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Señor Ruiseñor

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"Teatro" y "Poder" son dos términos interrelacionados hasta el extremo de que podemos decir que el primero existe como contrapeso al segundo. Desde los tiempos clásicos, dramaturgos como Eurípides, Sófocles, Esquilo o Séneca han utilizado sus metáforas para brindar al poder, sea en forma de dioses o de sus administradores terrenales, su propia visión, su propia imagen, aún distorsionada, pero siempre cercana, para que éstos, ahora como antes, terminen por dar la espalda a la crítica en una constante mantenida a lo largo de los siglos.

En 1962 se fundó la compañía teatral “Els Joglars” con el objetivo de reincidir, y recuperar, la vieja figura de ‘los juglares” y su carga de crítica social desde la ironía y el humor inteligente, buscando incomodar al poder establecido. En 1977 su fundador, Albert Boadella, fue encarcelado como consecuencia del espectáculo “La Torna” (1977) y en 1981 estrenaron “Ubú president” en una ácida crítica al, por entonces, honorable president Jordi Pujol y su prole, que con el paso del tiempo se puede afirmar que resultó profética, incluso un punto más allá de lo que los propios creadores pudieron nunca imaginar.

Los acontecimientos vividos en Cataluña de entonces para acá, han acabado por demostrar que la acerada crítica llegó a quedarse corta y que la realidad termina por superar a cualquier ficción.

“Els Joglars” vuelve a Madrid con su espectáculo “Señor Ruiseñor” con un texto de Ramón Fontseré, Dolors Tuneu y Alberto Castrillo-Ferrer en el que se enmarcan los acontecimientos vividos en Cataluña en los últimos años, donde tienen cabida “los ocho inolvidables segundos de nuestra (sic) república”, Puigdemont (“Carlitos Puigdemente” -sic-) y su residencia en Waterloo, los lazos amarillos, un Jordi Pujol dolido con el olvido de su ‘obra’ por parte de sus ‘hereus’, la manipulación del lenguaje y de la historia, la imposición de una pseudo-realidad creada ad hoc a lomos de TV-3 y el silencio cómplice de una parte muy importante de la sociedad catalana, asentada cómodamente en Pedralbes o Sant Gervasi, en la zona alta de Barcelona; haciendo uso de la paradoja del catalán desnudo por la calle (y sobre el escenario) como en el famoso cuento de Andersen.

Confrontando todo lo anterior con el perfil humanista de Santiago Rusiñol, pintor, poeta, escritor y dramaturgo, un verdadero hombre del renacimiento aun habiendo vivido entre los siglos XIX y XX (1861/1931), cosmopolita, abierto y ciudadano del mundo, que reivindicaba el arte como verdadera patria universal, frente a las patrias identitarias, suponiendo una gran paradoja ante el reduccionismo endogámico de pensamiento político hoy en Cataluña.

El argumento utilizado en la dramaturgia utiliza a Tomás, un jardinero de la casa museo de Santiago Rusiñol, protagonizando las representaciones teatralizadas dirigidas a los turistas, siempre japoneses, como si él fuera el célebre pintor, llegando a ser capaz de recrear su propio espíritu, enfrentándose a los nuevos responsables políticos que han decidido cambiar el uso de las instalaciones para dedicarlas a un nuevo “Museo de la Identidad Catalana”. En él la pieza central exhibida con mayor atractivo será el craneo prototípico de un catalán, con una dimensión concreta que obliga a los ciudadanos a medirse el propio para comprobar que están en los límites permitidos de la raza, algo que suena mucho a Goebbels, pero que quizás no sea tan exagerado como pueda parecer.

Muy conseguida es la relación que mantiene el personaje de Tomás, en su propia casa, con su esposa, quien representa de forma más que alegórica a esa gran masa silenciosa, que sin sentirse ‘soberanista’ sí asume el argumento oficial hasta llegar a afirmar que “una vez jubilado en la nueva república, no nos van a robar más” o “con lo bien que se vive aquí, no como en Andalucía… ¡con tanta corrupción!”.

La dirección de Fontseré cuenta con la puesta en escena de Alberto Castrillo-Ferrer con un espacio escénico diseñado por Anna Tusell quien cumple con las premisas habituales de los espectáculos de “Els Joglars”, con una escenografía mínima, pero completísima a la vez, que se desarrolla sobre un óvalo ligeramente inclinado sobre el público, que permite que la altura de su parte trasera sirva de punto de entrada y salida de los actores.

El elenco encabezado por Ramón Fontseré junto con Pilar Sáenz, Dolors Tuneu, Xevi Vilá, Juan Pablo Azorra y Rubén Romero, raya a gran altura, consiguiendo con su entrega y esfuerzo que la sátira llegue al esperpento, construyendo un verdadero espejo que devuelve la imagen deformada del objetivo de su atinada crítica.

Una obra oportuna que, aunque me temo que no contará con subvenciones del Área de Cultura del Govern de Cataluña, aporta un oportuno enmarque, no solo de los últimos años en aquella parte de España, sino de mucho antes, como bien sabe don Jordi. Una más que recomendable visión hecha con calidad, donde la risa inteligente…y más de una carcajada, se abre saludable paso.