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Los compromisos rotos... Languidez profunda de la vida religiosa

Imagen de archivo de una cruz frente a un sacerdote.

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Esto viene de largo. La falsa apertura para misionar la sociedad se convirtió en dejación paulatina del espíritu y compromiso de la vida religiosa.

Las cúpulas dirigentes comenzaron a ser más tecnócratas que religiosas. Las interpretaciones del articulado conventual convirtieron en el “Babel” de las Constituciones Fundacionales. La comprensión del Dios misericordioso se adaptó a las necesidades personales de cada cual. Los Conventos se convirtieron en “posadas” nocturnas. Las Comunidades en entes de retrógrados. 

Los sueños juveniles, firmados con carátula de perpetuidad, comenzaron a agrietarse, a interpretarse, a distorsionarse... en definitiva a definirse a medida:

El voto de pobreza no era sentir la necesidad de... sino una manera de que no faltara nada... Dios... La estructura de la Orden proveían. Como se decía en círculos reservados, “si quieres que no te falte de nada haz un voto de pobreza”.

El voto de castidad pretendía ser una barrera contra el amor más natural, el que da la vida... No se comprendió como un compromiso. Más tarde la intimidad del afecto humano lo convirtieron en suciedad cotidiana a la vez que vergonzosa y escondida

El Superior debía tener razón. El voto de obediencia se entendió y se adaptó a una forma de vivir cobarde y cómoda: no pensar, no decidir... Obediencia era doblegar la mente, que es la ruina de lo más sagrado que tiene el hombre, la capacidad de pensar y decidir.

La languidez es el proceso del deterioro. La languidez religiosa es el proceso de la desintegración de lo que quiso ser compromiso firme y terminó siendo, como la arcilla, un cuerpo de excesiva plasticidad y por tanto muy manejable.

La falta de firmeza en los principios... la falta de un ilusionante futuro... La falta de un Dios interior... La falta de compromisos... Las interpretaciones personales de la Vida Religiosa... han provocado las numerosas vías de agua en la embarcación de San Pedro.

Los conventos se convirtieron en un conjunto de “jugadores” de primera, de segunda y hasta de tercera... Dependía de los orígenes, de las donaciones, de los apellidos.

El tiempo, sin nombre y sin apellidos, hizo el resto: creó las “fundaciones”, monstruos bien pagados que, con el tiempo, terminarán la faena iniciada en el desierto de las tentaciones de Jesús... Allí, el diablo, no pudo porque enfrente había un ser íntegro...  Aquí es más fácil, hay muchos “fundadores” deseosos de jubilarse colocados.

Perdonen aquellos que puedan sentirse ofendidos... Quizás mi máquina fotográfica no sea muy moderna pero el objetivo le tiene muy limpio.