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El teléfono, esa herramienta anticomunicación

Comiendo con un smartphone en la mano.

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El inventor del teléfono -o, por lo menos, el que pasó a la posteridad- Alexander Graham Bell, jamás podría haber imaginado que algún día esta fabulosa invención que revolucionó el mundo de las comunicaciones se convertiría en uno de sus principales enemigos.

El teléfono móvil ha pasado de usarse para hacer llamadas a ser una herramienta multifunción de conexión a Internet, juegos, cámara o GPS. De hecho, el móvil se ha transformado para muchos en una prolongación de la mano. Pero no necesariamente con el fin de comunicar e interactuar con los demás.

Hoy en día, es muy difícil ver a una pareja en un restaurante hablar más de 2 minutos sin que se abalancen con ansiedad sobre su teléfono para comprobar las notificaciones. Y cuántos padres dejan que sus hijos usen el móvil durante las comidas, en vez de aprovechar ese momento para charlar.

Eso sin mencionar el triste hecho de que, para algunos, esta pequeña pantalla se ha convertido en la niñera ideal que les evita tener que aguantar a los hijos durante la comida o parte del día. Es así como, poco a poco, los niños se van adentrando en un mundo virtual. Según un estudio de UNICEF, a partir de los 2 años de edad, los jóvenes de los países occidentales acumulan un promedio de casi 3 horas cada día delante de una pantalla… Entre los 8 y 12 años, esta cifra es de 5 horas y, en el caso de los adolescentes, alcanza las 7 horas.

Gran parte de la humanidad pasa el tiempo enganchada a su teléfono móvil, sin vivir la vida real. Y es que la gran mayoría de nosotros ya no hablamos, ni nos llamamos por teléfono. Todo fluye a través de WhatsApp, Telegram y demás aplicaciones de mensajería. Con lo fácil que sería descolgar un teléfono y hacer una llamada. Pues no. Prefieren mandar mensajes. Existe incluso el perfil “vago”, que opta por grabar audios para no tener que escribir.

Tampoco deja de ser curioso que en Instagram, el 70% de los “millennials” fotografíen su comida antes de comer. Cada mes, el hashtag #food cuenta con más de 250 millones de publicaciones. Parece que la gente ya no saborea lo que come; le saca fotos para enviárselas a los amigos –la mayoría meros conocidos- y ver cuántos likes van a recibir. Facebook, Instagram, Snapchat, Twitter... las redes sociales se han convertido en una parte esencial de nuestras vidas.

Pero, curiosamente, el móvil, símbolo de la comunicación, nos aísla cada vez más. En un estudio llevado a cabo en EEUU, los investigadores han descubierto que los estudiantes que usan demasiado sus teléfonos son los que se sienten más aislados, solos y deprimidos. Se pasan la vida pendientes de sus teléfonos, al tiempo que estudian, comen o ven una película. ¿También tendrán relaciones sexuales con el móvil en la mano? "Espera, tengo un whatsapp...".

Pero el móvil no sólo se ha convertido en un obstáculo para la comunicación. También puede llegar a ser nuestro peor enemigo, y los científicos hablan de adicción digital, una droga que clasifican al mismo nivel que los opiáceos. Incluso ha aparecido la palabra "nomofobia" (una contracción de "no more phone phobia”), que describe el equivalente a la carencia o “mono” que siente el drogadicto.

Por supuesto, esto no significa que haya que darle la espalda a la tecnología. Simplemente, convendría no ser esclavos del teléfono móvil. Porque lo importante es vivir nuestra propia vida, no la “ciber-existencia” de las redes sociales, y volver a comunicar con el mundo real. Más aún en estos tiempos de pandemia.