Opinión

La flor fosca de la agricultura asturiana

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Dentro del campo literario, lo sabemos, la poesía es la menos leída. Tanto es así que al lector de poemas se le considera persona rara. Más que al poeta. ¿Por qué?

El material poético es un tejido de símbolos y metáforas a veces tan abstracto y denso que requiere un esfuerzo considerable para manejarlo. Es una Gestalt. Una estructura operatoria. Se parece a la matemática de la música. La métrica no es otra cosa. Prácticas tan dispares tal vez tengan un punto de conexión más importante del que se cree.

Medir octosílabos trae consecuencias. Durante mucho tiempo tuve que soportar la sorna de la gente: ¡para cuándo el próximo ripio! Pero una vez recibí un halago. Se lo debo al actor Carlos Álvarez- Nóvoa. Falleció en 2015. Poco antes me había enviado un correo: “Hay que tener valor. Pocos poetas se atreven hoy con cuartetos y redondillas, y casi todos han olvidado nuestro viejo octosílabo. Y tú lo haces sin cometer un ripio, sin una rima forzada. Y sobre todo trasmitiendo ideas, sentimientos, sin un solo tópico”. Naturalmente, me cambiaron los andares una temporada y circulé por Oviedo como un pavo del Campo San Francisco.

El poema que presento en EL ESPAÑOL tiene más de 30 años. Era yo funcionario. Como se sabe, en la burocracia hay muchos tiempos muertos. Yo los aprovechaba para resucitarlos con versos. Pero no me conformaba. Quería que los leyesen. Decidí introducirlos entre facturas y documentos oficiales. Los jefes de servicio, directores, ingenieros, solían regañarme. Pero sin ira. Cogí fama de “ripiante” y se reían de mí a mandíbula batiente. Pero, ¡diablos!, me leían. Debo confesar que, pese a estar en un medio antiliterario, se equivocan quienes piensen que estregar versos en los rostros de técnicos, contables y demás sequía cerebral es una pérdida de tiempo. Son cualquier cosa menos tontos. Son númenes reprimidos. La opacidad y la indiferencia que me trasmitían sólo era aparente, pueril. En sus limitaciones yo pude hallar mucha enseñanza. El poema que ahora presento es la prueba. Todos me mostraron su acuerdo con el dictamen. También el Consejero. Esto prueba que tanto los funcionarios como los políticos nunca hacen lo que piensan. En este sentido, el poeta debe atreverse a decir lo que todos callan por temor. Y si no, que se dedique a la fotografía. O a suspirar bajo la luna tóxica del romántico.

El edificio de la foto no se corresponde con el descrito en el poema. Se refiere a otro más antiguo, sito en la calle Uría. No obstante, si aquel es comparable a un féretro masticador, este se parece a una tienda de lencería. Muy íntima. Porque la política pública y regional ha desaparecido. Está en manos globalistas. No en vano carece de ventanas que se puedan abrir al exterior. Así se maquina mejor. Desde estos patéticos tenderetes se ejecutó la desaparición de la industria láctea asturiana (PAC). La mejor de España. Ahora, les toca el turno a los montes comunales. Quedarán para algún señorito dedicado a la caza del oso y el lobo. Para el comunista de la BlackRock.

Sólido sabor a postrimería,
famélico féretro, tu dentadura
en Asturias cavó la sepultura
del patio inocente de la alegría.
Maldigo el proyecto que te erigiere,
tu tinta fértil de estéril pluma,
tu ronca tristeza de arista oscura,
lo que de ti nace y te sostiene.
¿Cómo fue posible mirarte y verte
cual vientre gestor de la agricultura,
si eres flor fosca, anti campestre,
polen larvado de cerraduras?
¡Que un golpe de aromas lave tu frente!
¡Que un toro verde te lama y sacuda!