Pablo Iglesias llegó como un vendaval y se va sin cambiar nada y con una paga vitalicia, marcando el posible camino de Santiago Abascal.
Ambos deberían meditar sobre quién maneja los hilos del radicalismo al que los españoles le damos la espalda porque no queremos dejarnos arrastrar nuevamente por sectores minoritarios que en el pasado llevaron al enfrentamiento entre hermanos.
PP y PSOE deben librarse del lastre de la extrema izquierda y extrema derecha para mirar al futuro que España se merece lejos de viejos fantasmas.
Los radicalismos están perdiendo terreno en Europa al mismo tiempo que se vuelven más agresivos.
Parece que los franceses quieren votar a Marie Le Pen para luego despedirse definitivamente de la política francesa, peligroso camino que no hemos elegido en España que perdona a los corruptos porque parece cierto que los partidos con sus proyectos están por encima de la corrupción o simplemente de lo malo lo mejor.
El fin de la pandemia se acerca y hay que recuperar las fuerzas para seguir avanzado en un camino de éxito y profundo cambio de España que debe hacer frente al desafío independentista y su melancólico victimismo de un pasado que nunca existió.
La virtud está en el equilibrio alejado de los radicalismos que en España han perdido para no volver.