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Repensar la crisis antes de que vuelva

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Apenas logramos saber si salimos o no de la crisis de 2008 cuando comienzan a sonar las alarmas y avisos de una nueva recesión en ciernes en el contexto de la economía europea. Examinar las causas de la crisis que sufrió la economía, las poblaciones más vulnerables, innumerables empresas y muchos Estados, hace más de una década, exige reparar en los comportamientos, prácticas e incentivos de todo los involucrados a nivel mundial.

En estos once años que ya han transcurrido, hemos recibido explicaciones de todo tipo procedentes de políticos y expertos, así como de eminentes gurús económicos, para todos los gustos, sensibilidades y colores. Poco se ha sacado en claro y, a decir verdad, la confusión ha sido máxima.

¿Hemos aprendido algo de los errores de supervisión, regulación y de gestión pública y privada de las organizaciones? ¿No hemos acaso huido hacia delante prefiriendo tapar con emisión de nuevo dinero y deuda las profundas fisuras del sistema?

Se hipotecó el futuro, a las próximas generaciones, para evitar un desastre, pero el futuro ya está viniendo, con sus facturas. Demasiados intereses políticos y corporativos cerraron en falso la recuperación económica y el frenético ritmo irreflexivo en el que nos movemos han hecho difícil pensar profundamente sobre lo que sucedió realmente y porqué según algunas voces e indicadores estamos a las puertas de otra crisis (¿o de la misma?).

La narrativa de la crisis difiere en función de la experiencia que los países y sus poblaciones han tenido de ella, de los contextos sociales, del papel que cada uno adopte hoy o adoptó en el pasado, según intereses, influencias, filias y fobias. Desde las explicaciones que afirman que los culpables son unos, a las de aquellos que piensan que los culpables son otros. En cualquier caso, las explicaciones más generalizadas son aquellas que se centran y polemizan en detalles tecnocráticos de política económica, monetaria y legislativa. Como si la economía fuera un motor o una máquina que a veces se estropea y tiene que llevarse a un mecánico o técnico para que lo arregle y todo vuelva a funcionar correctamente, como antes.

Sin embargo, lo cierto es que detrás de un sistema económico no sólo hay andamiaje matemático que expresa complejos mecanismos de producción, oferta y demanda de bienes y servicios. Aunque haya ciclos, patrones y tendencias, la gestión de organizaciones y las políticas de producción y distribución de recursos, inversiones, de tributación, ahorro y consumo, responden a una conjunción de factores sociales, ambientales, psicológicos y objetivos que escapan de formulaciones causa-efecto o de modelos matemáticos que extrapolan o proyectan ciertas correlaciones de fenómenos.

Detrás de un sistema o modelo económico hay una forma de entender al ser humano, es decir, una antropología, y también, en consecuencia, una ética (o su ausencia).

Detrás de un sistema económico hay una forma de comportarse y hacer las cosas en sociedad. Por esta razón, toda aquella explicación supuestamente economicista que circunvale y eluda deliberadamente el planteamiento de razones metaeconómicas o supraeconómicas estará de alguna forma simplificando y reduciendo peligrosamente una cuestión que de suyo es más intrincada. Además, sustraer el debate sobre lo económico del ámbito de lo antropológico y ético para delegarlo definitivamente en lo técnico y burocrático, es también sustraerlo de lo político, pues la economía y el mercado constituyen un ámbito social y público de la existencia humana. Decidir cómo queremos que sea la economía y el funcionamiento de los mercados es un ámbito inherente de una supuesta democracia.

El futuro siempre ha sido y es incierto. Al ser humano no le ha sido dado el conocimiento del futuro pero sí la capacidad de actuar con sabiduría ante la incertidumbre. La economía es de hecho la lucha del ser humano por su futuro, por su seguridad y bienestar, por su supervivencia colectiva. ¿Cómo queremos sobrevivir? Repensar la crisis exige revisar los incentivos que hoy mueven las actividades económicas.

Una educación integral, humanística, y sobre todo una ética cívica a todos los niveles humanos y sociales, son los pilares clave para construir una cosmovisión básica que integre una perspectiva económica solidaria, pues como demostró la crisis, todos estamos directa o indirectamente conectados globalmente por los mercados y las relaciones de interdependencia comercial. Si queremos vivir en un entorno seguro, estable y con abundancia de recursos disponibles, todos debemos contribuir a construirlo, cada uno en función de sus capacidades y posibilidades. Repensemos integralmente la crisis antes de que vuelva.