Opinión

El economista capaz. A la memoria de Manuel Jesús González

Manuel Jesús González.

Manuel Jesús González.

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El 21 de septiembre, se han cumplido diez años del fallecimiento de Manuel Jesús González González. Mi querido primo Chus. Los primeros libros de poesía y filosofía que tuve en mis manos me los prestó él. Yo tenía su espléndida biblioteca a mi disposición. Un privilegio en medio del duro trajinar minero de la cuenca del Nalón, en San Martín del Rey Aurelio (Asturias). Aquí nacimos los dos.

Corrían los años sesenta. A finales de esta década, él estudiaba en Madrid. A causa del espacio permitido, reproduzco aquí solo una parte de la carta que me envió desde la capital de España en aquellos días. Una de sus frases, “época de fuertes tensiones ¿qué podemos hacer?” motivó que yo le respondiera con un poema. Lo reproduzco también.

Querido Manuel:

He tardado en escribirte a causa de algunos acontecimientos imprevistos. Cuando llegué a Madrid, ese mismo día, se murió la madre de un amigo mío, luego el padre y después el hermano. Un amigo, que está conmigo, se va bien de mañana a resolver sus asuntos y no llega hasta la noche. Yo me quedo solo, estudiando y preparando mis ponencias. Estoy casi en pleno campo de Castilla. El páramo sediento. La soledad me encamina hacia otra realidad. La pobreza del austero agro español. Uno comprende que tal marco engendrase místicos y guerreros. “No fue por estos campos el bíblico jardín”, decía Machado.

Nuestro pueblo comienza a ensayar la desusada costumbre de empezar a comer. Tal ensayo, trajo aparejado fuertes tensiones sociales, procesos emigratorios dolorosísimos, etc. ¿Qué podemos hacer? La soledad es ahora mi condición, mi condición plenamente esencial: la desolación. Radical naturaleza humana, diría Ortega. Pero estos pueblos, estas tierras esquilmadas y adustas, estos hombres férreos y depauperados se me cuelan dentro. En el corazón de mi soledad. Habrá que hacerles sitio. ¿Cómo?

Al ¿cómo? Yo le respondí poéticamente:

Trabajador,
si te oprime tu trabajo, no creas en él.
Entonces, eleva tu pensamiento
sobre las utilidades más concretas
y haz tuya, elemental, la voz de todos.
Construye con tus compañeros la palabra libertad
para que llegue hasta ti con toda su pureza.
Así comprenderás que tu sudor no vale nada,
es sangre muerta,
si con él tu imaginación no se eleva.
Haz, trabajador,
de tu trabajo algo más que una tarea,
haz un canto general,
una fuente
y si es preciso, haz de nuevo las estrellas.

Jesús tenía una memoria portentosa. Una excelente condición para competir en oposiciones al Estado. Siempre fue un número uno y de prosa envidiable. Algunos de sus libros son ya obras clásicas, de lectura obligatoria, sobre todo en torno a la economía en la época de Franco.

En una materia tan áspera como la contabilidad, se divertía creando silogismos con ella. Fue jefe de contabilidad durante el mandato de Esperanza Aguirre. Cuando me lo encontraba de vacaciones en Asturias, me planteaba problemas contables. Yo había estudiado lógica en la facultad de Filosofía y me retaba a descubrir algún sofisma. A veces, le respondía que su planteamiento no era lógico, sino dialéctico. Pero a él no le gustaba la palabra dialéctica porque no podía ser representada lógicamente y me citaba a Bertrand Russell. Yo no sabía quién era a F. Hayek a cuyas conferencias asistió en Madrid. Aún no se había traducido al español su obra señera, Los fundamentos de la libertad, por cierto, pésimamente traducida. Gracias a su biblioteca pude leer a Popper, a Keynes, a Adam Smith y a muchos más autores de otras materias. Paseábamos un sábado por las calles de El Entrego con El Capital bajo el brazo, cuando nos detuvo la guardia civil. Lo tuvimos que entregar. Luego nos costó muchísimo trabajo convencer al sargento de que era un libro legal del que Jesús debía examinarse el lunes en Madrid. ¿De marxismo?, preguntó la Benemérita.

Cuando era Secretario de Estado de Universidades, tenía un gran plan para acabar con la endogamia. Entre otras cosas, estribaba en traer examinadores foráneos, desconocidos, para evitar amistades cómplices. Yo le recordé que algo parecido había ideado el gran jurista Alejandro Nieto cuando era director de CSIC y Felipe González lo cesó.

Jesús era de una vitalidad y una capacidad de trabajo desbordantes. Animaba a todo el mundo al esfuerzo intelectual, a la lectura y el estudio. Gran conversador, erudito, empatizaba rápido con la gente y la ayudaba en lo que podía. Muchos amigos son lo que son, en gran parte, gracias a él.

Todos los fines de semana nos reuníamos tres primos en su casa. Chus nos ponía al tanto de los acontecimientos en Madrid. Gracias al ambiente que reinaba en su entorno, todos abrazamos “el esfuerzo intelectual”. Ya no vive ninguno de ellos. En cierta ocasión, les dije que se iban a morir antes que yo. Y menda quedaría para contarlo. Nada respondieron. Se asombraron ante semejante superchería. Ahora, el asombro soy yo.