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'Corona-Virus' o el virus de la Corona

Felipe VI y Juan Carlos I.

Felipe VI y Juan Carlos I.

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Hace poco más de 500 años, el mundo conocido se circunscribía a Europa fundamentalmente. China y Japón ya existían, por supuesto, pero su mundo aún habitando un mismo planeta, vivía una realidad paralela a Inglaterra, Francia, Italia, Germania o España, que poco tenía que ver con las cuitas de éstos.

Seis siglos después, aquellos países dominantes forman parte de un mismo continente, que lucha, hace demasiado tiempo, por una unión que no termina llegar y que cada vez parece más lejana e imposible. Mientras países de otros continentes, expresan el dominio económico (Estados Unidos y China) quedando el viejo continente convertido en un museo, con grandes obras de arte y con cada vez menor influencia política.

En este viejo continente, compuesto en la actualidad por cincuenta países, en diez de ellos la jefatura del Estado se sustancia a través de la monarquía, son: Reino Unido, Suecia, Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Liechtenstein, Luxemburgo, Mónaco y España, siendo el nuestro el único país latino y del sur de Europa, mientras los demás tienen un cierto denominador común al ubicarse en el norte de Europa de manera mayoritaria, con las diferencias sociales y de carácter vinculadas a ello, en comparación a nosotros.

Sin ser el objetivo de estas líneas confrontar las ventajas o desventajas entre un sistema cuya jefatura del Estado se herede por razones biológicas u otro sometido a la elección directa de los ciudadanos, sí parece razonable expresar que los mismas debilidades que se dan en personas electas para el cargo de primer ministro, se darían en el cargo de primera autoridad nacional (pensemos simplemente en los ejemplos, poco edificantes, de Berlusconi, Miterrand, Craxi o Samaras), siendo cierto que el hecho de ser descendiente de una cierta familia, por muy “Real” que sea, tampoco parece el mejor exponente de meritocracia.

Una cosa sí es cierta, cualquier poder debería estar limitado a un determinado periodo, quizás ocho años o doce, pero la extensión de cualquier mandato más allá de esos plazos abona la sensación de impunidad que termina por hacer débil la voluntad de quien ejerce el poder, hasta terminar confundiendo lo público con lo privado, llegando a considerar lo primero su terreno particular.

Ochenta y nueve años después del abandono voluntario de España de Alfonso XIII (14 de abril de 1931), que incluyó su renuncia a la Jefatura del Estado, aún sin una abdicación formal, nunca, como hasta ahora, ha circulado una corriente de opinión tan extendida a cerca de la posibilidad de implantar un sistema alternativo para la designación de la primera autoridad del Estado en nuestro país.

Cierto es que los tiempos vividos después de la explosión de la crisis de 2008, sustentada sobre demasiados soportes muy cercanos al fraude, y la estafa, para un gran segmento de la población, y los poco ejemplarizantes hechos conocidos en torno a “La Corona” como institución, protagonizados fundamentalmente por Juan Carlos de Borbón, han creado un caldo de cultivo poco favorecedor para la Institución ahora representada por su hijo.

Pero en este caso hay otro componente que no puede pasarse por alto. Aquello que tantas veces repitió Paco Umbral de que “España no es monárquica, es ‘juancarlista”, tiene y, sobre todo, ha tenido, una gran base social, más antes que ahora, pero es cierto que las mejores cualidades de Juan Carlos de Borbón fueron ‘compradas’ por una gran mayoría de la sociedad española y que su hijo, por más formado y preparado que esté, no despierta la adhesión que sí logro su padre en los primeros años de su mandato y fue capaz de mantener, sin fisuras, hasta el final del siglo XX.

Felipe VI es quien es, por ser hijo de Juan Carlos de Borbón, pero lo que también es verdad es que gran parte de los problemas que tiene ante sí ahora, le son generados por su padre (al margen de, también el poco ejemplarizante, Iñaki Urdangarin), quien desde los acontecimientos de “la cacería de Bostwana”, su “entrañable amistad” con Corinna zu Sayn-Wittgenstein, sus intereses económicos en torno al contrato del AVE a ‘La Meca’, los más de cien millones de dólares que, presuntamente, obtuvo por ello, y los sesenta y cinco que repartió entre, al menos, dos “amigas entrañables”, se ha convertido en el particular “Corona-Virus” para la Institución que ahora representa Felipe de Borbón y Grecia, actual representante de la monarquía en España y Jefe del Estado en ejercicio.

La institución monárquica en España ha encontrado sus peores enemigos dentro de ella, y ahora le toca al Rey en ejercicio, persona sin el carisma que sí demostró su padre en sus mejores momentos, dar unos pasos que, sin poder garantizarle el resultado esperado por él, sean los necesarios para que la sociedad española considere que el “virus” que afecta a la Corona sea extirpado y que una acertada cuarentena sea capaz de alejar, de forma radical, su particular “Corona-Virus”.