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Elogio a la honradez

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Son las seis de la mañana. La casa de setenta metros cuadrados huele a todo menos a flores. Abrigo a mi esposa; beso suavemente su frente. Ella solo hace una pequeña mueca de sonrisa dormida. Me basta con eso. Recorro las camas agolpadas en forma de literas; voy estirando las mantas; nadie dice nada. Me basta su sueño, joven y sincero.

Desayuno de pie, como corredor de fondo, pensando en la monotonía del día que sin casi haber empezado ya pesa. 

Soy de una época donde nos colocaron nuestros padres como buenamente pudieron... de una época que algunos definen como agria y que otros, sin embargo, piensan que en aquellos días se cimentaron muchas profesiones, se aprendió a estudiar por las tardes para mejorar en el trabajo, se creía en los milagros porque sin medios, con enemigos solapados, con un mundo lleno de bloques y sin fiscalidad asfixiante, se comía, se construían carreteras y pantanos, se crearon las Universidades Laborales, apareció la “figura sagrada del aprendiz”, se rezaba madrugando y de noche, el carbón y la leña recogidos con sigilo, calentaban las pocas horas de familia intensa.

Han pasado los años... las mejoras se han llevado a cabo, primero, con el trabajo de los recaudadores, después con el maná de Europa. Nos han limpiado la cara y nos han obligado a no olvidar que somos deudores de toda Europa y, de ese modo, justificar la asfixia fiscal y recaudatoria. 

Mejoras las ha habido, no faltaría más. Destrozos también y si no que se lo digan a las Universidades Laborales, envidia de media Europa, que se lo digan a los miles y miles de jóvenes a los que les han inculcado la “minusvalía de la figura del aprendiz”, que se lo digan a los miles y miles de “médicos de cabecera”, todos ellos con el “Don” de señor, por su cercanía, por su comprensión humana, por su desinterés, que se lo digan a los cobradores, a los jardineros, a los bancarios, a los hombres del campo, todos ellos esculpidos por los “ERES” y convertidos en estatuas de sal en los mejores años de su vida.

Ahora, en la cercanía del adiós, quiero homenajear a todas esas generaciones fuertes, silenciosas, trabajadoras, a todas esas generaciones con un gran denominador común: la honradez.  

Tengo lo que tengo, tenemos lo que tenemos, gracias a todos aquellos que nos han precedido, madres y padres, como dicen hoy los “igualitaristas”, aunque la verdad es que se lo debemos a nuestros padres, a su honradez, sin género, señores “igualitaristas”, a su honradez, honradez de pobres, capaz de horadar la roca más dura con tal de unir el sur con el norte. 

Elogio a la honradez, que es como elogiar a nuestros padres.