Opinión

La Gesta de las expediciones

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. BNE

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La gesta supuso varios hitos: suprimió las leyendas que afirmaban la imposibilidad de embocar el estrecho desde el Pacífico. Elaboró un trabajo considerado el primer estudio hidrográfico descriptivo de las costas, mareas y corrientes del Estrecho y sus canales, llamado Descripción de la costa del Mar Océano desde el sur de Valdivia hasta el estrecho de Magallanes.

Todas las exploraciones descritas en este s. XVI participaron de un idéntico elemento de aventura mecido en las manos de un azar caprichoso. Esta característica siempre acompañó a España en su periplo descubridor de mundos. Derrotas difíciles por mares incógnitos porque solamente quienes se arriesgan a perderlo todo pueden llegar o a tocar los límites de lo desconocido o a perderse en la oscuridad del olvido.

Según los datos de Chaunu en Seville et l 'Atlantique, de los 10.438 buques que salieron de España entre 1500 a 1650 solo regresaron 7.323, un 70%. Junto a los naufragios e imprevistas calamidades se unía el tiempo de las travesías, más incierto contra más intrépida era la exploración.

A título expositivo, desde 1526 y hasta 1925, se contabilizaron en el Estrecho 205 naufragios de barcos de toda clase y nacionalidad. Durante los siglos XV y XVI únicamente zozobraron barcos españoles y algunos piratas holandeses (Holanda se emancipó de España en 1581 y alcanzó la independencia en 1648.(1)

Quiero señalar con ello un rasgo de estos españoles, fruto de su espíritu audaz y de un carácter sobrio y austero -a la usanza española- que asumían todo género de peligros poniéndose en manos de la Providencia y en la voluntad de lo más Alto. Sí, eran incursiones comprometidas y sacrificadas, en donde algunos hombres, como refirió Kierkegaard, hallan un sentido a la vida.

O, tal vez, encontrasen un sentido más universal que traspasaba la simple individualidad porque llevaban tras de si una civilización construida sobre el sentido humano y trascendente de la existencia.

Los viajes por los mares australes suponían –aún hoy suponen- asumir lances temerarios, peligros innombrables. Los vendavales y las borrascas, de lluvia o nieve, azotaban a las embarcaciones condenándolas a un naufragio o a una desaparición en lo profundo de las distancias.

Entre los paralelos 40 °S. y 50° S. del hemisferio austral, los vientos tienden a acelerarse sobre aguas que esconden fuertes corrientes castigando a la nave con abruptas singladuras. El aire frío y la falta de accidentes geográficos crean monstruos climáticos y olas de más de diez metros que son conocidos como los 40 rugientes. Buena cuenta de ello dieron muchas embarcaciones y tripulaciones españolas perdidas para siempre.

Entre los 50 ° S. y 60 ° S. se encuentran los 50 aulladores que convierten las rutas marítimas en corredores de la muerte. Magallanes fue el primero en escuchar estos vientos y sentir su fiero oleaje. Alcanzan los 150 km. y las olas llegan a los 30 metros.

Existen más allá de los 60 ° S. los llamados 60 bramadores, pero es un territorio prohibido para mortales en donde se fraguan las borrascas más obscuras. De todos estos puntos geográficos viene la frase conocida entre navegantes […] debajo de los
40 grados sur no hay ley; debajo de los 50 grados sur no hay Dios […].

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1 Vid. Lorenzo de Membiela, Juan B. (2020): Estudios sobre Trafalgar: Tempestad, Marinos e Imperio.