Opinión

El asedio al Capitolio y el fin del populismo 'millennial'

El asalto al Capitolio de Estados Unidos.

El asalto al Capitolio de Estados Unidos.

  1. Opinión
  2. Blog del suscriptor

Con el asalto al Capitolio y la posterior caída de Donald Trump ante las consecuencias de sus irresponsables arengas, nos hallamos probablemente ante un cambio de era que ya se ha dejado notar en España.

Cuando hablo de “populismo millennial” no me estoy refiriendo a la generación a la que yo mismo pertenezco, sino a un fenómeno político que, alentado por la necesidad de simplificación del mensaje, así como por la digitalización, ha servido de altavoz a aquéllos que se resignaban a aceptar los esquemas sociales, económicos y culturales del nuevo milenio. A nivel global, su punto de partida fue el año 2011 con las Primaveras Árabes, el 15-M y el movimiento “Occupy Wall Street”, pero lo cierto es que tiene varios precedentes más.

De una parte, el populismo nacionalista, también llamado “populismo de derechas”, tenía cierto arraigo en Europa con referentes ya existentes antes de 2011 como Jean-Marie Le Pen, Geert Wilders o Nigel Farage, pero también tuvo su expresión en nacionalismos periféricos que también trabajaban con esta noción de populismo identitario tales como la Liga Norte, el Vlaams Belang, el movimiento soberanista catalán o el movimiento abertzale en País Vasco. En Estados Unidos, ya desde el 11-S se llevaba gestando cierta desestabilización dentro del Partido Republicano, pero no sería hasta 2009 cuando empezaría a manifestarse mediante movimientos como el Tea Party.

En 2011, Marine Le Pen se convirtió en la líder del Frente Nacional, y en los últimos diez años hemos visto cómo sus homólogos ideológicos han ido avanzando posiciones, como Fidesz en Hungría o Ley y Justicia en Polonia, mientras otros han ido apareciendo para tener un papel relevante en la política, como Vox en España o Chega en Portugal. Los postulados del populismo millennial nacionalista europeo son básicamente el identitarismo nacional exacerbado, el soberanismo, la oposición a la globalización, la apelación a la democracia directa y el rechazo a los extranjeros, así como la negación de los derechos o de la propia existencia de las minorías (sexuales, étnicas...) y la búsqueda de un enemigo externo que representa todo lo contrario al esencialismo nacionalista (Europa, Roma, España...).

El populismo nacionalista ha llegado bastante lejos: ha conseguido que Reino Unido se salga de la Unión Europea, ha logrado ganar las elecciones presidenciales en Estados Unidos, reinstaurar la persecución de las minorías sexuales en Europa del Este, socavar el Estado de Derecho en aquellos países o territorios en los que ha gobernado, ha intentado mediante la sedición separar Cataluña del resto de España y ha puesto en jaque el sistema de cooperación judicial europeo, deslegitimando, como es su finalidad, el proyecto de la Unión Europea desde distintos frentes.

De otra parte, el populismo altermundista, también llamado “populismo de izquierdas” dice proceder de una visión alternativa de lo que debería ser el orden mundial, pero en la práctica bebe del triángulo compuesto entre el Socialismo del s. XXI, el movimiento antiglobalización y los intelectuales frustrados de los años 70. Sus máximos exponentes son el populismo altermundista latinoamericano (Chávez, los Castro, Evo Morales, Rafael Correa, los Kirchner...) y los líderes populistas izquierdistas europeos, como Pablo Iglesias y Alexis Tsipras. Sus postulados son básicamente los mismos que los del populismo de derechas, con la diferencia de que la persecución del populismo de izquierdas va dirigida contra colectivos diferentes, que desde su óptica son colectivos privilegiados.

En cualquier caso, la polarización y el frentismo que tanto han propiciado los populistas, y de los cuales se han beneficiado enormemente durante la última década, parece que ha terminado de perder su último tirón tras la caída de Donald Trump a manos de los suyos propios, que han demostrado el riesgo que comporta la mentira, la demagogia, el exceso de simplificación y el enfrentamiento cultural estéril destinado única y exclusivamente a darle bombo a un populismo o a otro.

No hemos tardado en recordar los “Asedia el Congreso”, a los Jordis subidos en el coche del operativo de la policía judicial en la Consejería de Economía y Hacienda de la Generalitat de Cataluña, el “apreteu” de Quim Torra, las agresiones a políticos en manifestaciones y, en general, todo lo que llevamos aguantado como sociedad durante los últimos diez años. Nos hemos dado cuenta de que el populismo no lleva a ninguna parte, y que si continuamos así, nos haremos daño como sociedad.

Es hora de decir adiós al populismo millennial para dar la bienvenida a la solidaridad, a la concordia y al respeto mutuo.