalla, que no en las vísceras embalsamadas de muchos de ambos bandos.

Las dos tesis de quienes presentan la II República, de un lado, como algo virginal, beatífico, “un régimen legítimo violentado por un golpe militar-fascista”, y del otro,  como “caos sangriento, en poder de malhechores”, son para Marías “inconciliables”, pecan de simplismo.

El optimismo, o quizá el realismo, se perfila cuando el filósofo indica que la guerra fue querida por unos pocos intransigentes que habían de imponer “su voluntad de discordia y violencia al país entero”. Señalar, desde cada polo, como criminales a los del otro le resulta “atroz”. Pero lo más grave, lo más abominable del bando ganador ha sido “tener por culpable durante cuatro decenios al que estuvo en el de los vencidos, [que] es moral y políticamente monstruoso”.

Con un añadido para su actualidad de 1976 en el que denuncia que se asiste en algunos ambientes, cuando aún no ha transcurrido un año de la muerte de Franco, al “supuesto contrario: que se es culpable simplemente por haber estado del lado de los vencedores”. Y añade que es lo que se está haciendo con Laín.
Aquí tenemos un párrafo que transcribimos completo por su extraordinario interés, nada exento de actualidad:

“La santificación alternativa de cada uno de los dos bandos que lucharon en la guerra civil es una colosal falsedad, que hace imposible el clarividente examen de conciencia que sería necesario, el dolor de corazón por tan inmenso error histórico, el propósito radical de la enmienda, el arrepentimiento del gran pecado contra la concordia”.

El broche final no podría haber sido más conciliador y amable para con el historiador de la Medicina, pensador y ensayista también literario: “Hayan sido cuales hayan sido sus posturas, Laín ha sido el reverso de la guerra civil, la negación de su espíritu”. Amén.