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Izquierda derecha, izquierda derecha, izquierda derecha, ¡ar!

Pablo Iglesias y Santiago Abascal.

Pablo Iglesias y Santiago Abascal.

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Contemplada desde fuera la política española da pena, tristeza y vergüenza ajena.

Tanta ilusión puesta, tanta esperanza, tanto sacrificio, tanto empeño por lograr una transición pacífica de la dictadura a la democracia para estar a punto todo de saldarse en la nada.

El concepto de la democracia que se perseguía, ilusos nosotros, pensábamos, podría preservarse, de manera natural. Creíamos, ingenuamente que, una vez logrado, como si fuera un cultivo, podría extenderse por todo el territorio y formar ya parte, como el tomate o la patata, productos que trajimos, allende los mares, de la dieta natural de nuestros días.

Mirando hacia atrás sin ira veo que fue fruto de nuestra inexperiencia, y de nuestra incapacidad colectiva, el establecer una democracia que olvidó dotarse de fuertes sistemas de control presidencial, de contra-poderes y salvaguardas, que impidieran fuera manipulada y destruida, por políticos sin escrúpulos.

Nuestra democracia siempre careció, como dice Michael Sanders de "una política que ponga mayor énfasis en la ciudadanía, en la comunidad y la virtud cívica, y en la que se lidie más abiertamente con cuestiones relacionadas con la vida buena", ni se contempló nunca la formación de ciudadanos capaces para el auto-gobierno, a que aludía Brandeis.

Elementos básicos de la misma como "un hombre un voto" y la obligada separación de poderes o el necesario equilibrio entre democracia representativa o participativa, por citar tres ejemplos, fueron prostituidos desde su inicio, y lo más grave de todo, aceptamos esta violación como hecho natural.

Sin duda, los años de dictadura habían conformado un pueblo obediente, ajeno al compromisos con los valores democráticos, cobarde y miedoso, y la rápida degeneración de la etapa democrática en partitocracia, en despotismo y enriquecimiento personal, contribuyó a su apuntalamiento. De ahí que el franquismo sociológico siga reinando después de muerto al constatar que la mayoría del pueblo español sigue votando impertérrito por partidos, socialistas, populares, populistas y nacionalistas corruptos.

También, las clásicas tensiones territoriales que, desde la creación de la España moderna persistían, resolvió la convivencia, a través de un sistema de puzle que troceaba el territorio y, en base a unas lenguas y pretendidas culturas diferenciales (la lengua y cultura mayoritaria no era diferencial), daba estatutos especiales y privilegios a unos ciudadanos sobre otros. Toda unidad en la desigualdad, a la larga, es difícil de mantener.

Si las pretendidas culturas diferenciales, mayoritaria incluida, se sometieran al test de ser valoradas desde fuera, por un asiático, un africano, un americano o alguien de Oceanía, quizás nos quedaríamos perplejos, al ver que más allá del aspecto lingüístico, por la forma de ir vestido, de pensar y de comportarnos, estos foráneos serían incapaces de poner de relieve nuestras diferencias.

Si a esto le unimos el omnímodo poder otorgado a los partidos políticos, que hacen y deshacen a su antojo, y la limitada participación ciudadana en los asuntos del Estado al voto en elecciones, sin ninguna representación directa, ni que el diputado se deba y deba dar cuenta a sus electores, ha derivado en que hoy sean los partidos políticos el principal peligro para el mantenimiento de la democracia.

La eclosión de los nacionalismos territoriales y los populismos y el socabamiento de las reglas básicas de la democracia ha derivado en que la política en España sufra un suave deslizamiento hacia un régimen de tipo autoritario, que utiliza, las palancas y los instrumentos que a todos deberían representar, como meras herramientas para la manipulación política del partido en el poder.

El análisis binario de la realidad, volatilizado el centro, la carencia de cualquier tipo de ética en la política, la utilización de la mentira y el insulto, el fomento continuo de la división entre ciudadanos, la manipulación de los medios de comunicación, salvo excepciones al servicio de ideologías y no de la libertad y del control del poder, vienen creando un caldo de cultivo que provoca, la división territorial, la desigualdad y el deterioro de la convivencia y la cohesión en nuestro país.

La manifiesta debilidad democrática que presentamos, y los conflictos internos expuestos a la luz global en que vivimos, muestran nuestras incapacidades a la hora de la gestión política y consagra nuestro doctorado de pedigüeños de solemnidad en la Unión Europea, donde además ostentamos el mayor numero de parados, la peor gestión de la pandemia, la mayor destrucción de empresas, el mayor número de población dependiente de subsidios del Estado, y la mayor ruptura en la cohesión social de la ciudadanía.

Dada mi edad, tuve que hacer el servicio militar obligatorio y no sé por qué la España de hoy me recuerda la voz del sargento cuando en la instrucción ordenaba izquierda derecha, izquierda derecha, izquierda derecha, ¡ar!