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Abiertas las fronteras, comenzado el verano, los ciudadanos de países vecinos han venido a disfrutar de nuestras playas. Sol y mar, arena y paseos, compartir la época estival con los seres más queridos, tras haber superado el primer asalto de la pandemia del Covid-19.

Uno de los mayores placeres es nadar. Ejercicio moderado, con impresionantes resultados de la natación para los problemas de espalda, mirando al fondo donde algunos peces buscan comida. La línea de seguridad está fijada a unos doscientos metros de distancia, aproximadamente, con un intervalo de otros cincuenta entre boya y boya. El mar llega a los seis metros de profundidad en esos puntos señalizados.

El otro día coincidí con Pierre. Somos vecinos en el mismo edificio de apartamentos y nos encontramos cada verano, ya en el agua, ya en tierra. Convencidos ambos de mantener la distancia prudencial de seguridad, con un alto conocimiento de la flotabilidad —son varios años de práctica deportiva en el agua—, mantuvimos una conversación sobre temas que afectan a España y Francia, como hacemos de manera habitual:

—Hay alimañas en todos los lugares, a pesar de ser del género humano. El problema es mantener en lugares seguros para evitar sigan con sus motivaciones— habla con un correcto español.
—Estoy de acuerdo. La vida ha de estar por encima de cualquier ideología.
—¡Eso es! Nosotros hicimos la Declaración de los Derechos del hombre y del Ciudadano —ahí olvidó que pasaron por la guillotina a unos cuantos—. Todos hemos sufrido los zarpazos del terrorismo.
—¡Qué nos vas a contar a los españoles! Fíjate, me voy a acordar de un tipo, a quien seguro recuerdas...

Hace unos años un chico tenía una mentalidad ciertamente revolucionaria. Comenzó planteándose la duda de la organización del mundo y de su entorno. Como no veía claramente la forma de solucionar dentro de la ley esas «diferencias», se une a una organización cuya aspiración máxima era librarse de forma violenta de las cadenas opresoras del estado.

Las organizaciones violentas tuvieron un amparo en la ideología de extrema izquierda. Unos países daban apoyo e instrucción para cometer actos terroristas, utilizados para convencer a la población de ser su lucha el único medio para «alcanzar la libertad». De hecho, hubo campos de entrenamiento en varios países y otros donde se podían ocultar o no eran perseguidos con tanta vehemencia como en los lugares elegidos para cometer sus acciones.

—Esos países miraban hacia «otro lado» —apuntó Pierre.
—Y silbaron alguna melodía. Deja que te cuente...

Las «acciones» se convirtieron en atracos, asaltos, secuestros, asesinatos y matanzas de personas de manera indiscriminada. Además, se dedicaban a tildar de «daños colaterales» cuando, por ejemplo, morían niños cerca de sus objetivos «militares».

—Ese es «Carlos».
—No, no es ese, en este caso —negué.

Los años pasaron, la sociedad y los cambios políticos fueron evolucionando. El sistema democrático se generalizó en occidente y en oriente comenzó a llegar. Ellos, los terroristas, continuaron con sus acciones, siguieron anclados en su forma de vida, ya que nunca habían hecho nada constructivo.

La ley se fue haciendo firme contra esa barbarie. Fueron cayendo terroristas e ingresando en prisión. Los ciudadanos comenzamos a respirar y a vivir más tranquilos.

—En Francia tenemos a «Carlos». Se llama Ilich Ramírez Sánchez. Cumple tres condenas a cadena perpetua. Así nos protegemos de los terroristas —ahí me llegó al alma.
—En España dejamos la reclusión en unos 25 años. Luego salen de la cárcel y son recibidos como héroes en sus pueblos. No ayudan a la Justicia ni a las víctimas ni al Estado. Todavía tenemos en búsqueda y captura a unos cuantos asesinos que andan por ahí.
—¿Qué hacéis para intentar cogerlos?
—Pedimos ayuda a nuestros vecinos y aliados. ¿Sabes quién es José Antonio Urruticoechea Bengoechea, conocido como «Josu Ternera»?
—No —responde con arrugas en la frente.
—Es un asesino terrorista a quien se detuvo en un pueblo de Francia. La Justicia de España solicitó su extradición para ser juzgado y cumplir condena por asesinatos de niños, entre otros. Tu país se ha opuesto.
—¡Qué asco! —Ahí estamos de acuerdo.

Los nombres de ciertos personajes se quedan en la memoria junto con un montón de imágenes de sus actos. Esas fotografías en blanco, negro, grises y oscuros, como las almas de sus autores, llegan de manera recurrente cada día durante el resto de la vida. Tenemos en el iris de la memoria los recuerdos sangrientos, el olor a carne quemada y hierro, pólvora y sonidos estridentes e inesperados, sufrimiento y dolor. Hemos sido obligados a vivir con ello el resto de nuestras vidas, de nuestras familias, siempre y cuando se haya sobrevivido a un atentado terrorista. Luego vienen políticos con vanas promesas y jueces retorciendo renglones.

Las víctimas cumplimos las condenas íntegras en España. Los terroristas ni de coña. Nunca podremos olvidar lo que hicieron ni sus nombres.