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El hedor hiriente de la pobreza en Hispania y en Hungría

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Coger un autobús urbano en Budapest, donde hay que reconocer que el transporte funciona, es toda una experiencia y un ejercicio de supervivencia para mayores y menores, dada la irregularidad del firme de vías y avenidas y la despreocupación de los conductores que quizás, por aquello de cumplir horario -por concederles un atenuante- más parecen transportistas de reparto de carne despiezada que conductores de personas.

El colmo de la experiencia es cuando sube un pobre, de esos que se ven obligados a vivir en las calles sin una ducha o cuarto de aseo que llevarse a mano, y su hedor hiriente apresa con sus garras el autobús hasta llevar a los pasajeros a la náusea.

La primera reacción, instantánea e instintiva de los transeúntes, es alejarse lo más posible, y en la próxima parada, aquellos que no están apurados por el horario, descender rápidamente del vehículo; quienes carecen de esa posibilidad tienden a agruparse en un extremo, y desde allí se dedican a lanzar miradas asesinas al hombre o la mujer que, en semejante estado, provocó su desgracia.

Este hedor hiriente de la pobreza, que envenena el aire y la respiración, escenifica el abandono a que están sometidas estos seres humanos en la ciudad, y muestra la otra cara de nuestras urbes y su extrema desigualdad.

La ausencia de planes públicos efectivos que procuren un techo a personas que lo han perdido todo, desde bienes inmuebles a dignidad, es una constante, y desgraciadamente no sólo de Budapest, pero aquí llama poderosamente la atención, porque, si nos atenemos a la versión oficial, nos encontramos en el mejor de los mundos, pese a que este orgullo nacionalista fatuo y engreído, queda desmentido por la observación sencilla de cómo se trata a los más débiles.

Ha habido serios intentos, e incluso leyes ad hoc que tratan de alejarles del centro de la ciudad, por aquello de que afean las vista de los turistas y  llevarles a  "áreas post-modernas de reclusión”, para procurarles un techo, a las cuales se resisten.

Las actividades caritativas, de la escasa sociedad civil existente, que resiste y milita independiente, frente a las ONGs apesebradas que admiten el control y las consignas, que endosadas a la subvención ejerce el gobierno sobre ellas, consisten en procurarles bocadillos, cafés, tés o bebidas calientes, en el invierno y un momento de charla y compañía, que ya, en sociedades descreídas, es mucho.

Sin duda, la extensión de la pobreza, propia, importada o sobrevenida es uno de los temas que cuestiona nuestra post-modernidad, que ponen en duda la capacidad de gestión del común de los gobiernos y de su capacidad de procurar unos mínimos de bienestar a sus ciudadanos, socavando la legitimidad de los mismos. 

Este talón de Aquiles de sociedades, supuestamente avanzadas, sean estas democráticas, o hayan ya basculado hacia regímenes autoritarios, como el caso que nos ocupa, no parece ser fácil de abordar y muestra los pies de barro de nuestra civilización encadenándola a la historia de la humanidad y a sus plagas bíblicas.

En un momento corto de su pasado más próximo, cuando la base de legitimidad de los Estados se basaba en el Estado de Bienestar, la Europa Occidental creyó haber logrado la cuadratura del círculo, al permitir el libre mercado y la redistribución, con garantía de mínimos, que combatió y estuvo cerca de erradicar la pobreza más extrema.

Luis Moreno, investigador del CSIC, y ensayista en estos temas a ese período lo denomina, la década de oro, años 1945/75, a la que siguió la de plata, 1976/2007, la del bronce¡, 2008… y mucho me temo que ya estemos inmersos en la de plomo, es decir, cuando las balas caen por todos lados.

Otro gran especialista en temas de pobreza, e impulsor en España de las rentas mínimas de inserción, Jordi Estivill, quién también actuó de matrona de la Red Europea de Lucha contra la Pobreza, o Demetrio Casado, principal teórico de lo temas sociales en España, miran desconsolados cómo todo aquel esfuerzo, que sirvió para contrabalancear la desigualdad humana, queda hoy, sino totalmente olvidado, sí en entredicho en la Europa del hoy.

Bien es verdad que sin personajes como ellos, y otros europeos, entre los cuales debemos mencionar a Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea, gran impulsor de este tipo de medidas, hoy no se estaría debatiendo temas como la renta universal o la renta mínima, ni se habría llevado a cabo la experiencia, en Finlandia, de renta básica, por citar uno de los últimos casos.

Aquí queda esta patata caliente que quema a presidentes de gobierno de todo tipo y condición, y que sólo trata de devolver la dignidad humana a las personas, que por diversas circunstancias de la vida, se ven forzadas a vivir en a calle, y que como recuerda Casado, soportan, desde hace décadas, diversos planes que tratan, desde el Estado, de erradicarla, sin nunca llegar a tocar a todos los que duermen cada noche en el suelo a la intemperie.