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Gallo y gallinas

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Al parecer, un hotelero de Cangas de Onís ha referido  que unas gallinas próximas a su establecimiento, cantan a horas que no son normales y molestan a la clientela. No soy quién para arbitrar en el conflicto, pero lo que se cuece en un gallinero debe quedar dentro de él. Es algo parecido al vestuario de un equipo de fútbol. 

El gallo es el único que debe poner orden en su casa, y si a este le pesan los espolones, alguien debiera imponer cierta disciplina. A mí se me antoja que lo que está sucediendo no es otra cosa que el reflejo de nuestro propio gallinero. Ahora mismo España es un corral alborotado. Se han perdido los papeles y aquí todo vale. Los que hasta hace poco andaban de “gallitos” ahora son gallos con los cigotos bien puestos. Por cierto, y no es por una cuestión de machismo, es que el gallo alfa tiene la cresta engominada y eso las enloquece. Así pues, de tal enajenación conviene  guardar distancias teniendo en cuenta el peligro que se cierne sobre nuestras cabezas, pues sepan que estamos hablando de unos 16.000 millones de ejemplares en el planeta dispuestos a erradicar la hegemonía del hombre con su humillante adición al caldo de ave.  

Que ahora un gallo cante a deshora y moleste a los clientes de un hotel rural no es más que el principio de la revolución. Yo, si fuera uno de los perjudicados, huiría a toda prisa. Imaginen que al jerarca gallináceo, después de bien comido, bien desahogado de gallinas, y henchido su ego, alguien quisiera privarle de cantar La Traviata a las cuatro de la mañana y a pleno pulmón. Nadie en su sano juicio. Cuando las gallinas pierden su pienso por un gallo así, lo mejor es hacer las maletas y buscar la paz rural en el Monasterio de Santo Domingo de Silos. Por cierto, muy recomendable asistir a los cantos gregorianos en la misa vespertina de Maitines.     

Esa mezcla de ruralismo con urbanismo es algo parecido al beneficio de la duda. Un sí, pero no. Hay a quienes el aire puro les puede resultar perjudicial. He de confesar que no todo el monte es orégano y uno está siempre expuesto a perder la cabeza cuando canta la cigarra en la hora de la siesta, que viene a ser algo parecido a la llamada de ciertos operadores de telefonía en crítico momento de solaz estiramiento. Los urbanitas estamos en un presente distinto y nos creemos con derecho a cambiarlo todo. Lo más conveniente es que al salir de la ciudad dejemos nuestras tribulaciones, nuestras prótesis postizas e incluso nuestros olores postineros. En el medio rural huele a lo que huele y las cosas saben a lo que saben. Frente a una bosta de vaca compiten los huevos fritos con morcilla, el buen vino de pitarra y el pan de pueblo.     

El problema, según el hotelero, es que  las gallinas no cantan a horas normales. Me pregunto si en cualquier relación sexual que se precie hay horario para la embriaguez carnal. En la ciudad, los pisos de nueva construcción a base de pladur, se  guarda reciprocidad entre vecinos cuando median exaltaciones orgásmicas. Da igual la hora y los decibelios y créanme, todo está incluido en el recibo de la comunidad o en su defecto en la derrama extraordinaria. No pasa nada. 

Vuelvo a las gallinas y sus apetitos carnales. Un solo gallo suele ir a demanda y como es natural la cita con las gallinas suele ser orientativa; hoy en día, sin cita previa no eres nadie y da lo mismo gallinero que organismo oficial. De manera que siempre habrá gallinas que canten a las once y otras a las tres de la madrugada, según vayan pasando por el  encargado de obra.    

Insisto en no tocar las narices a una especie que está muy harta de los humanos.  Que son muchos los años de gallinas blancas, de consomés de ave, de pollos asados, de pechugas Villaroy, de alitas adobadas, o de muslo o pechuga. Que vuelvo a recordar que son algo más de 16.000 millones de ejemplares y lo mejor es dejarles cantar a la hora que mejor les parezca y sobre todo cuando el gallo se encama con ellas y éstas salen a glorificar henchidas de gozo.  

Ante tal genocidio avícola me siento obligado a rendir un merecido homenaje a esta maravillosa especie avícola. Escribo este epigrama como muestra de admiración y respeto por lo que pueda suceder, pues no en vano en Santo Domingo de la Calzada, según leyenda, cantó la gallina después de asada: "Cantan la gallina y el gallo/me da igual que sea Abril que Mayo/ Cantan, y lo que cuenta/es estar aquí para contarlo".  

Mientras tanto, eviten  despertar a la fiera. Un consejo vale más que un lamento. Gracias y perdón por mi cacareo.