Opinión

El coronavirus es cosa de viejos

Un operario en el cementerio de Valencia.

Un operario en el cementerio de Valencia.

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Eso es lo que deben pensar los jóvenes -y no tan jóvenes- que juegan a la ruleta rusa, al juntarse en fiestas ilegales en casas y locales. Ni el repunte de la pandemia, ni el toque de queda, ni siquiera el temporal Filomena han conseguido acabar con estas grandes aglomeraciones que se han convertido en uno de los focos de contagio del coronavirus en España.

El problema de estos irresponsables es que no sólo juegan con su salud. También, y sobre todo, son uno de los principales vectores de contagio. Vuelven a su casa y se lo transmiten a sus padres o a los abuelos. Como además, en la mayoría de los casos, son asintomáticos, la bola de nieve sigue creciendo.

Ahora bien, es difícil imaginar que a tantas personas no les importe lo más mínimo lo que le pueda pasar a sus seres queridos. Si fuera así, el futuro de nuestra sociedad sería de lo más sombrío. Por supuesto, siempre habrá descerebrados. Pero, está claro que muchos de los que van a fiestas o reuniones multitudinarias no son conscientes de la gravedad de esta enfermedad. En definitiva, están convencidos de que el Covid no va con ellos, y eso denota que algo está fallando en la comunicación.

¿De verdad el Covid-19 es una enfermedad de viejos? Es cierto que durante la primera ola, los que más han padecido el coronavirus han sido las personas mayores de 65 años. O, mejor dicho, cuanto más mayor era el enfermo, mayor era la tasa de mortalidad.

Sin embargo, durante la segunda ola, el grupo de edad comprendido entre los 15 y 35 años fue el que más se vio afectado por los contagios. Y es que con el fin del confinamiento y la llegada del verano, se produjo un relajamiento de las medidas restrictivas. A ello contribuyeron sin duda las declaraciones triunfalistas de Pedro Sánchez en julio: no había que dejarse “atenazar por el miedo” al virus que estaba bajo control, y había que “salir a la calle” para “disfrutar de la nueva normalidad recuperada”. La realidad es que la pandemia, lejos de controlarse durante el verano, disparó sus cifras y, esta vez, los menos afectados fueron las personas mayores.

Ahora ha llegado la tercera ola y sólo cabe esperar que no se torne en tsunami, tras el temible “efecto Navidad” que empieza a hacer estragos. Así, el 80% de los nuevos brotes de Covid-19 surge entre familiares o amigos, cuando este porcentaje, ya relevante antes de las fiestas, era del 60%. Asimismo, es muy significativo constatar que durante las vacaciones de Navidad, el porcentaje de jóvenes entre 15 y 29 años infectados por Covid-19 ha subido un 43% y en menores, un 38%. También ha crecido el contagio del resto de la población, pero mucho menos.

El gobierno ha culpado del aumento de los contagios a “la relajación de los ciudadanos en Navidad”, pero lo cierto es que, si en vez de debatir durante semanas en torno a si el numero de comensales en la mesa debía ser de 5, 6 ó 10, habría sido más efectivo lanzar desde el otoño, como hicieron en otros países vecinos, una masiva campaña de comunicación para que los ciudadanos vieran a todas horas imágenes de las consecuencias de aflojar las medidas de seguridad.

Ya se sabe, una imagen vale más que mil palabras. Fue la foto del cuerpo sin vida del niño sirio de tres años en una playa en Turquía la que hizo remover las conciencias sobre la tragedia de los migrantes que morían ahogados en el Mediterráneo. Eso es lo que faltó con el Covid-19: fotos de los féretros e historias de los enfermos y sus familias en los medios de comunicación.

Tras el verano, ha habido en otros países europeos campañas publicitarias machaconas que mostraban -sin ser tan brutales como lo fue la de la Comunidad de Madrid- el fatal efecto dominó que acarrea bajar la guardia en el trabajo, la universidad o en una reunión familiar. Y no ha pasado un solo día sin que salieran reportajes en los telediarios sobre los muertos, los enfermos y, también sobre jóvenes, que corren menos riesgo de morir, pero que se pueden quedar con secuelas de por vida.

Aquí, sólo recuerdo una imagen: La portada de El Mundo con la fotografía de los féretros de las víctimas del coronavirus en el Palacio de Hielo de Madrid, transformado en inmensa morgue durante la primera ola. Y esta portada fue muy criticada, ¡como si hubiese que esconder a estos molestos muertos! Precisamente estos muertos dejaron de ser personas para convertirse en meros números, muchos de ellos borrados, por cierto, ya que las cifras oficiales no coinciden con los muertos contabilizados por el Instituto Nacional de Estadística, el Sistema de Monitorización de la Mortalidad diaria (MoMo) e incluso por los datos de las funerarias. Y aunque el exceso de muertes frente al pasado año no pueda ser atribuible sólo al Covid-19, está claro que el virus ha provocado muchas más víctimas de las recogidas en el balance oficial. Y una de ellas ha sido la verdad.