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Casado y la mancha en el cristal

Pablo Casado este lunes en el Palacio de la Moncloa.

Pablo Casado este lunes en el Palacio de la Moncloa. EFE

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El Partido Popular afronta unas nuevas elecciones viviendo al día, con la esperanza de salir a tiempo de un bucle de errores estratégicos cuyas consecuencias son aún impredecibles. La debacle en las urnas fue tan inesperada que Casado quedó noqueado, y en ese estado de semiinconsciencia el todavía hoy líder del PP lanza guantes al aire intentando recuperar el centro político sin perder al ala aznarista que se mantuvo fiel por el retorno de las políticas más conservadoras del partido.

Pero Casado es una mancha en el cristal: una vez que la detectas, ya no puedes dejar de mirarla. Lo mismo ocurre con su estrategia. El Partido Popular se acostó la noche electoral tendiendo puentes a Vox y se despertó con un nuevo argumentario en el que les calificaba de «ultraderecha» sin miramientos. De la derecha dura al centro en menos de 24 horas. Así, abiertamente. Sin paliativos. Los que luego hablan de veletas deberían tener presente este viraje antológico que, por otra parte, nadie se cree.

Porque Pablo Casado reconoció errores, pero su tibieza y, sobre todo, su comunicación no verbal no le aportan la congruencia que necesita. Cambiar a Maroto como jefe de campaña no basta. Llamar socialdemócratas a Ciudadanos no basta. Evocar la fortaleza de los grandes partidos en la era del bipartidismo no basta. Hoy, que el PP se defina como un partido de centro es más un deseo que una realidad. Incluso para él mismo.

En momentos de crisis, la desesperación por recuperar el control lleva a los partidos a improvisar con acciones a corto plazo, tácticas rápidas, efectistas, declaraciones agresivas y calma fingida, y casi nunca sale bien. El nerviosismo a medida que se acercan las urnas crece y se contagia, y ningún candidato municipal o autonómico quiere ver sus posibilidades electorales mermadas por los errores estratégicos de la cúpula. 

Pablo Casado, que conoce perfectamente la importancia de un buen relato, debería haber buscado razones y no excusas, pero se entregó a la arbitrariedad en un intento desesperado de aparentar seguridad, y dos semanas después de la caída la mancha sigue al otro lado del cristal, porque no puede limpiarse desde dentro. Erró también el popular en revelar abiertamente su estrategia, en un intento de aparentar calma y transparencia. El resultado suele ser el contrario, y los demás ya conocen tus cartas.

Si lo hizo para recuperar el liderazgo interno, es legítimo. Otra cosa es que tenga tiempo suficiente para hacerlo. El líder popular dice sentirse seguro y respaldado, pero una nueva debacle electoral podría desencadenar un proceso extraordinario de primarias y concederle el título de «Pablo, el breve». Al fondo de la sala le espera un inteligente (y verdadero centrista) Feijoo que supo retirarse a tiempo y esperar en los pazos su momento de dar el salto definitivo.

Cuando quieran medir la veracidad y la confianza de los políticos, bajen el volumen. Fíjense en los ojos, en las sonrisas, en el gesto. Olviden el mensaje. Pablo Casado lleva 15 días con una mueca congelada donde antes había una sonrisa. Esa es su mancha y su lastre. No corren buenos tiempos para el líder popular, quien a pesar del fracaso no ha recibido el aluvión mediático de críticas que un resultado así merece. Qué distinto sería el panorama si hubiera sido Rivera el que cambiara su posición política en una rueda de prensa.