Opinión

Fascistas

Imagen de la fosa descubierta en Valencia.

Imagen de la fosa descubierta en Valencia. Diputación de Valencia

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Cada día soy más facha. Digamos, por ejemplo, que me siento cómodo viviendo en una ciudad como Madrid que, según opinión de algunos intelectuales, se ha convertido en un infierno para los demócratas. Será porque no leo lo suficiente y veo demasiado cine americano que apenas me percato de cómo se recortan mis libertades. Mi padre también era facha. De tal palo tal astilla, pensarán algunos. Hay que aclarar que fue un facha muy peculiar, pues desde que pudo votar en democracia lo hizo al PSOE. Aborrecía el franquismo y creyó en un proyecto de libertad y justicia social. Pero, eso sí, nunca movió un dedo para desenterrar los muertos que permanecen en las cunetas, víctimas de la guerra civil. Es lo que tienen los fascistas. Se engañan hasta a sí mismos.

Parafraseando a un personaje de la última película de Almodóvar, mi padre “nunca se enteró del país en que vivía”. Eso sí, el más fascista de todos era mi abuelo. De hecho, a él fueron a buscarlo los republicanos a casa a los pocos días de comenzar la guerra. Nunca regresó. Dicen que había votado a la CEDA. Puede ser, pero lo que es seguro es que iba a diario a misa. Y eso, decía mi abuela, era poco menos que un delito. Si a eso le sumas que tenía una tienda de ultramarinos en el centro del pueblo, está justificado que los demócratas se lo llevaran. Al fin y al cabo, ellos necesitaban alimentar a los revolucionarios y mi abuelo no era más que un meapilas que asistía a misa y que había hecho dinero en Cuba explotando sabe Dios cuánta gente. Un aprendiz de capitalista sin alma que, lo más seguro, ni condenó el golpe de Estado.

Mi abuela nunca dejó de rezar. Ni de buscarlo. Pero era imposible encontrarlos. Ni a él ni a tantos otros plutócratas que los defensores de la legalidad vigente se llevaron al hoyo por el bien de la República. Supe, años después, que lo tiraron vivo por la chimenea de una mina. La verdad es que como los fascistas tenemos poca sensibilidad, nunca me ha preocupado recuperar sus huesos. A mi abuela sí le hubiera gustado, pero fue imposible saber dónde lo habían ajusticiado. Aprendió a vivir con esa tristeza. Con la misma que convivieron miles de familiares de asesinados por las checas en la retaguardia republicana y otros miles de asesinados (probablemente el doble) en la retaguardia llamada nacional.

Además, ¿para qué buscar los huesos de mi abuelo? ¿Contribuiría eso a un futuro mejor? Lo dudo. Sus huesos no son tan importantes como los de un defensor de la República. Su trágico destino no puede compararse con el de miles de hombres y mujeres progresistas que los fascistas aniquilaron. Cómo vamos a comparar un maestro republicano con un vendedor de abarrotes. Hasta ahí podíamos llegar. No soy tan pretencioso. Mi padre, el muy fascista, que tenía 8 años cuando le arrebataron a mi abuelo, nunca se preocupó, como ya he dicho, por recuperar los restos de los republicanos asesinados ni siquiera por recuperar los de su padre. Pobre hombre. Ni se enteraba. Él no sabía nada de esa deuda que según Pedro Almodóvar tenemos todos los españoles. O quizás no estaba entre sus prioridades. Le oí decir, cuando comenzó la Transición, que en la guerra la gente se mataba por odio y que mejor era olvidar todo aquello y construir una sociedad diferente donde todos pudiéramos convivir sin rencor. Qué ingenuo. Votó a Felipe desde las primeras elecciones, pero seguro que era para despistar, porque los fachas somos así.

De hecho, yo también voté varios partidos de izquierda durante 30 años. Hasta que llegó Zapatero. Primero sutilmente y luego ya sin complejos, empezaron a decir que la Transición era un fraude, que nuestros padres habían tragado con todo indignamente, y que estábamos en deuda con quienes se llevaron a mi abuelo para tirarlo vivo por una chimenea. Yo creía en la igualdad de oportunidades, en el Estado de derecho, en la Constitución, en una sociedad que no dejara atrás a los más débiles; una sociedad laica, donde la libertad de expresión fuera irrestricta, los extremeños y los vascos tuvieran los mismos derechos y la clase política mostrara ejemplaridad con la ciudadanía. Pensé que todo eso lo defendía mejor la izquierda que la derecha. Llegué a tragarme aquello de que ser de izquierdas era ir en la dirección del progreso de la humanidad y que las víctimas del comunismo eran de menor calidad moral que las del fascismo.

Hasta que entendí que no es así. Comprendí, como alguna vez dijo George Orwell, que el vocablo “fascista” se había convertido en una palabrota vacía para confundir a los incautos. Solo importaba mantener el poder. Y para ello, para establecer alguna diferencia reconocible con la derecha, había que abonar ad nauseam la supuesta deuda que tenemos con quienes perdieron la guerra civil. Entonces no me quedó de otra que hacerme facha. Dejé de votar a los partidos de izquierda. Primero voté a Rosa Díez, luego a Rivera y ahora voto a Ayuso. Voy de mal en peor.