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Vox en Leganés y el futuro

Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara, en el acto de Leganés.

Santiago Abascal y José Antonio Ortega Lara, en el acto de Leganés.

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No hay nada como estar en primera línea. Ésa es, me temo, la única manera de conocer y saber. Para tener criterio propio, que es lo que distingue al ciudadano de la plebe o, como dijo en su día Raphael, de los catetos. Y por eso acudí el pasado sábado al mitin de precampaña de Vox en Leganés, mi pueblo de toda la vida, donde nací y vivo. En mi plaza de toros, la que curiosamente apenas se usa, aunque eso es harina de otro costal. En cualquier caso, el que Abascal optara por un cuartel taurino ya era toda una declaración de intenciones. Otra cosa es que tenga tirón y funcione, porque taurinos hay en todas partes. Y tener a Morante de amigo o incluir a Abellán en las listas es anecdótico, sobre todo cuando desde el propio sector –nada menos que Victorino Martín, el último en hacerlo– se pide no politizar en demasía los toros.

Más allá del acto en sí, me sorprendió que, antes, durante y después de éste, se pusieran rostros conocidos del periodismo en la pantalla gigantesca que presidía la gala para presentar a los candidatos de todas las provincias españolas. Ana Pastor y Ferreras quedaban prácticamente igualados, para señalar luego a Echenique, Iglesias y, por supuesto, Sánchez. Lo que no me queda claro es la imagen en la que salían, por una parte, el periodista Fernando Jáuregui, y, por la otra, la ex (Vice) Presidenta del Gobierno. Me cuesta imaginar que los silbidos fueran dirigidos al tertuliano de Herrera en la Cope, más aún si iban dirigidos a Soraya, cuando ya no está en política y ha sido derrotada en su partido. ¿Un feo a Cuatrecasas?

Vox no es, como han señalado con sutileza algunos, un partido anticonstitucional. Muy al contrario, es una formación democrática. El problema lo tiene cuando exacerba su lado más pasional, ya que Abascal ha dicho que cree en la política de la emoción, y da la razón a sus mayores detractores. Es cierto que muchas propuestas de Vox son transversales, las podría firmar cualquiera, pero el componente nacionalista y fundamentalista aleja a más de uno de apoyarlas. Sus propuestas en inmigración –con la expulsión del propio Echenique por bandera–, que se presentan como una amenaza de naturaleza casi existencial, son peligrosas, porque la inmigración ilegal es extraordinaria y se trata, en fin, de un reto técnico. Lo mismo se podría decir del Parlamento único, con un Gobierno para todos. El muro de Ceuta y Melilla. Por no hablar de las míticas cuestiones sociales, donde la derecha convencional en España siempre ha perdido y seguirá haciéndolo.

Lo más llamativo es que Abascal apeló al votante socialista, después de despotricar mucha de la legislación que ha hecho el PSOE, tanto con Felipe como con Zapatero. De Sánchez no se puede ni hablar más allá de la burda utilización que está haciendo del Estado, con el dinero de todos. ¿Puede un votante socialista optar por un partido que profesa un odio visceral hacia la izquierda? En el fondo, al ser un movimiento –y no un partido político propiamente dicho–, los dirigentes de Vox se valen del hartazgo y del malestar, como en su día ÉL. Hasta que llegó el fantasma de Galapagar.

No se puede gobernar España así. No llegó Podemos, cuando tuvo posibilidades reales. Y Vox tampoco lo hará, de seguir así. Claro que a más de uno habrá que recordarle, ante sus intentos absurdos por señalarles, que Vox es el partido de Ortega Lara. Como lo fue el PP. No se entiende que ahora, con Casado, ambos estén por separado. La lógica se impone. La unión hace la fuerza. Y Rivera se erige como el árbitro que, después de enseñarle la roja al Doctor de Economía (sic), ha de transigir con el PP.

La cuestión reside en si la izquierda racional, moderna optará por Rivera o, en cambio, se manifiesta por un Partido Socialista que no está en el bando correcto. Porque eso se dirime el próximo 28 de abril, si se está del lado de la democracia o se elige destruir lo que tenemos. Estamos en el 36. La vuelta a los indultos. En caso de producirse la segunda hipótesis habrá que acordarse, lamentablemente, de Raphael, cuando dijo que los votantes del PSOE eran unos catetos de pueblo. Ahora sí tendría razón. Y es una desgracia nacional.