Opinión

Pedro de Valdivia y el valor de los sueños

Pedro de Valdivia.

Pedro de Valdivia.

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Pero no todo eran buenos tiempos y propósitos cumplidos de prosperidad. La tensión bélica con los indígenas no disminuía. De hecho, cayeron por sorpresa sobre Santiago, destruyéndola. Fue reconquistada por Francisco de Aguirre y levantó de nuevo el ayuntamiento y resto de instituciones municipales durante los años 1542-1546. Algunos atribuyen a Aguirre el impulsor de la prosperidad de Chile por el modo en cómo se administró la autoridad y el orden para todos sin exclusión.

El buen Valdivia, nombrado gobernador por D. Pedro de la Gasca, regente de la Real Audiencia de Lima, regresó a Chile en 1549 para la conquista del sur del río Biobío. No era un cometido fácil, de ningún modo cómodo. Como se recoge en la misiva de Valdivia al emperador Carlos el 4 de septiembre de 1545: «No había hombre que quisiese venir a esta tierra, y los que más huían de ella eran los que trajo el Adelantado don Diego de Almagro, que como la desamparó, quedó tan mal infamada, que como de la pestilencia huían de ella […]». Y esa fue una constante durante muchos años.

Además, la presencia de araucanos o mapuches causaba espanto, poseían aptitudes bélicas muy superiores a los incas y a los chibchas. El primer encuentro se tuvo en la desembocadura del río Biobío. Acometían en líneas cerradas «como los alemanes», con gran ferocidad, así lo narró Valdivia en carta al emperador.

Colocolo, jefe de los araucos, se coaligó con otros pueblos indígenas confiriendo el mando a Caupolicán. Esta situación permanece hasta que el indio Lautaro deserta de los españoles. Era hijo de Currillanka, un cacique con grandes extensiones de tierra. Capturado de joven y criado por el gobernador Valdivia quien lo hizo su caballerizo. Recibió bautismo cristiano llamándose, unos dicen que Alonso, otros que Felipe.

Instruido en distintos saberes, desertó al bando de los nativos guiando sus ataques contra las plazas españolas. No solo aportó la geolocalización de enclaves, sino que empleó sus estrategias de combate: guerra de guerrillas, cargas sucesivas para agotar al enemigo, reserva de hombres de refresco para una ofensiva constante, división del enemigo para incomunicarlo… y organización de la caballería indígena.

En la batalla de Tucapel, enclave próximo a la desembocadura del río Lebu, un 25 de diciembre de 1553, Lautaro salió de entre su gente y se plantó enfrente del gobernador. Valdivia al verlo le increpó: Traidor, ¿qué haces…? Como respuesta, unos lanzazos que no lo derribaron por su experiencia en guerra… Masacrados casi todos los españoles e indios auxiliares, Valdivia junto a algunos hombres intentan una defensa desesperada.

Envía a su sobrino junto a diez jinetes para acometer a las fuerzas enemigas. No pudo el joven hacer más que retirarse porque los caballos heridos se empinaban sin poder ser gobernados. Regresando junto a su tío, este le increpó severo: «Pelea, mal soldado, y rompe ese escuadrón, que no eres mi sobrino, que si lo fueras no volvieras las espaldas sin haber muerto o vencido […]» (Rosales, 1877).

Con los pocos soldados vivos, con el pesar de la muerte de su sobrino, Valdivia socorría a unos y a otros alentaba sin descanso, presto y decidido… Últimos instantes de una batalla que tocaba a su fin. Pidió confesión al sacerdote con estas palabras: «Ya está todo perdido y Dios lo ha ordenado así, salvemos lo principal y dispongamos el alma […]».

Pudo escapar por la costa, pero lo rechazó porque no entendiesen que un general de sus obligaciones volvía las espaldas. Y peleó valerosamente hasta que cayó prisionero. Maniatado, con el rostro bañado en sangre, el yelmo en el barro, lo llevaron al campamento. Tuvieron los indios voluntad de aplicar una muerte odiosa a los pocos supervivientes españoles. A todos decapitaron; a Agustinillo, paje del gobernador, sufrió peor suerte, como Pedro Guerra, soldado castellano.

Comenzó el tormento a Valdivia, a la usanza indígena. Atadas las manos le hicieron beber oro derretido para que se hartase de su codicia. Después, con unas conchas conocidas como pellos, le cortaron los lagartos, los músculos que van desde el codo hasta las muñecas, asándolos y comiéndoselos ante su mirada. Acercándose esquivo un cacique le propinó un mazazo en la cerviz que lo postró en el suelo… aturdido, otro le asestó una puñalada desde la garganta al pecho e introduciendo la mano le arrancó el corazón que fue compartido por todos los indígenas… Su cabeza fue clavada en una pica y portada por el campo de batalla en medio de una orgía de saña… Todo lo construido al sur del río Biobío, fue devastado.

El esfuerzo español en los descubrimientos no fue, como muchos han creído, un paseo de rosas por tierras desconocidas. La vida de buenos españoles sucumbió bajo este propósito, conocer su historia es honrarles para aquilatar su servicio y entrega a su emperador , a su nación y a una idea de grandeza que hoy, al menos, queda recogida en añejos y solitarios libros.