Si algo se repetía en las escuelas de las décadas de los 60, 70, 80 era aquello que todos guardamos todavía hoy: “No olvidéis nunca que la familia es el vivero de todo aquello que tenéis y el refugio donde llorar vuestros fracasos”.
La madre naturaleza, presente siempre, acondiciona cada rincón que los “engreídos humanos” van destrozando; igualmente todas nuestras madres, hoy, en la Babel del siglo XXI, nos cuidan y fortalecen ante cada uno de tantos y tantos decaimientos físicos, morales y profesionales.
Ellas, que lloran nuestras penas en el silencio de la noche. Ellas, puede que hayan modernizado su peinado y su vestido pero no han cambiado en lo esencial: “Ser refugio y consuelo de todo, de la dureza de la droga, del aislamiento moral del abusador, del recluso rico en desgracias ajenas, de los votos incumplidos, del fracaso profesional, de la soledad adulta.
Madres de amores desinteresados. Madres de todos los colores.