Opinión

Carta sin destino

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No teman. Hoy tampoco voy a entrar al trapo de la política. Mi ingenuidad se contrapone a esa especie de lonja en donde se subastan votos de última hora a precio de ganga. Por eso huyo de los programas de telerrealidad. Me mueven mayores perturbaciones.

No será el último. Andrés dejó escrita su póstuma carta antes de saltar al vacío. De su contenido se desprende  como la sociedad estudiantil acorrala a un joven alumno llevándole hasta el abismo existencial. El suicidio de otro adolescente, víctima del bullyng escolar, uno más, no hace más que confirmar lo recurrente que resulta eso de mirar hacia otro lado cuando fallan las instituciones comprometidas con la pedagogía. Se genera el aislamiento y la exclusión social se encarga del resto. Fruto del  desamparo y de la indefensión el agraviado acaba siendo catalogado como persona “diferente”. Cruel definición ésta para quien sufre a diario el acoso y derribo por sistema.   

Para la víctima sufridora, si además viene acompañada del éxito como estudiante, lo brillante se torna en fracaso ante la deriva de su quebranto existencial. El individuo, cuando la sociedad le desprotege, opta por el abandono de sus propias fuerzas; de tal manera que la persona queda aprisionada y a merced  de su nada existencial. Falto de  autoestima e ilusión por vivir llega la tragedia. El bullying escolar, una vez más, se ha disfrazado de sediento depredador. No será la última víctima mientras esta sociedad se lama las heridas ajenas a sabiendas de que el miedo guarda distancias y olvidos. Lo cierto es que este menor de 16 años ya tenía somatizado el fracaso de su lucha interna, así como también  el de su entorno familiar y como no, el de tantas  instituciones que deberían haberle prestado toda la ayuda posible.

Como suele ser habitual, el hostigamiento escolar comandado por esa clase de sujetos extraídos de la crueldad, consiguen doblegar a quien domina la ética del respeto. Es el crimen silencioso madurado día tras día al amparo de los que dan apoyo a la cobardía de un repugnante y miserable cabecilla. El artífice acosador practica el rol de la impiedad en su versión más traumática para la víctima, de tal manera que esto le sirve para que sus propias frustraciones se realimenten.     

Andrés, como otros casos habidos, fue alargando su silencio demostrando que la sociedad no evita lo inevitable y que lo único que sabe hacer es disculparse a destiempo. Es la costumbre, el vicio de que lo ajeno siempre resulta lejano. Lo cierto y por desgracia, es que una vez más el sistema ha fallado dejando al descubierto que la demagogia es la antesala de la inoperancia de cuantas autoridades intervienen en la materia. Alguien como Andrés, un menor en tránsito con la adolescencia, se supo excluido de cuantos debían protegerle y se suicidó porque ya no podía soportar el “infierno diario” que sufría en el instituto, según dejó escrito en su carta de despedida. 

En este país, como suele ser costumbre, los apesebrados no se inmutan. No crean que les mueve un ápice en lo de corregir o establecer nuevas normas que protejan al honesto ciudadano; nada de eso, todo se basa en la inutilidad de los gestores, en el corporativismo y en la indecente burocracia, por no decir en la falta de vergüenza a la hora de impartir justicia en favor de quien más la necesita. De manera soterrada se ha instalado entre nosotros la mediocridad, que es el virus transmisor de los dislates más abyectos, y si no se lo creen basta con hacer un simple recuento de la perversidad reinante. Por desgracia Andrés no es un caso aislado. Ha sido una nueva víctima de un sistema aferrado al hacer de unos políticos cortoplacistas incapaces de crear sólidas bases de futuro.     

En fin, por si acaso les resulta de interés, según parece la Inspección Educativa concluye que no hay evidencias de acoso a pesar de la carta de suicidio del joven Andrés. Como verán, una vida perdida, un puro trámite. Una carta sin destino.   

Les dejo con Jean Paul Sartre: “Veo el porvenir. Está allí en la calle, apenas más pálido que el presente. ¿Qué necesidad tiene de realizarse? ¿Qué ganará con ello?”